190 años de Los Caracoles, el restaurante que une Àngel Guimerà con Pep Guardiola
El restaurante de la familia Bofarull celebra su cumpleaños defendiendo la cocina catalana de siempre y recordando su historia llena de anécdotas
BarcelonaLos artistas y espectadores venían a pie desde el Liceu y cuando cruzaban la puerta, ya pedían caracoles. Así nace la leyenda de Los Caracoles, el segundo restaurante más antiguo de Barcelona, siempre en manos de la familia Bofarull desde el primer vaso de vino servido en 1835. Un local especial, puesto que la primera vez que entras no sabes qué te espera dentro. Primero encuentras una barra que podría hacer pensar que es un local pequeño, pero no es así. Después atraviesas la última cocina de carbón de Barcelona, caminando junto a las ollas llenas de caracoles haciendo chup-chup que fascinan a los extranjeros. Y después se van abriendo las salas, a derecha e izquierda, arriba y abajo, en un viaje en el que puedes pasar horas y horas mirando sólo a los cientos de fotografías que nos hablan de casi dos siglos de vida barcelonesa. "Habrá que digitalizarlas y documentarlas, las fotos, porque tenemos tantas que con el paso del tiempo cuesta recordarlas", admite Aurora Bofarull, quinta generación al frente del restaurante. Una mujer que conoce de memoria muchas de las historias de los clientes más famosos que han pasado por ahí. Sin embargo, Aurora se emociona con otros detalles: "Tenemos un matrimonio en el que el señor tiene 101 años. Y no fallan a su cita con nosotros. Lo bonito siempre es el cliente que vuelve. A veces nos llega un matrimonio extranjero grande con una foto impresa suya de hace 30 años. E intento que tengan la misma mesa. Es importante, el trato", dice. Y la cóvido le sirvió para ver que tenía razón: el trato importa. "La pandemia nos marcó. Antes teníamos abierto todos los días de la semana y todas las horas. Podías venir a comer a las cuatro, a las cinco o las seis. Siempre te servíamos. Y de repente tocó cerrar. Pero una vez empezamos a hacer comida para llevar, el cliente siempre pudo abrir una. –recuerda–. Antes teníamos 82 trabajadores y algunos llevaban 40 años trabajando nosotros. Siempre hemos valorado tener trabajadores que se quieren el puesto.
Sólo el histórico Can Culleretes es más antiguo, fundado en 1786, que se encuentra a cinco minutos andando desde la esquina de la calle Nou de Sant Francesc con Escudellers, donde Agustí Bofarull abrió su negocio en 1835, dos años antes del estreno del Liceu. Entonces se llamaba Tarea Can Bofarull y era una local de veinte metros cuadrados en el que vendían vino a granel. "Pero se venía de todo. Pescado, escobas, aceite, jabón o petróleo", explica Aurora. La revolución llegó con el primo hermano de Agustí, Felicià, que había llegado a ser alcalde de la Vila de Gràcia. Un viudo con siete hijos que fue el primero que empezó a servir "cosas para picar a la gente que compraba vino y que podían comer utilizando botas de vino como mesa. Anchoas, sardinas escabechadas, aceitunas... y claro, los caracoles", explica Aurora. Si primero la clientela eran marineros, poco a poco fue acercándose más gente. Con un Gótico que todavía era el corazón económico de la ciudad, Los Caracoles estaba en el lugar ideal para ser descubierto por los artistas del Liceu, que podían cenar aquí hasta tarde. "Lo mejor de todo es que todavía nos visita mucha gente del Liceu. A veces se animan a cantar y los clientes se quedan con la boca abierta", explica Aurora. Éste es un restaurante lleno de vida en el que no todas las historias que han pasado se pueden contar, como reuniones de políticos o famosos que venían con amantes. "¿Qué historia te puedo contar? Lola Flores estaba enamorada de nuestro restaurante y venía mucho. Y tal y como era, más de una vez terminaba bailando entre las mesas", comenta Aurora.
Se podría contar la historia de Barcelona a los más jóvenes haciéndoles sentar en una mesa de Los Caracoles, restaurante que cogió oficialmente ese nombre en 1915 por aclamación popular, cuando ya lo visitaban gente como Àngel Guimerà, Santiago Rusiñol, Antoni Gaudí o los periodistas anarquistas deSolidaridad Obrera, que tenían la imprenta a la vuelta de la esquina. Todo el mundo era bienvenido a un negocio que no paraba de crecer. Adquirieron el estanco de al lado para poder hacer más salas, con la decoración pensada por el patriarca Felicià Bofarull, que iba cediendo paso a sus hijos, Ramón y Antoni. Hermanos que montaron una plancha de cocina en la calle para cocinar "pajaritos, cabezas de cordero y cazuelas de cabeza y pata", hasta que el Ayuntamiento les obligó a mover la cocina dentro, ya que los curiosos tapaban el paso a la vía pública. Entonces la carta ya tenía los suquets, el marisco o la sopa bullabesa que todavía está en la carta tal y como se servía hace un siglo. La Guardia Urbana tuvo que hablar con los Bofarull de nuevo cuando tuvieron una nueva idea: la primera asa de pollos al asto de Barcelona, obra de un ingeniero francés llamado Dardé, que situaron en la esquina para ser vista desde la calle. La gente quedaba hipnotizada por los pollos girando en una época en la que era una novedad. "Durante la Primera Guerra Mundial venían bohemios y periodistas. Vinieron muchos pintores que serían famosos, pero que de jóvenes no tenían dinero. Y se les invitaba a comer a cambio de dibujos. Por ahí pasaron Picasso o Ramon Casas. Mi abuela no veía bien que hicieran dibujos en el mantel o servilletas, y no me conservamos. la Aurora–. Con la Guerra Civil los anarquistas controlaron el restaurante, pero dejaron a mi abuelo al frente. Después, durante la Segunda Guerra Mundial comieron espías de todos los bandos”, dice. También venía La Monyos, personaje popular de esa Barcelona que ya no existe, a la que los Bofarull no cobraban, ya que no tenía un real.
