Dé una oportunidad a las bebidas a granel. Hay bodegas donde puede comprar vino, vermut o cerveza con su propia botella de casa y reutilizarla una y otra vez.
El vino de una tierra remota
Esta garnacha es fina, es respetuosa, cuando nos la ponemos en la boca, y tiene una untuosidad que nos charla la lengua alegremente arriba y abajo
Adalta
- Variedad: garnacha blanca
- DO Terra Alta
- Añada 2019
- Productor: Terra Remota
- Para tomar solo, escuchando a Dancing queen de los suecos Abba o leyendo Cómo explicar este país a los extranjeros , de Mathew Tree, comprado en la librería Foster and Wallace, de Vic.
A veces, en la literatura, me gusta lo que llamo “visión periférica”. Un autor se arraiga a un sitio y escribe en la lengua del sitio. Pero no deja de tener unos orígenes que le hacen quizás ver las cosas desde otro punto de vista. El ejemplo perfecto, de esta idea, puede ser el escritor de origen británico Mathew Tree, que escribe sobre nosotros en lengua catalana, o el escritor de origen japonés Kazuo Ishiguro, que escribió, en lengua inglesa, obra definitiva sobre la principal “institución” británica: los mayordomos.
En el vino, pienso que puede pasar lo mismo. Alguien llega a esta tierra de vinos que es Cataluña y decide hacer vino, con las variedades autóctonas de cada zona. Lo mira desde dentro, y lo mira desde fuera. Dentro está la verdad, fuera la admiración. Es el caso de la bodega de hoy, Terra Remota.
Marc y Emma Bournazeau podemos decir que son “ampurdaneses de adopción”. Es decir, son una variedad foránea pero que se han adaptado tan bien al suelo que quizás podemos empezar a llamarlos “autóctonos”. Desde el 2002, en el Empordà, muy cerca de la frontera francesa, con la Costa Brava a la vuelta de la esquina, tienen la bodega, de estas bodegas de hormigón, de formas rectas y austeras, que procuran no perturbar demasiado el paisaje, al contrario, integrarse.
Desde la sierra de la Albera descubrieron otra zona vinícola: la Terra Alta. Si eres elaborador y pisas la Terra Alta, debes ser una piedra para no enamorarte. Decidieron que allí harían un vino. Y es lo que tenemos en la copa.
Este vino, terraltín cien por cien, es una garnacha blanca cien por cien. Para los juguetones, pues, es perfecto para entender, por –y el verbo es exacto– captar la variedad. La garnacha blanca, y ésta, la del vino Adalta, concretamente, te lleva a un ramo de flores y hierbas medicinales. El azahar y la manzanilla, ambas. Y frutas cítricas. Cada garnacha que pruebe expresará el lugar de donde proviene. Ésta es fina, es respetuosa, cuando nos la ponemos en la boca, y tiene una untuosidad que nos charla la lengua alegremente arriba y abajo. Ya saben ustedes que si prueban vino pueden hacer ruido y nadie les llamará la atención.
Yo me la tomaría con un pollo de verdad, con mantequilla de hierbas, o con una ensalada de frutos secos y orejones, como una tímida y esperanzada entrada en otoño. O con un pez en el horno de aquellos que tienen cama de patatas. Brindaría con la garnacha de hoy y seguidamente cogería esa patata, la patata que ha quedado enganchada a la bandeja, más tostadita. Y sería feliz.
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