Sobrevivir, pero perderlo todo: "Quería jubilarme y no podré"

Los comerciantes de los municipios afectados alertan de las consecuencias desastrosas de los aguaceros sobre los pequeños negocios

Massanassa / Paiporta / Picanya / AlfafarLos días posteriores a la gran ola provocada por el temporal existía un sentimiento mayoritario en los municipios de la Comunidad Valenciana más afectados. Se puede resumir con frases como "por lo menos estamos vivos" o "no puedo quejarme, estoy aquí". Las dicen personas que vieron la muerte de cerca, la suya o la de otras. Personas como Miguel, de Paiporta, que aguantó horas y horas en lo alto de un columpio y vio cómo el agua se llevaba vidas río abajo. El pueblo valenciano es un pueblo traumatizado que se ha puesto una venda en la herida por la simple esperanza de estar bien, y de estar en familia, sacando barro. Hay sonrisas y también llantos. Pero los días van ocurriendo y la herida es profunda. Es ahora cuando "les cae el mundo encima", como dice Carmen. Tiene una farmacia en Paiporta que ha quedado totalmente devastada.

Después de celebrar la vida y de limpiarlo todo de arriba abajo, llega el vacío. "Cuando acabamos de limpiar, me puse a llorar", comenta Carmen. Tiene un piso casi vacío y un negocio "donde sólo quedan cuatro paredes". "Me puse a mirarlo todo y pensé: ¿Y ahora qué hago?", recuerda. Hay mucha gente que no sabe dónde está su coche, ni cuándo volverá a trabajar. ¿Y qué harán? "Empezar de cero. Pero es que no sé ni qué medicamentos comprar", responde Carmen. Hay una palabra que se repite: "Volveremos", dice Ramon, que tiene una empresa de muebles en el polígono de Picanya. "Volveremos, somos gente valiente", insisten los trabajadores de Vinilos del Este, una fábrica de vinilos y materiales plásticos enorme en la entrada de Paiporta.

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Empezar de cero significa rehacer los planes de toda una vida. Carmen, de 60 años, hace dos que compró la licencia de esta farmacia que todavía paga y que reformó de arriba abajo; unas obras que, también, todavía paga. Era un proyecto para sus hijos. Tiene cuatro y dos son farmacéuticos. ¿Qué tenía previsto? "Pensábamos que era hora de levantar el pie del acelerador", afirma. Que cogieran el volante a sus hijos. Pero la DANA lo ha cambiado todo. Paco, que tiene un taller de coches en Massanassa, quería jubilarse y cerrar el negocio. Su hijo, Adrian, también trabaja en el taller, pero hace las oposiciones para ser Policía Nacional y no quiere quedárselo. El agua ha dejado el local destruido. "Aún no puedo jubilarme", admite Paco, que hace 40 años que abrió el taller.

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"Todo ha quedado en papel mojado", comenta Fulgencio. En su caso, ha ocurrido literalmente. Él tiene una imprenta enorme en Alfafar y ha arrojado unos 1.000 kilos de papel. Pero el principal problema es que no saben cómo están las máquinas, que valen miles de euros. La más cara, 250.000 euros. "Cuando lo hayamos limpiado todo, podremos realizar un balance de daño". Ya ha hablado con el gestor para realizar un ERTO. Los trabajadores están a su lado sacando barro. Como Adrian junto a Paco. O como los hijos junto a Carmen.

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A muchos comerciantes afectados les ocurre lo mismo: llaman al seguro y está colapsada. El gestor tiene también una montaña de reclamaciones. "Paciencia", dice Ernesto. Regenta desde hace trece años un pub con Javier. Han dejado de pagar la cuota para emitir el fútbol y mantienen el sueldo de la camarera, que limpia debajo de la barra. "Lo hemos pasado todo. La crisis, la pandemia y ahora eso. Si vienen los marcianos les ofreceremos una birra", dice, Javier, con ironía. Pero no sólo es el negocio. También es la casa. Y el coche. "Necesitamos ayudas ya", reclama Javier. Hasta ahora, el Consorcio de Compensación de Seguros ha recibido más de 72.000 solicitudes de indemnización. Según la Cámara de Comercio de Valencia, existen 1.800 negocios destruidos.

Para que uno de los grandes riesgos, como alerta Santiago, un comerciante de Aldaia, es que las pequeñas tiendas, los locales, "los de toda la vida", no puedan volver a levantar la persiana. Sorprende una imagen que se repite en algunos puntos: dentro de los negocios de Massanassa hay voluntarios, familiares y amigos limpiando a toda píldora. En el Mercadona de la misma calle existe una empresa de limpieza.

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El agua destrozó la mayoría de los bajos de estas poblaciones, precisamente donde están los negocios de siempre. Los propietarios de una tienda que vende ropa típica valenciana en Aldaia no saben cómo lo harán. Donde antes había un escaparate engalanado y reluciente, ahora hay una montaña de vestidos de fallera cubiertos de barro. Hay trajes que cuestan 2.500 euros y ahora les estaban haciendo todos, ya que las fallas son en marzo. La mayoría están vendidos. "Pediremos paciencia a los compradores", comentan.

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Los polígonos

La DANA no sólo ha arrasado a los pueblos y ciudades, sino también a los polígonos. Son zonas devastadas, en las que apenas se puede transitar. Todo vacío, silencioso, parece una película –ya hemos utilizado más de una vez esta referencia– de apocalipsis zombi. Ramon hace 20 años que abrió la empresa de muebles Pinoma en el polígono de Picanya. "No se aprovecha nada, pero nos apretaremos el cinturón. Aguantaremos", pronostica. También quiere mantener a los tres trabajadores que trabajan para él y varios autónomos sin ERTE. Mientras, ha entregado los sofás y colchones manchados a la caridad. Casi todo lo tenían pagado. Lo poco que le queda lo ha dado.

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La humanidad está más presente que nunca estos días en Valencia. A Javier ya Ernesto les han perdonado el alquiler del bar varios meses. A Carmen, los proveedores de la báscula de la farmacia le han dicho que le darían una nueva y le han permitido posponer algunos pagos. Solo hay algo que no entiende: saquearon su farmacia en los días posteriores. Ella es una de las víctimas de los múltiples pillajes en las zonas y aunque dice entender que se lleven medicamentos, subraya que también le sustraen las cremas más caras. Todo tardará mucho tiempo en estar igual. De hecho, para Santiago, "nada volverá a ser igual".