El cerebro puede crear recuerdos antes de los dos años de vida
No recordamos las primeras experiencias porque no sabemos dónde guardamos la información
Seguro que algún amigo habrá explicado que recuerda cosas que le pasaron cuando apenas tenía un año de vida. Otros quizás van más lejos y hablan de experiencias anteriores, incluso de los primeros días después del parto. La ciencia lleva tiempo diciendo que todo esto es falso: el consenso es que la mente humana no forma recuerdos hasta los dos o tres años (en algunos casos excepcionales podría ser un poco antes). Cualquier imagen anterior a esa fecha, seguramente la hemos construido a partir de lo que otras personas nos han contado, pero no puede venir de experiencias propias. ¿O sí? Un nuevo estudio, publicado recientemente en la revista Science, cuestiona este dogma y propone que el cerebro está preparado para memorizar desde antes de lo que creíamos.
Un superpoder del cerebro humano
Uno de los "superpoderes" que tiene el cerebro humano es la gran capacidad de almacenar información en forma de recuerdos. Se ha calculado que nos caben unos dos petabytes y medio, unas mil veces la capacidad del disco duro de un ordenador normal, o lo que sería equivalente a más de medio millón de películas en HD. Para acumular todos estos datos es necesaria la participación de diversas zonas del cerebro, y uno de los más importantes en la creación de nuevos recuerdos y coordinarlo todo es el hipocampo. Sin embargo, durante los primeros años de vida los procesos de la memoria parecen no funcionar correctamente. Esta peculiaridad tiene un nombre: amnesia infantil. Una de las hipótesis más aceptadas para explicarla es precisamente que el hipocampo tarda en madurar y, hasta que no está del todo desarrollado, los recuerdos no llegan ni a generarse.
Para entender mejor este fenómeno, el grupo dirigido por el doctor Nicholas B. Turk-Browne, de la Universidad Yale, utilizó la técnica de imagen conocida como resonancia magnética funcional, que permite medir la actividad de áreas específicas del cerebro, para estudiar cómo se crearían los recuerdos durante los primeros años de vida durante 4 años de edad. actividad en la que debían utilizar la memoria, por ejemplo mirar la imagen de una cara, un objeto o una situación que no habían visto nunca. Primero se les enseñaba la fotografía durante un par de segundos y, un minuto después, se les volvía a enseñar la misma foto. el hipocampo cuando la habían visto por primera vez. Concretamente, la parte posterior del hipocampo, una zona asociada con los recuerdos en el cerebro adulto, era la que trabajaba más. habían formado un recuerdo.
Producimos recuerdos desde el principio, pero no los recordamos
Este estudio desmontaría la teoría que propone que el hipocampo no funciona correctamente hasta pasados los dos años. Ahora bien, el efecto observado era mayor en los niños de más de un año, lo que sugiere que sí existe un período de maduración lenta, aunque esto no quiere decir que mientras se produce, no haya ya cierta memoria funcionante. Recuerdos más complejos dependerían de otro factor adicional: la adquisición del lenguaje. Sin tener las herramientas para describir las cosas, tampoco podemos guardarlas en el disco duro. "Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo", como dijo el filósofo Ludwig Wittgenstein.
Según estos nuevos resultados, pues, el problema no sería que el cerebro necesite madurar unos años antes no es capaz de formar recuerdos, sino que no sabe cómo acceder a estos datos iniciales. Los recuerdos infantiles estarían guardados en algún sitio, al menos durante unos años, pero como se habrían creado en un momento en que todavía no teníamos la mente suficientemente estructurada, no se habría ordenado correctamente su posición, por eso no los encontramos. Sería como si buscáramos una información en internet que no estuviera indexada siguiendo los parámetros que entienden los buscadores actuales. Por mucho que usáramos palabras clave adecuadas, en los resultados nunca saldrían estas referencias antiguas. En la práctica, sería como si no existieran, porque no podríamos acceder a ella.
La reacción más inmediata sería preguntarnos si podemos encontrar alguna manera de localizar estos libros mal catalogados en la inmensa biblioteca que es nuestro cerebro, estos recuerdos que se acumulan sin que lo sepamos en algún rincón desconocido y posiblemente poco transitado del almacén inmenso que tenemos dentro de la cabeza. Ahora mismo no hay ninguna propuesta para tratar de solucionar.
En ratones sí que se han conseguido algunos avances, utilizando una técnica llamada optogenética, que permite activar neuronas específicas con impulsos lumínicos, utilizando unas sondas implantadas en el cerebro.