Trump erra el disparo: más de 36 billones de deuda de EEUU no se secan con aranceles
El cambio de rumbo del presidente, con la pausa arancelaria de 90 días, no da tregua a los mercados porque no desvanece la incertidumbre actual


LondresUna de las muchas explicaciones del presidente Donald Trump para justificar su guerra comercial es que, además de la hipotética reindustrialización del país –una quimera a corto plazo, y habrá que ver qué ocurrirá a medio y largo plazo–, conseguiría ingresos fiscales suficientes para rebajar la deuda federal. Con posterioridad a la supuesta lluvia de dinero que recibiría del exterior –en la práctica, de empobrecidos contribuyentes estadounidenses– podría alargar la bajada de impuestos de los que galleó durante la campaña del 2024 y que sería una continuación de la del 2017. Pero esos recortes, contra lo que decía Trump, añadieron 1 .
Además, ¿son efectivos los aranceles para bajar el déficit, como sostiene el presidente, o cómo decía hasta el miércoles? El Tax Policy Center –uno think tank del Urban Institute y de la Brookings Institution, prestigiosos centros de análisis político y económico de Washington– considera que los aranceles sólo recaudarían alrededor de 2,8 billones de dólares a lo largo de una década. Cifras ridículas para las magnitudes del déficit y de la deuda actual. ¿Cuáles son exactamente?
De acuerdo con el reloj de la deuda de Estados Unidos –no incluye a los llamados pasivos fuera de balance, que algunos economistas han calculado en 70 billones de dólares–, la administración estadounidense tiene unas obligaciones adquiridas hasta este mes de abril que se elevan, en total, a 36,7 billones de dólares. Las fuentes estrictamente oficiales apuntan a una cifra algo menor: 36,2 billones. En ambos casos, son cifras astronómicas. En billetes de cien dólares cubrirían la extensión del terreno de juego del Camp Nou repuesto más de 228.000 veces. El interés medio por servir esta deuda hoy por hoy del 3,2%, la más alta desde el 2010. Pero esta semana, la presión sobre la deuda estadounidense crece. Y hasta junio deben refinanciarse o liquidarse 9,2 billones de dólares.
La deuda se convierte a menudo en un problema político en Washington. Periódicamente, algunos congresistas estadounidenses amenazan con la quiebra del gobierno porque no quieren subir el techo de la deuda. La cifra no supone automáticamente un quebradero de cabeza económico, aunque puede serlo si, como ha apuntado reiteradamente el jefe de la Reserva Federal, Jerome Powell, la tendencia al alza del rojo se hace insoportable porque "crece más que la economía".
Justamente esto es lo que ocurre y lo que indican las proyecciones oficiales. El déficit sobre el PIB del pasado año fue del 6,4%. En total, 1,8 billones de dólares. Y el último informe sobre las finanzas públicas de Estados Unidos, publicado por el secretario del Tesoro el 16 de enero, cuatro días antes de la inauguración de Trump, apuntaba que "la relación deuda/PIB era aproximadamente del 98% al final del ejercicio fiscal de 2024". Y se añadía: "Según la política actual, basándose en las suposiciones de este informe, se prevé que alcance el 535% en 2099. El continuo aumento de la relación deuda/PIB indica que la política actual no es sostenible".
Dicha deuda de más de 36 billones de dólares refleja los déficits presupuestarios anuales que el gobierno federal ha mantenido a lo largo de la historia, prácticamente de forma continua desde 1931. Antes de ese momento, los superávites eran más habituales, aparte de los años posteriores a la Guerra Civil. Una muestra de la situación actual: sólo en los primeros seis meses de este año fiscal (en Estados Unidos va del 1 de octubre al 30 de septiembre), la diferencia entre ingresos y gastos es de 1,15 billones de dólares. Lo de estirar más el brazo que la manga.
Lo ocurrido en el 2017, el aumento de la deuda pese a los recortes de impuestos, puede volver a producirse ahora. El pasado jueves, el Congreso aprobó el proyecto de ley de presupuestos que prevé otra de unos 5 billones de dólares y que, según cálculos de la agencia Reuters, también añadirá 5,7 billones de dólares a las obligaciones financieras del gobierno estadounidense a lo largo de la próxima década. La posibilidad de que la deuda aumente aún más llevó a varios congresistas republicanos a oponerse inicialmente al proyecto ya exigir recortes de gasto aún más profundos.
