Pocas manos, mucho trabajo y sueldos ridículos: así se trabaja en las residencias de gente mayor
El sueldo base de un auxiliar de geriatría es de 997 euros brutos al mes y cada profesional cuida a diez abuelos
Juani Carrillo fuma un pitillo sentado en un banco delante de una residencia de gente mayor del distrito de Sant Andreu de Barcelona. Son casi las nueve de la noche, hace un frío que pela y apenas queda una alma en la calle porque está a punto de empezar el toque de queda. Ella, sin embargo, empieza a trabajar a aquella hora. Ya está acostumbrada, hace diez años que lo hace. Es auxiliar de geriatría.
La residencia es un edificio uniforme de cuatro plantas que tiene un letrero enorme en la entrada que pone "Departamento de Bienestar Social y Familia". Es un centro público, pero de gestión privada. En la fachada también hay un mural en forma de corazón y varias cuartillas escritas a mano con mensajes cursis como por ejemplo "Fuiste tú, abuelo, quien me enseñó el significado del amor verdadero”.
Juani dice que ella trabaja en la cuarta planta y que tiene 23 abuelos a su cargo. O sea, ella sola tiene que cuidar durante la noche a 23 personas que, según dice, llevan todas pañales. Era así antes de la pandemia y, asegura, lo continúa siendo ahora con el covid. "Voy con muñequeras porque no me puedo permitir coger una baja tal como está la situación", comenta antes de hacer una última calada y entrar ya en la residencia. Tiene 61 años y se la ve una mujer fuerte que está curada de espantos, pero se le se entrecorta la voz cuando dice: "Todas estamos ya muy jodidas". Habla de ella, pero también de sus compañeras de trabajo.
Yolanda Calaf toma un café con leche en una cafetería de Esplugues de Llobregat. Son poco más de las ocho de la mañana y acaba de salir del trabajo. Se nota, tiene cara de cansada. Ella también es auxiliar de geriatría y también trabaja por la noche en una residencia de abuelos, pero en este caso en una privada con plazas públicas. Lleva cuatro años, y tiene 46. Con ella está Jordi Francàs, que también es geriatra en el mismo centro y hace el mismo horario, pero aquella noche no le ha tocado trabajar. De hecho, hacen turnos: una noche trabaja él, y otra, ella. Y, aseguran, también se encargan de una planta entera de la residencia: antes había 23 abuelos pero ahora solo quedan 13 porque se han ido muriendo por el coronavirus o simplemente sus familias se los han llevado.
"¿Dejaríamos un edificio entero con 100 niños y solo cuatro personas a cargo? Entonces, ¿por qué lo hacemos con la gente mayor?", se pregunta el delegado del sector de geriatría de CCOO, Pep Martínez, que no entiende que se haga una cosa así en las residencias. La Generalitat establece en la llamada Cartera de Servicios Sociales el número de geriatras que tiene que haber por residentes. El documento, sin embargo, es bastante confuso. Como denuncia la presidenta de la Coordinadora de Familiares de Residencias 5 + 1, María José Carcelén, "hay que saber casi física cuántica" para aclarar cuántos abuelos tocan por geriatra. La normativa de la Generalitat indica cuántas horas de atención geriátrica al año tiene que recibir cada residente en estos centros, pero no especifica cuántos abuelos tiene a cargo cada profesional. Esto lo tienen que calcular las residencias.
Cinta Pascual, la presidenta de ACRA -la principal patronal del sector en Catalunya-, también sale por la tangente y de entrada dice que ella tampoco tiene estas cifras en la cabeza. ¿Pero cómo es posible que la presidenta de la patronal no sepa una ratio tan básica? Ante la insistencia, contesta: "La ratio es de un auxiliar por cada diez residentes". Por supuesto durante el día. Por la noche es superior. El Parlament aprobó en julio una resolución para garantizar un geriatra por cuatro residentes, pero el pasado viernes Pascual ni siquiera conocía la existencia de tal resolución. "Si cualquiera de nosotros ya tardamos veinte minutos en ducharnos y vestirnos por la mañana, ¿Cómo lo hace un geriatra para lavar y vestir a 10 abuelos?", se pregunta también el delegado de CCOO.
