El radar suculento

"¿Me lo puedes decir en castellano?" El catalán en la restauración, en peligro de extinción

Cada vez es más difícil encontrar restaurantes en los que tengan las cartas en catalán o entiendan el idioma

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Una terraza de la Rambla de Barcelona.

BarcelonaEsto me ha pasado a mí, pero nos ocurre a todos. Tres episodios en orden cronológico y en tan sólo quince días. Vamos:

Visito un restaurante que acaba de abrir en el centro de Barcelona, ​​ya que me han explicado que han hecho una apuesta por la cocina catalana y quieren servir las recetas que ya son imposibles de encontrar en el Gòtic, como ahora un fricandó o caracoles en la lata. Me siento en una mesa y viene una camarera muy diligente. Me da la carta, y le pregunto por sus recomendaciones. Respuesta: "Soy italiana y no entiendo el catalán. ¿Me lo puedes decir en castellano?" Pienso que es una calamidad para el restaurante que hagas gala de las recetas tradicionales y que la persona que te atiende te pida que le cambies de idioma. Así que una, que ya está hasta la barretina, le dice que no, que lo que va a hacer es hablarle en catalán pero poco a poco. Cara de pánico por parte de ella (que en el resto de funciones hizo un trabajo impecable). Lo entendió todo, claro.

Segundo acto. Voy a un nuevo sitio de moda que acaban de inaugurar. Un espacio que atrae sobre todo guiris y amantes de los beach clubs, donde para mi gusto ponen la música demasiado alta, pero no se puede opinar de los sitios sin haberlos pisado. Cuando abro la boca el camarero me mira con ojos abrumados: "¿Eso que hablas es catalán?", pregunta. Su mirada de sorpresa y curiosidad me hace sentir a Copito de Nieve. Me dice que él no le entiende. En ese caso, también es italiano. Le digo que, si habla italiano y castellano, si lo quiere, no le costará nada. No me entiende, así que se lo digo directamente en italiano, a ver si consigo tener más éxito y seducirle para sumar a un hablante más. Lo que pretendían hacer la lengua simpática las campañas de política lingüística, de las que ya estamos disfrutando desde el pozo de los extraordinarios resultados. Luego creo que será una tarea muy difícil que este chico aprenda catalán porque, como se ha hecho evidente, hasta ahora sólo le había hablado en catalán yo.

Una esperanza que se deshace como un azucarillo de azúcar

Continuamos. Visito el nuevo mercado de moda de tenderetes. Hago gasto en cinco sitios. Todos se dirigen de entrada en castellano. De éstos, tres me entienden cuando hablo en catalán y una cambiará al catalán. En cuanto a los otros dos, una chica acabará entendiéndolo después de un par de repeticiones y la segunda directamente no pescará nada. Sin embargo, cuando la situación comunicativa ya estaba teniendo el destino del Titanic, desde el fondo de la cocina una cocinera templada le traduce lo que estoy diciendo con una carcajada. Entonces la chica se sonroja y se disculpa. "Perdón, todavía no entiendo el catalán", dice. Y yo, acostumbrada a ver mis derechos lingüísticos tan arrugados y pisados ​​como si pasara por Fred Astaire por encima, me siento satisfecha de ver que al menos la otra persona te reconoce. "Ha dicho todavía!", pienso. Una chispa de optimismo me hará pensar que quizás hay futuro. Esta hebra de esperanza no durará mucho, claro.

Como pobre catalanohablante del área metropolitana estoy tan acostumbrada a estas situaciones que en el final el listón (al parecer, inalcanzable nivel Duplantis) lo tienes puesto en que te entiendan, no que te hablen en catalán. Y hay días que emprendes la batalla, y muchos otros que, sin ánimo, te sientes derrotada y terminas cambiando de idioma. Estas situaciones pueden ser más o menos tensas, pero siempre dejan mal regusto de boca ya menudo te hacen sentir como si el excluyente fueras tú. me he quejado, hay restauradores que alegan que la falta de personal no les permite elegir. otros (muchísimos) en los que para sorpresa de nadie ni siquiera los tienen. inglés. ¿No quieres caldo? Tres tazas. Ya me perdonará, queridos lectores, porque yo soluciones no tengo, pero sí tengo la suerte de tener ese altavoz para denunciarlo y para afirmar rotundamente que ya hay un harto.

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