Con todo, para que se convierta en ley, los proyectos del Congreso y del Senado deben converger y será necesaria una nueva legislación para promulgar los mayores recortes fiscales que Trump pretende. El congresista demócrata Greg Landsman, por Ohio, ha denunciado, desde la red X, que Trump puede "recortar casi un billón de dólares en sanidad". Y se preguntaba: "¿A qué se destina ese dinero? La gran mayoría acude a desgravaciones fiscales para los más ricos del país".
Un plan muy poco genial
A pesar de la gran retroceso de Trump y la pausa de 90 días en la aplicación de los aranceles, a excepción del castigo en Pekín, la incertidumbre continuará en las próximas semanas y meses. La prueba es la caída de Wall Street del jueves, el aumento de la rentabilidad de los bonos estadounidenses, la depreciación del dólar y la apreciación del oro como valor refugio. Todo paraliza la inversión y esparce una negatividad difícil de desvanecer hasta que no haya unas nuevas reglas del juego que no cambien de la noche a la mañana con un capricho expresado en un tuit.
Lo que resulta especialmente importante de lo que se ha vivido la última semana es que el giro de 180 grados de Trump, disfrazado de plano genial por su parte y de sus acólitos, no ha sido querido, sino forzado. No tanto por los estremecimientos de las bolsas, que también, como por el ya mencionado y preocupante aumento de la rentabilidad de los bonos del Tesoro estadounidense a 10 y 30 años, acentuado desde el "día de la liberación" (3 de abril).
El 1 de abril, el bono a 10 años se pagaba al 4,17%. El 10 de abril, en el 4,40%. Como ejemplo del sobrecoste, basta con decir que un billón de dólares de refinanciación al tipo más alto implicará pagar otros 19.856 millones de dólares en los diez años, es decir, el 2% de la deuda refinanciada. Con más intereses a pagar por la deuda, menos posibilidades de rebajas fiscales y ensuciamiento de la edad de oro que Trump prometió al electorado MAGA. Y probablemente crecimiento de la inflación. Desde enero, sin embargo, ha bajado del 3% al 2,39, según el dato conocido el pasado jueves.
Trump también viró el rumbo por otras razones. En general, las reservas en dólares estadounidenses de los bancos centrales del mundo se invierten normalmente en bonos del propio Tesoro de EE.UU., lo que, en teoría, ayuda a reducir el coste de la financiación, tanto de la deuda pública como de la inversión privada en el país. Pero si el encarecimiento de los bonos continúa, la confianza en el dólar tiembla –ya está pasando, porque los mercados buscan refugio en el oro– y su preeminencia como divisa refugio se ve, al menos, amenazada, en unos momentos en que la China y los BRICS quisieran una moneda alternativa para los intercambios comerciales. Todo ello pudo causar una crisis financiera como la del 2008. O peor. Y el único responsable habría sido Donald Trump.
Comentaristas de la cadena amiga Fox indicaban poco después del cambio de la relativa pausa arancelaria ordenada por la Casa Blanc que, contrariamente a lo especulado, la venta de bonos de Estados Unidos –que había hecho subir su rentabilidad– había partido de Japón y no de China. La propia secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, negó el viernes a mediodía, en la conferencia de prensa habitual, esta posibilidad, "hasta dónde yo sé". Los dos países citados, junto con Reino Unido, son los que más tienen, de acuerdo con los datos oficiales del Tesoro.
En este punto, vale la pena recordar que de los más de 36 billones de dólares de deuda estadounidense, 8,6 billones están en manos de gobiernos extranjeros, mientras que el resto lo tienen acreedores estadounidenses, empezando por la propia Reserva Federal. Japón tiene 1,079 billones, China 760.000 millones y Reino Unido 740.000 millones, respectivamente. La lista restante es muy larga: Luxemburgo, Canadá, Bélgica, las islas Caimán, Arabia Saudí, México, Brasil, Irlanda, Suiza, Taiwán, Hong Kong, Singapur, Alemania, Corea del Sur, etcétera.
