Neurociencia

Drogas: ¿sí o no? Repensando la salud mental más allá de las pastillas

La tendencia a reducir las prescripciones de psicofármacos en algunos colectivos convive con la investigación con psicodélicos para ampliar el catálogo terapéutico

Catalunya duplicó de 2020 a 2023 el número de recetas de antidepresivos. En el caso de los menores de quince años se triplicó. Y el consumo de ansiolíticos está desatado en el país. ¿Ese importante aumento del consumo de psicofármacos se ha traducido en que los catalanes sufrimos menos depresión y ansiedad? Pues parece que no: más de un tercio de la población sufría algún problema de salud mental en el 2023, según datos del Sistema Nacional de Salud español.

En este contexto, cada vez hay más conciencia, tanto entre los que toman estos medicamentos como entre los investigadores, que los psicofármacos no siempre son eficaces para todos ni en todos los contextos.

Una parte del problema radica en cómo se descubrieron estos fármacos. "Muchos se diseñaron bajo modelos de enfermedad bastante limitados, como el desequilibrio químico. Han sido útiles, pero los trastornos no se explican sólo por niveles bajos de serotonina. Hay que hablar también de experiencias de vida, trauma o contexto social y psicológico", considera Elisabet Domínguez, psicóloga y doctora en farmacología del Hospital de la Hospital de la Hospital de la Hospital.

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El popular Prozac

Si un fármaco simboliza esta cuestión es el antidepresivo Prozac. Lanzado en los años noventa con una de las campañas de marketing más efectivas de la historia, se interpretó que su efecto antidepresivo provenía de reequilibrar un déficit de serotonina, que se dio por sentado como causa de la depresión. Es decir, llegó antes la gallina que el huevo. Sin embargo, redujo los impactos secundarios de los antidepresivos previos. Y de ahí deriva toda una hipótesis biologicista para explicar los trastornos mentales, que todavía hoy no ha podido demostrarse, pero que ha perpetuado el uso de psicofármacos para ajustar supuestos desequilibrios químicos en el cerebro.

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Si la causa y los mecanismos cerebrales no están claros, el uso sistemático de la medicación se tambalea. Jordi Marfà, psiquiatra con casi cincuenta años de experiencia, lo ha vivido de cerca: "Cada psiquiatra tiene su manera de hacer y su experiencia. Lo que le funciona a uno puede que no le funcione a otro. Actuamos de forma absolutamente empírica ya veces te encuentras cosas sorprendentes". Por ejemplo, los antidepresivos ya se utilizan para tratar ansiedad, insomnio, anorexia y bulimia, trastorno obsesivocompulsivo, trastorno de estrés postraumático, dolor crónico, enuresis infantil o incluso migrañas.

Los psicodélicos como alternativa

"Ante esta situación existen dos caminos complementarios: revisar el papel de los psicofármacos en las estrategias terapéuticas o abrirnos a otras posibilidades, como las sustancias con un pasado, como los psicodélicos", dice Domínguez, que apuesta por este segundo camino. De hecho, centra parte de su investigación en estudiar el potencial terapéutico de la ayahuasca. La idea no es nueva: las comunidades indígenas de la Amazonia consumen esta bebida, elaborada con una liana y un arbusto, con fines sanadores y espirituales desde hace siglos.

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Las investigaciones actuales apuntan a que la ayahuasca puede reducir síntomas de depresión, ansiedad y estrés postraumático, disminuir la activación emocional e incluso ayudar en la adicción a sustancias. El grupo de Domínguez ha visto que también mejora la desregulación emocional y favorece la aceptación y la autocompasión.

Además de las plantas amazónicas existen otras drogas. En Cataluña, el Parque Sanitario San Juan de Dios tiene tres ensayos clínicos en marcha para tratar la depresión resistente con psicodélicos como la psilocibina, presente en algunas setas, y el 5-MeO-DMT, que se encuentra en el veneno de un sapo del desierto de Sonora. Asimismo, el Hospital de San Juan de Reus y la fundación ICEERS publicaron resultados preliminares positivos en un ensayo con ibogaína, un psicodélico de un arbusto africano, para ayudar a pacientes con dependencia a la metadona. Algunas sustancias han traspasado ya la barrera legal.

La esquetamina, un fármaco químicamente similar a la ketamina, se puede utilizar en Europa y Estados Unidos para tratar la depresión resistente. Hospitales catalanes como el de Bellvitge o el Parc Taulí ya lo han incorporado.