Yolanda y Jordi acaban de desayunar. Ellos también han trabajado en la residencia durante el turno de la mañana y admiten que es el más duro. Con todo, durante la noche tampoco paran. "A las diez del noche compruebo como tienen los pañales", empieza Yolanda explicando su rutina laboral. Según dice, casi todos los abuelos llevan pañales: once de los trece que hay en su planta. Y a los que no llevan, tienen que ponerles la muletilla o acompañarles al lavabo. Sea como fuere, hay que estar encima de ellos. A la una de la madrugada vuelve a comprobar que tengan los pañales secos y les cambia de postura en la cama, y hace lo mismo a las cinco de la madrugada. "Cada vez me puedo pasar una hora cambiando pañales", calcula. "O más –le corrige Jordi–, porque tienes que cambiar las sábanas, esto lleva más tiempo".
Por la mañana Yolanda quita, lava, viste y da de desayunar a dos abuelos: "Tengo suerte porque son de los más fáciles". Fáciles porque, argumenta, están delgados y no pesan mucho. La jornada laboral de Juani es más o menos igual. Lo único que cambia es que ella tiene que quitar, lavar y vestir a cuatro abuelos antes de acabar de trabajar a las ocho de la mañana: "La normativa de la Generalitat dice que no podemos levantarles antes de las siete, pero yo empiezo a menos cuarto, porque sino no tengo tiempo y no me gusta hacerles correr".
En lo que no hay diferencia entre Yolanda, Jordi y Juani es en la miseria de sueldo que cobran. Yolanda gana 1.150 euros netos al mes; Jordi, 1.050, y Juani, 1.200. Los sueldos incluyen el plus de nocturnidad, el de antigüedad y el de trabajar los domingos, porque a eso se le añade que los tres tienen que trabajar dos fines de semana al mes. El salario base de un auxiliar de geriatría es todavía inferior: 997 euros brutos mensuales. El sector se rige por un convenio estatal.
"Hace falta un convenio catalán de geriatría, porque el coste de la vida no es el mismo en Catalunya que en Extremadura, pero la patronal se niega a negociar", denuncia el responsable del sector de servicios sociales de la federación de servicios públicos de la UGT, Jaume Adrover. En cambio, la presidenta de ACRA asegura que ellos no se niegan a negociar, sino que la Generalitat, que es su principal cliente, mantiene congeladas desde hace años las tarifas que paga por las plazas públicas. Y así es imposible aumentar sueldos. Es un pez que se muerde la cola.
"El año 2020 hemos invertido 35 millones de euros para incrementar las tarifas del sector de atención de las personas, y hemos incidido que hace falta que repercutan en un incremento salarial", afirman por su parte fuentes del departamento de Trabajo, Asuntos Sociales y Familias. También aseguran que han financiado la contratación de 1.800 geriatras suplementarias para aumentar la ratio durante la pandemia.
A pesar de esto, Cinta Pascual insiste que las tarifas no han aumentado, sino que lo que ha hecho la Generalitat es igualar las que pagaba por residentes con una dependencia menor a la de los totalmente dependientes. Es decir, ahora paga igual por todo el mundo: 1.864 euros al mes. Una cifra que, según la presidenta de la ACRA, continúa siendo totalmente insuficiente para poder subir salarios y aumentar ratios. Al menos necesitarían cobrar 2.500 euros mensuales por persona, calcula. El representante de la UGT lo pone en entredicho: "En los últimos años empresas del Íbex-35 han invertido en residencias de gente mayor, y este tipos de empresas no invierten si no hacen negocio". Y sí, la presidenta de ACRA admite que las residencias tenían beneficios, pero muy pocos: "Entre el 5 y el 7%, y ahora ni esto con la pandemia".
Pero mientras los sindicatos, la patronal y la Generalitat se pasan la pelota los unos a los otros, Yolanda, Jordi y Juani continúan cobrando lo mismo de siempre y hacen el mismo trabajo o más que antes de la pandemia. Pero tienen pocas alternativas: ellas dependen del sueldo para sobrevivir. En su casa no entran más ingresos. Y él, con 58 años, empezó a trabajar en el sector hace apenas cinco, cuando se quedó sin trabajo por la crisis: "Lo que más me sorprendió es que las residencias no tienen nada que ver con la idea que yo tenía. Pensaba que eran un lugar donde se cuidaba y se entretenía a los abuelos, pero no hay tiempo para nada. No tienes tiempo de estar con ellos".
Roseta Roura también es geriatra y trabaja en una residencia de Barcelona en turno de mañana. Tiene 62 años, está separada y, como tantas otras mujeres que se dedican a esto, tiene la espalda hecha añicos. Ella apunta un detalle más: los abuelos no dicen nada, ni votan, ni reclaman, ni se quejan. Son los clientes perfectos. Y plantea una pregunta: ¿qué pasará el día de mañana con nosotros? Porque, se supone, todos nosotros un día también seremos mayores.