En los años 50 el restaurante levantó el vuelo gracias a Ramon y Antoni. Ramon, conocido como Marquesito Caracoles estaba en la cocina y Antoni, que tenía vena de artista y hacía de actor secundario, "hacía de relaciones públicas". Una fotografía de los dos hermanos sentados en la mesa aún preside una de las salas. Gracias a Antoni, la gente del cine empezó a venir. Los camareros aprendieron palabras en inglés para atender a Ava Gardner, Charlton Heston, Burt Lancaster, Errol Flynn, Gary Cooper o John Wayne. Y también para hablar con los miembros de la Sexta Flota americana que revolucionaron la ciudad a partir de 1951 trayendo tabaco, chicles y nuevos estilos musicales. "Les gustaban muchos las gambas y un buen solomillo, a los marineros", dice Aurora. En las paredes todavía se pueden ver las fotografías de los barcos que tuvieron su base en Barcelona hasta los años 80, firmadas por almirantes muchos de los cuales regresaron al restaurante ya retirados. Por ahí también pasó Jimmy Carter, que traía tanta seguridad que pusieron a los trabajadores unos pinos para dejar claro quién podía acercarse y quién no al presidente, en función del color. La fama de Los Caracoles cruzaba fronteras gracias a gente como el fotógrafo Irving Penn, que hizo un reportaje publicado en Vogue que brillaba la bullabesa, que retrató como si fuera una obra de arte.
La gente del Liceu seguía viniendo, como una joven Montserrat Caballé a la que Antoni pronosticaba con acierto un gran futuro. Los asnos buscan la paz empezaron a venir jugadores del Barça como el propio húngaro Kubala, el gallego Luis Suárez o Ramallets. Y otros futbolistas como el soviético Lev Yashin. El torero y productor de vinos Álvaro Domecq regaló a Antoni un caballo blanco porque estaba muy contento del trato cuando estaba en Barcelona. Y Antoni decidió, durante unos años, bajar a trabajar a la casa de Bonanova del productor con una calesa que llevaba él mismo y se detenía en la Boqueria para comprar. Una imagen que muchos barceloneses recuerdan, puesto que entonces ya quedaban pocos caballos en la ciudad.
Tan famoso era el restaurante, que en los años 60 llegó una joven filipina, hija del jefe de la policía de Manila, que hacía un viaje con dos objetivos principales: visitar la Sagrada Família y conocer a Los Caracoles. Y bien que conocería el local, ya que se casó con Agustí Bofarull, cuarta generación de la estirpe junto al Feliciano, que murió hace pocas semanas.
Una lista de VIPs que impresiona
Aurora Bofarull fue la primera de la quinta generación que se puso al frente del negocio, que ahora lleva junto a su hermano Ramon, y dos primas, Cristina y Yolanda. Todos heredaron un local lleno de recuerdos, ya que su abuelo Ramón se hizo imprimir unos papeles con una caricatura suya de fondo para que los famosos firmaran las fotografías que se tomaban. Por eso es buena idea perder un rato por las salas, buscando historias y descubriendo que la plantilla del Gotemburgo comió aquí sin saber que el Barça les eliminaría de la Champions con tres goles de Pichi Alonso en 1986. Por ahí han pasado Capri, que era amigo personal de los Bofarull, o la siempre añorada Mary Santpere. También han pasado músicos de todos los estilos como Mark Knopfler, Antonio Machín, Charles Aznavour, Julio Iglesias, Joséphine Baker, Carmen Amaya, Lenny Kravitz, Eric Clapton. E incluso actores y otros famosos como Alain Delon, Catherine Deneuve, Giorgio Armani, Jacques Chirac, Roberto de Niro o Joan Miró. No es ninguna leyenda que Salvador Dalí disfrutaba con los caracoles, como recuerda una foto de él acompañado de la Gala y de Christrian Dior. Un local que sobrevivió a los complicados años 80, cuando la droga castigaba al barrio, pero que renació con los Juegos Olímpicos de 1992. Muchos deportistas celebraron sus medallas aquí, en una época en la que también vendían Johan Cruyff y jugadores del Dream Team, o Jordi Villacampa y el Joventut, así como el alcalde.
En Los Caracoles, la carta se va renovando pero se mantiene los clásicos, como estos caracoles con el sofrito de tomate y cebolla, cerdo y especias, siguiendo la receta que ya hacía Felicià Bofarull en el siglo XIX O los macarrones del cardenal, la paella, y de postre, el pijama. Y como no, los pollos asados, uno de los orgullos de la casa, ya que siguen girando como hace un siglo. Como dice Aurora, "algunos platos llevan 100 años en una carta que va variando en función de la demanda, sin abandonar la idea de proximidad y cocina catalana" que valoran cocineros como Ferran Adrià, que siempre que puede volver.
Los Caracoles ha llegado a los 190 años con una sexta generación que de momento todavía no trabaja. "Ahora que se formen y trabajen en otros lugares", explica Aurora, que dio el pistoletazo de salida a las celebraciones con un mensaje en las redes de un cliente que añora los caracoles ahora que vive lejos: Pep Guardiola.