Pero "cuando otros países tienen deuda federal de EEUU, eso nada tiene que ver con aprovecharse de Estados Unidos", apunta Scott Mahadeo, profesor de macroeconomía de la Universidad de Portsmouth. Como tampoco supone un aprovechamiento tener un superávit en las transacciones comerciales, pese a la retórica trumpista.
Una primera compra en el año 2000
China, con la que ahora Trump hace un pulso de final incierto, empezó a comprar deuda estadounidense en el 2000 (69.000 millones de dólares). Llegó al pico en noviembre del 2013 (1,317 billones de dólares) y ahora tiene 760.000. Entre 2016 y 2023 vendió unos 600.000 millones. Pero Robin Brooks, miembro de la antes citada Brookings Institution, dice que la cifra real es aún mayor, probablemente en torno a un billón de dólares, porque habría que tener en cuenta las sumas desconocidas que Pekín tiene a través de cuentas de custodia en Europa.
¿Por qué China compra deuda de Estados Unidos? Primero, porque el mundo, pese a los citados esfuerzos de los BRICS, todavía tiene una economía dolarizada y, como explica Mahadeo, "el dólar está presente en una de las dos bandas del 88% de todas las transacciones en el mercado de divisas, que mueve un volumen global diario de 7,5 billones de dólares". Y, segundo, porque, sin embargo, Pekín considera que es el mejor sitio, al menos hasta ahora, para invertir buena parte de los 25.000 millones de dólares mensuales de superávit comercial que tiene con Estados Unidos.
La paradoja de toda la guerra actual es que, en la práctica, grosso modo, China ofrece crédito a Estados Unidos para que Estados Unidos siga comprando los productos que produce y que exporta en un volumen que supera anualmente los 300.000 millones de dólares. Uno win-win que Trump no ve así. Al contrario. Y El vicepresidente de EEUU, JD Vance, tampoco. Con sus formas habituales, ha insultado al pueblo chino diciendo en una entrevista en Fox News: "Pedimos dinero prestado a los campesinos chinos para comprar las cosas que fabrican estos mismos campesinos chinos".
¿Se venderá de golpe China los bonos del Tesoro de Estados Unidos como parte de la pugna que mantienen? La respuesta es que no. Además, inundar los mercados de forma abrupta y masiva con sus reservas sería muy autodestructivo. No existe posibilidad de colocarlas. Y, además, si lo hiciera, podría derrumbar el dólar, disparar la rentabilidad de las obligaciones del Tesoro de Estados Unidos, apreciar el renminbi –lo que no está pasando ahora– y, de paso, clavarse un disparo en el pie hundiendo los 3 billones de dólares en activos que China y sus bancos tienen.
La venta de bonos de Japón, según los mismos comentaristas de la Fox, fue una reacción ante la falta de confianza en el amigo estadounidense que ha actuado de toque de atención en la Casa Blanca. "Cuidado, que nos podemos hacer mucho daño todos si el dólar se desestabiliza". Algunos amigos y donantes de Trump, multimillonarios como el gestor de fondos de inversión Bill Ackman, pidieron justamente una pausa arancelaria de 90 días.
Trump y su equipo económico –en caso de que tenga– han establecido una relación causa-efecto entre las estrategias arancelarias actuales y la prosperidad económica de la segunda revolución industrial (1870-1914), sugiriendo que estas tasas a la importación fueron una herramienta fundamental para crear riqueza en el país durante ese período.
Pero, se mire como se mire, las cuentas no acaban de cuadrar si se habla de aranceles. Un presidente como Ronald Reagan –republicano– advirtió ya en 1987 de los efectos perjudiciales de levantar barreras comerciales, como esta semana ha recordado, en un post en la red X, la embajada china en Estados Unidos. Unas palabras que, por otra parte, se inscriben en una época muy concreta, cuando no muchos se olían que el gigante asiático se convertiría en la segunda economía del mundo y luchando por la primera plaza en el siglo XXI. De eso va esa guerra comercial.