La memoria

¿Cómo funciona la memoria?

En el ámbito cerebral tenemos muchos tipos de memoria diferentes y su funcionamiento se ve influido por muchos factores

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«Dentro de la mente viajera / que nunca se detiene, / una humedad pegajosa / empapa con gotas de cristal / la escalofriada piel de la memoria». Las cuevas de la memoria, de la escritora y poetisa leridana Rosa Saureu. En el espacio Relatos en Catalán.

La memoria humana es uno de los procesos cognitivos más fascinantes y complejos de nuestro cerebro. Es el almacén de nuestros recuerdos, que contribuyen a configurar nuestra identidad, de la que forman parte. Aunque usualmente utilizamos la palabra memoria en singular —tenemos una memoria y muchos recuerdos—, lo cierto es que, a escala cerebral y funcional, tenemos muchos tipos de memoria diferente que interactúan sinérgicamente entre ellas para formar los recuerdos. Hay que aclarar que la memoria es, según el diccionario, la «facultad de recordar», y por tanto incluye la capacidad de formar, almacenar y recuperar los recuerdos. Y un recuerdo es la «representación que nos hacemos en la mente de algo pasado».

Para comprender cómo funciona la memoria es necesario distinguir sus diferentes tipos y su función de conjunto, así como cómo se activan y qué mecanismos intervienen en su funcionamiento. Una de las clasificaciones más utilizadas diferencia la memoria sensorial, la memoria a corto plazo y la memoria a largo plazo. La memoria sensorial es la forma más inmediata, y también efímera, de memoria, y se da cuando una situación determinada activa a alguno de los órganos de los sentidos, con un sonido, una imagen, un sabor, etcétera. Almacena la información sensorial generada durante unos pocos segundos, aunque lo habitual es que dure menos de un segundo, y permite que el cerebro procese e interprete los estímulos sensoriales antes de que desaparezcan.

Si el estímulo sensorial es interpretado como significativo, es decir, si se cree puede implicar una situación a la que sea necesario prestar atención, se activa una zona del cerebro llamada tálamo, el centro de atención que establece el umbral de la conciencia. Esto permite que la memoria sensorial no se pierda de inmediato y pase a la memoria a corto plazo. Estar atentos a los estímulos del entorno en el que nos encontramos facilita el paso de la memoria sensorial a la memoria a corto plazo. Por eso, en un contexto educativo, por ejemplo, los estudiantes que están atentos captan con mucha más intensidad lo que está transmitiendo el docente o las implicaciones del trabajo que estén haciendo.

La memoria a corto plazo, que también se llama de trabajo, permite retener una cantidad limitada de información durante un período más largo de tiempo, pero que, sin embargo, sigue siendo breve. Es la memoria que utilizamos para contrastar y comparar varios ítems, categorizarlos y clasificarlos, por lo que es crucial para llevar a cabo procesos cognitivos tan importantes como el razonamiento, la comprensión y la toma de decisiones.

Se calcula que, de media, en la memoria de trabajo podemos mantener hasta siete ítems diferentes de forma simultánea, pero existe mucha variabilidad entre personas; así que esta cifra puede oscilar entre cuatro o cinco ítems hasta un máximo de nueve en las personas adultas. Es una capacidad que va madurando con la edad, pero que también puede entrenarse. Existen dos factores que contribuyen a potenciarla. Uno de estos factores es la atención selectiva consciente de que mostramos. Si estamos concentrados en lo que hacemos o en nuestros pensamientos, la memoria de trabajo podrá mantener más items simultáneamente. El otro es el entrenamiento. Las personas que la utilizan a menudo, es decir, que razonan antes de tomar decisiones, que buscan la comprensión de lo que aprenden, etcétera, no sólo incrementan su capacidad, sino que aprenden a combinar ítems similares para que la memoria de trabajo los interprete como uno solo, lo que incrementa su capacidad global.

La memoria de trabajo tiene una duración máxima de veinte segundos. Luego, si no hay nada que nos haya llamado la atención, se desvanece. Sin embargo, si estamos atentos a nuestros pensamientos, cuando se acaba uno de estos ciclos de veinte segundos podemos recuperar los ítems que estaban interactuando, descartar algunos e incorporar nuevos para continuar con la cavilación correspondiente. Es el proceso que nos permite ir haciendo razonamientos encadenados para llegar a conclusiones o decisiones que nos puedan ser lo más satisfactorias posible.

Finalmente, los ítems que el cerebro sigue identificando como significativos pueden pasar a la memoria a largo plazo, que puede durar toda la vida. La memoria a largo plazo se afianza durante el sueño nocturno. Éste es uno de los motivos por los que conviene mantener una buena higiene del sueño en cuanto a horas y también en cuanto a la calidad del sueño, especialmente, pero desde luego no únicamente, en las épocas estudiantiles.

La memoria a largo plazo, a su vez, suele subdividirse en dos categorías: la memoria explícita o declarativa, que incluye la memoria episódica, es decir, los recuerdos de las experiencias personales, y la memoria semántica, que es el conocimiento general sobre el mundo, los hechos y los conceptos que aprendemos; y la memoria implícita o no declarativa, que incluye la memoria procedimental y que comprende las habilidades que podemos ejecutar de forma automática, como montar en bicicleta, y otras formas de memoria que no requieren una conciencia consciente, como por ejemplo los reflejos condicionados.

Los recuerdos se almacenan por todo el cerebro en conexiones neuronales, llamadas sinapsis, que se van estableciendo de nuevo entre las neuronas a medida que vamos haciendo aprendizajes o vamos viviendo experiencias significativas. Sin embargo, existen tres estructuras cerebrales que intervienen necesariamente en los procesos de codificación, almacenamiento y recuperación de los recuerdos. Son el hipocampo, que se encarga de gestionar la memoria, especialmente la episódica y la semántica; la amígdala, que interviene en la memoria emocional, y la corteza prefrontal, que está donde están las redes neuronales que hacen funcionar la memoria a corto plazo y que gestionan la recuperación voluntaria de recuerdos o la utilización consciente de las habilidades aprendidas.

La memoria no es, sin embargo, un proceso estático, y se ve influida por múltiples factores. Destacan la atención, el sueño, la alimentación y la salud en general, y el estrés y emociones. Además, se ha visto que, si no existe ningún problema metabólico ni físico específico, se hace una dieta variada y equilibrada y se lleva un estilo de vida activo en el que se practique ejercicio físico moderado habitualmente y adecuado a la edad y se evite el consumo de sustancias tóxicas, la alimentación y la salud tienen una influencia positiva en la salud cerebral y cognitiva, incluida la memoria.

Respecto al estrés, se ha visto que niveles moderados de estrés puntual pueden ser beneficiosos para la memoria debido a la liberación de adrenalina, una neurohormona estimulante. Pero el estrés crónico tiene efectos negativos y puede perjudicar severamente a la memoria y los procesos de reflexión asociados a la memoria de trabajo. Por último, el estado emocional con el que se adquiere cualquier aprendizaje o se vive cualquier experiencia influye en cómo se codifica en el cerebro. Pueden tenerse recuerdos y aprendizajes sin emociones significativas, pero los estados emocionales aumentan la eficiencia del proceso. Sin embargo, de cara a la utilización posterior de los recuerdos y de los aprendizajes, y al modo en que los seguimos viviendo, no son equivalentes las emociones que generan incomodidad, como el miedo o la aversión, que las que son agradables, como la curiosidad, que activa la motivación, energiza el cerebro y genera sensaciones de recompensa, o la confianza.

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