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"Los psicodélicos operan de forma episódica y experiencial. Facilitan en momentos puntuales un estado mental que puede desbloquear patrones o pensamientos rígidos y permite acceder a memorias bloqueadas. Se trabaja más en la experiencia que en la química", dice Domínguez. Estas sustancias parecen favorecer la flexibilidad neurológica y cognitiva. Y es que ilegal no debe querer decir peligroso: algunos psicodélicos tienen un perfil de seguridad razonablemente bueno en contextos controlados, lo que no ocurre con el uso recreativo.

"Han sido demonizadas durante décadas por razones no científicas. En los años setenta se catalogaron como drogas sin valor terapéutico. En los últimos quince años vivimos un renacimiento científico", añade la investigadora. "Lo que buscamos es ampliar herramientas, especialmente para aquellas personas en las que los tratamientos convencionales no han funcionado".

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Este interés por actualizar el catálogo de psicofármacos desde el mundo de los alucinógenos se recoge en entidades como la Sociedad Española de Medicina Psicodélica, de la que Domínguez es miembro, y la iniciativa europea Psychedelicare, con Domínguez como coordinadora del nodo español.

Repensar las estrategias

Pero Marfà apuesta por reducir la dependencia de los fármacos actuales. "La mínima dosis indispensable, si es necesario y si se puede. Porque a veces no es necesario medicar", afirma. Señala el temor de muchos psiquiatras a disminuir medicación, sobre todo los de la "antigua escuela". A su juicio, los más jóvenes ya empiezan a plantear reducir dosis o la duración del tratamiento.

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Uno de los motivos para repensar las estrategias psicofarmacológicas es el uso crónico de estos fármacos, cuando no fueron diseñados para ello. No existen estudios sobre los efectos secundarios a largo plazo, y pueden provocar cefaleas, nerviosismo, insomnio, somnolencia, problemas de memoria o temblores.

La psiquiatra británica Joanna Moncrieff, de la Escuela Universitaria de Londres, una de las voces críticas con los psicofármacos, defiende que es necesario poner el fármaco en el centro, en el sentido de que no se puede utilizar a la ligera. En este sentido, el Ministerio de Sanidad ha anunciado una guía de prescripción para reducir y retrasar el uso de psicofármacos, especialmente entre los jóvenes, etapa clave en el neurodesarrollo y en la que son más vulnerables a efectos adversos.

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"Yo lo tengo claro: lo mejor medicamento es una persona. Puede ser un profesional, alguien cercano, quien sea", dice Marfà. Y en la persona se centra un modelo terapéutico revolucionario que busca prácticamente eliminar la medicación y lo hace con algunos de los mejores resultados de occidente en el tratamiento de la psicosis: el diálogo abierto.

Este enfoque reúne a un equipo de profesionales con la persona y sus seres. escuchar de forma horizontal, sin jerarquías. Se busca generar diálogo para que la persona pueda recontextualizar su discurso y comprenderlo.

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Marfà fue pionero en aplicar este modelo en Cataluña, en el Centro de Salud Mental de Adultos 2 de Badalona, ​​durante su etapa de director, con resultados positivos en todos los casos excepto los más crónicos, en personas con trastornos mentales graves.

La atención a la salud mental debe cambiar

Tanto si se trata de reducir medicación como ampliar el catálogo terapéutico, ambas opciones comparten un cambio de fondo en la atención a la salud mental: debe ser otra cosa. Es necesario ampliar el marco para que los problemas de salud mental no dependan sólo del sistema sanitario, sino que también incluyan aspectos como la vivienda o el trabajo. El objetivo es desmedicalizar el malestar y sacar al psiquiatra de la cima de la jerarquía en la atención al sufrimiento psíquico.

El Comisionado de Salud Mental, pese a depender del Ministerio de Sanidad, tiene precisamente ese objetivo. "Sabemos que existe una epidemia de malestar psíquico, pero también sabemos que tiene su origen en problemas sociales que superan las cuatro paredes del Ministerio", dijo la ministra Mónica García durante la presentación de la nueva subsecretaría.

Este cambio de mirada también apuesta por intervenciones grupales y comunitarias, como el diálogo abierto, o los grupos de ayuda mutua entre iguales, donde se disuelve el rol del profesional. Los grupos de escuchadores de voces, personas que escuchan voces, son un claro ejemplo de ese camino.