¿Tenemos suficientemente en cuenta el cerebro cuando educamos?
El cerebro se adapta a cualquier sistema educativo, pero las consecuencias para la construcción integral de las personas son muy diferentes
BarcelonaLa aplicación sinérgica de los conocimientos en neurociencia en el campo de la educación ha generado una nueva disciplina académica, la neuroeducación o neurociencia educativa. Es un campo transdisciplinario de conocimiento e investigación que promueve la integración de las ciencias de la educación con las que se ocupan del funcionamiento y el desarrollo neuronal y cerebral en todas sus vertientes. La neuroeducación no es, ni puede ser, un sustituto de la pedagogía. Su función es proporcionar datos fisiológicos, neurológicos y funcionales sobre la formación y la operatividad del cerebro que permitan el desarrollo de nuevas estrategias pedagógicas y la optimización de las existentes. Dicho de otro modo: no invalida las estrategias pedagógicas actuales, muchas de las cuales son perfectamente válidas, sino que justifica por qué estas estrategias funcionan. Y también permite explicar por qué hay estrategias que no funcionan, y de qué manera se puede continuar optimizando el proceso educativo. No pretende, por lo tanto, hacer una revolución educativa, sino contribuir de forma sinérgica a la evolución razonada del sistema educativo.
Es en este contexto en que nos podemos preguntar si tenemos suficientemente en cuenta el cerebro cuando educamos. La respuesta depende de qué entendamos por educación o por enseñanza. Y es en esta dicotomía parcial donde me quiero centrar. Según el diccionario, enseñar es “comunicar a alguien una ciencia, un arte, conocimientos, una habilidad, etc., dándole lecciones, explicaciones, haciendo demostraciones o haciéndole realizar ejercicios prácticos; instruir a alguien”. En cambio, educar es “ayudar a alguien a desarrollar sus facultades físicas, morales e intelectuales; transmitir conocimientos, actitudes, valores o formas de cultura; desarrollar y perfeccionar una capacidad o una calidad”. Más allá de las palabras educar o enseñar , si lo que se pretende es comunicar conocimientos dando lecciones, explicaciones, haciendo demostraciones, etcétera, me atrevería a decir que el sistema educativo actual sigue más o menos los datos neurocientíficos de los que disponemos sobre el proceso de aprendizaje.
Ahora bien, si lo que pretendemos es ayudar al desarrollo de las personas para que perfeccionen sus calidades, entonces en el sistema educativo actual hay que fijarse mucho más en los conocimientos que aporta la neurociencia educativa, para incorporar e integrar en el día a día de las aulas, de los profesionales de la educación y de los alumnos, cuestiones tan importantes como la confianza, la estimulación de la curiosidad y la capacidad crítica razonada, el trabajo de las funciones ejecutivas que permiten profundizar en el empoderamiento y la proactividad individuales y de grupo, etcétera. Es la distinción entre las definiciones de enseñar y educar. Creo que estamos en el buen camino, pero sin duda hay que profundizarlo y consolidarlo.
La decisión sobre cómo educar, sin embargo, no la dan ni la pueden dar la pedagogía y la neurociencia. Hay estrategias pedagógicas de todo tipo, desde las más rancias, que basaban el aprendizaje en el miedo y la memorización acrítica de contenidos descontextualizados, hasta las más modernas, que ponen la capacidad proactiva y socioemocional de los alumnos en el centro del proceso. También los conocimientos en neurociencia nos indican que el cerebro se adapta a cualquier sistema educativo, pero las consecuencias para la construcción integral de las personas y para la generación de sociedades justas son muy diferentes. La decisión tiene que nacer de un pacto social, y nos tenemos que mostrar convencidos. Si queremos educar a personas críticas, empoderadas, socialmente comprometidas, proactivas, etcétera, hay que profundizar más en los conocimientos que la neurociencia aporta a la educación, integrarlos en nuestro día a día y utilizarlos con convencimiento.