Dossier

Cinco recetas para frenar el turismo

El ARA analiza con la ayuda de varios expertos diferentes vías para regular un sector que admite haber tocado techo

BarcelonaEl consenso sobre la necesidad de regular el turismo se ha abierto paso hasta el punto de que ya lo admiten el mismo sector y gobiernos hasta hace poco refractarios a poner freno a un fenómeno que, en el caso de Catalunya, supone en torno al 12% del PIB. ¿Pero cómo se puede actuar sobre el turismo? ¿Qué herramientas tenemos para gestionarlo? El ARA analiza con la ayuda de varios expertos diferentes vías para influir en ellos.

Descentralizar

La descentralización del turismo es una de las recetas principales de la administración ante las dificultades que dice tener para actuar sobre la demanda. Con el objetivo de desmasificar los espacios más visitados y enviar al visitante a otros lugares, hace tiempo que la dirección general de Turismo actúa para promover, por ejemplo, festivales agroturísticos en todo el país. También Barcelona, ​​que obtuvo cerca de 41 millones de euros de los fondos europeos Next Generation para este tipo de actuaciones, ha actuado para diversificar la oferta y construir, por ejemplo, una ruta turística verde en torno a la acequia Comtal, entre los barrios de Vallbona y Trinitat Vella.

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Sin embargo, algunos expertos creen que hay que profundizar en ellos. "Urge descentralizar para descongestionar", apunta el doctor en geografía y profesor de la Facultad de Turismo de la Universidad de Girona José Antonio Donaire, que subraya que "el turista tiende a concentrarse en unas áreas concretas". El economista Miquel Puig defiende que lo que hay que hacer es una política de promoción del turismo desde donde ya no aporta valor hacia los puntos del interior de Catalunya donde lo necesitan porque “es una de las pocas formas de frenar la despoblación”.

La investigadora del colectivo Alba Sud Carla Izcara, por su parte, alerta de que con la descentralización lo que se hace es “seguir creciendo pero con otro discurso”. Destaca que en el caso de Barcelona se ha visto que lo que se ha hecho es expandir el turismo por la ciudad, pero esto no ha servido para reducir la presión en otros barrios como Ciutat Vella.

Un ejemplo es el caso de los bunkers del Carmel, que el director general de Turismo de Barcelona, ​​Mateu Hernández, admite que no se ha gestionado bien y "se ha generado un problema". Sin embargo, Hernández sí defiende la promoción que se está haciendo, por ejemplo, de espacios como la Colonia Güell, situada en el Baix Llobregat, o el hecho de que en la guía de la ciudad que se ha hecho en la prestigiosa revista Monoculo se ponga en valor Sarrià-Sant Gervasi para dar un paseo y ver buena arquitectura y los parques. De esta manera, dice, “no le explicas al mundo los grandes iconos sino que creas nuevos”.

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Desestacionalizar

Siempre que se habla de descentralizar, se habla también de desestacionalizar. Es decir, que el turista visite a Catalunya en los meses de menor afluencia. En el caso de Barcelona, ​​los expertos apuntan a que hay poco campo por correr porque el turismo ya está presente todo el año, en buena parte de la mano de los congresos y ferias que se celebran. El ejemplo paradigmático es el Mobile, que se celebra en febrero. Como en el caso de la descentralización, Carla Izcara remarca que desestacionalizar "no cuestiona el modelo turístico actual" sino que lo que busca es tener más turistas todo el año.

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Un caso aparte son las zonas más centradas en lo que se llama “el turismo de sol y playa”. En este caso, Miquel Puig expone que desestacionalizar no debe suponer atraer a más turistas en otras épocas del año, y que lo que debería hacerse es redimensionar una oferta turística que, dice, está diseñada pensando en agosto, el punto de máxima afluencia. Es decir, que en vez de tener capacidad para acoger a la gente que recibe en pleno verano, los hoteles sólo tuvieran las plazas que llenan durante el mes de abril. Esto, argumenta Puig, les permitiría “trabajar ocho meses del año a pleno rendimiento”, lo que reduciría la temporalidad de los trabajadores, y mermaría, de rebote, el coste en subsidios que el resto del año tiene esto para administración.

Fiscalidad

Otra de las herramientas clave de la administración en lo que respecta al turismo es la fiscalidad. Cataluña tiene desde el año 2012 una tasa de entre 1 y 3,5 euros por noche que pagan las personas que se alojan en establecimientos turísticos o cruceros. Ahora bien, los expertos consultados coinciden en que este tipo de impuesto no es disuasorio –no frena la afluencia de turistas– y apuntan a que lo que hay que hacer es trabajar mejor a lo que se destina. Actualmente, los ingresos derivados de la tasa se reparten entre los ayuntamientos y la Generalitat, si bien su uso es finalista y devuelve al sector a través del fondo de Promoción Turística. En el caso de Barcelona, ​​en 2021 se implementó un recargo que ahora subirá hasta el máximo legal de 4 euros por noche y que, en este caso, sí va destinado a financiar otras áreas como la limpieza, la seguridad o la climatización de escuelas. Miquel Puig sostiene que la Generalitat y los ayuntamientos podrían ir más allá y destinar, por ejemplo, parte de la recaudación a comprar hoteles para echarlos al suelo y hacer una plaza o equipamiento. Una política que, dice, serviría al mismo tiempo para reducir y mejorar la oferta turística.

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Sobre la mesa hay varios debates, como si es necesario cambiar la ley que regula la tasa turística para aumentar los topes o si en vez de una cantidad fija la tasa debería equivaler a un porcentaje de lo que se pague por noche. Donaire apunta la posibilidad de utilizar la política fiscal para atraer al tipo de turista que se desea, como premiando las largas estancias ayudando –con bonificaciones– a reducir el precio medio de estancia significativamente. Esto, apunta, ayudaría a reducir la masificación –menos visitantes, pero más días– y llevaría a una reducción de las emisiones que compensaría, dice, la inversión pública realizada.

En el caso de Barcelona, ​​también se estudian medidas para grabar los autocares que entran en la ciudad, en un intento de compensar el impacto que tiene el transporte de turistas. Ahora, por ejemplo, la Generalitat hace que los cruceros tengan que pagar un euro por cada kilo de óxido de nitrógeno (NO) y partículas en suspensión (PM) generados. Carla Izcara apuesta por profundizar en este campo, y defiende que más importante que el impuesto turístico es que, por ejemplo, se acabe la exención fiscal del sector aéreo.

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Definir el tipo de visitante

Otro de los conceptos más repetidos cuando se habla de qué modelo turístico queremos es el de ir en busca de un “turismo de calidad”. La Generalitat, de hecho, impulsó un acuerdo con varias entidades y asociaciones que se bautizó como Compromís Nacional por un Turismo Responsable y que debe ser la hoja de ruta para construir un modelo turístico más sostenible. ¿Pero qué significa un “turista de calidad”? Para el director general de Turismo de Barcelona, ​​Mateu Hernández, existe una lógica de precios que atrae a un tipo de visitante de mayor calidad. “Los precios suben y, si quieres hacer una despedida de soltero, te va a costar caro; es probable que elijas otro destino. Tener calidad de oferta te evita una pésima demanda”, explica.

“Un turismo que pague bien a los trabajadores, pague impuestos y permita al empresario ganarse la vida no puede ser un turismo barato”, defiende Puig. El economista sostiene que "mejor turismo significa menos turismo", porque el actual modelo, en el que los ciudadanos hacen vuelos cortos y frecuentados, "es un disparate medioambiental". Apunta, además, que el coste de viajar irá a más porque se encarecerán los carburantes de los aviones. Según Puig, esto deberá contribuir también a definir un nuevo modelo de turismo que implique huir del actual.

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Todo ello lleva a cuestionar si nos encaminamos hacia un modelo donde sólo pueda hacer turismo quien tiene mayor capacidad adquisitiva. “Las desigualdades socioeconómicas se han acentuado, mucha menos gente puede hacer vacaciones”, alerta Carla Izcara, y apuesta por afrontar un debate a fondo sobre el modelo que garantice no tanto el hecho del turismo por sí mismo como el derecho de todos a poder disfrutar de un tiempo de ocio.

Reducción de la oferta

La frase de Miquel Puig “Mejor turismo significa menos turismo” nos lleva a la última de las principales recetas para hacer frente al fenómeno: la reducción de la oferta. Herramientas como el decreto de la Generalitat para limitar los pisos turísticos podrían profundizar en este camino, aunque en el caso de Barcelona el alcalde, Jaume Collboni, ha abierto la puerta a incrementar la oferta hotelera de la mano de la supresión de los pisos turísticos. También se han abierto conversaciones con el Port de Barcelona para limitar el número de cruceristas que llegan a la ciudad, especialmente los que sólo hacen escala.

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Puig considera que, a diferencia de lo que ocurría en los años 80, en el siglo XXI el turismo “es un mal negocio”, y pone como ejemplo el descenso pronunciado que desde el año 2000 hasta la fecha ha tenido el PIB per cápita en poder de compra en aquellas comunidades donde el turismo tiene un mayor peso. Un descenso que, en cambio, no han sufrido las comunidades con mayor peso industrial.

Carla Izcara defiende que hay que avanzar en la línea del decrecimiento turístico y dejar de promocionar la ciudad y de competir por eventos como la Copa América de vela o congresos internacionales como el Mobile. Un proceso que, entiende, debe ir acompañado de limitar infraestructuras como el puerto y el aeropuerto, así como los hoteles y apartamentos turísticos.

José Antonio Donaire, en cambio, avisa de que “el discurso antiturístico no es posible” porque “no es viable” no tener turismo, y por eso apuesta por “gestionar el turismo de forma eficiente y conciliarlo con el proyecto de ciudad”.