"Si no me esfuerzo un poco, nuestra hija puede que ni hable mi lengua"
He vivido en un hogar bilingüe como tantos en Cataluña, y ahora me propongo reproducir el éxito en mi casa con el catalán y el portugués
BarcelonaTener una hija con doble nacionalidad catalanobrasileña es imaginar su primer Sant Jordi y también sus primeras fiestas Juninas, o morirte de ganas por hacer cagar el tió juntas mientras inevitablemente entra en tu vida Papá Noel, a pesar de que te habías resistido hasta ahora. Es saber que el Carnaval nunca podrá competir con el Carnaval que lo paraliza todo en la tierra de su padre, o pensar que oirá hablar a menudo del seny i la rauxa mientras siente en propia piel qué es eso de la saudade.
Desde que Elis llegó al mundo no hace ni un año todavía, me doy cuenta más que antes de que el nuestro es un hogar siempre pendiente de dos relojes: el que nos marca las rutinas y actividades diarias y el que nos dicta la hora de hacer una videollamada con la abuela (sí, lo de las distancias hace que las pantallas no puedan estar vetadas al 100%).
Nunca hasta ahora había pensado tanto en nuestra condición de matrimonio mixto, quizás porque mi compañero tiene un dominio del catalán tan bueno que a veces hace que olvide que hace diez años vivía en Sao Paulo y no aquí. Pero ahora que somos una familia de tres, soy más consciente de que el nuestro es (y será) un hogar donde conviven culturas, se mezclan tradiciones y por supuesto se hablan dos lenguas: el catalán y el portugués.
Que nuestra hija no sólo pueda comunicarse sino que cree vínculos fuertes con la abuela, los tíos y todo el universo de parientes brasileños es innegociable y yo, que siempre he sido de necesitar padres, hermanos y amigos cerca, ahora miro de compensar el privilegio que siento por dónde hemos elegido vivir. Supongo que es normal que criar a una hija te lleve a imaginarla en espacios donde tú has vivido y has sido feliz: esa casa, ese parque, incluso esa escuela entrañable… En nuestro caso, uno de los dos no podrá tener esa experiencia. “Si no me esfuerzo un poco, nuestra hija puede que ni hable el portugués”. La frase, en medio de una conversación con mi marido no hace mucho, me removió. ¿Qué pasaría si estuviéramos en Brasil y la situación fuese al revés?
Hogar bilingüe
Yo que vengo de un hogar bilingüe como tantos en Cataluña —catalán con papá, castellano con mamá— me he propuesto reproducir el éxito en mi casa. ¿Cuál debe ser nuestra lengua vehicular común? He dado muchas vueltas, y al final me he rendido al multilingüismo: yendo bien, ella hablará al menos tres! Nos imagino sentados en la mesa y que tanto el catalán como el portugués vayan fluyendo casi sin darnos cuenta de qué lengua estamos hablando (eso ya ocurre a menudo).
A mi marido es a quien le toca ser terco y mantener la lengua (¡en este caso el portugués!), un poco el mismo encargo que tenemos los catalanohablantes cuando salimos de casa. Pero yo quiero contribuir activamente a que salgamos adelante y, por eso, celebro cada pequeña victoria como que Elis ya parece entender que bater palmas significa golpear las manos. Y sí, confieso que ya tengo el Mic en el cancionero habitual de Spotify, pero también recito de memoria algunos estribillos de canciones de Mundo Bita, lo más parecido que he encontrado a El Pot Petit brasileño.
He rastreado los lugares donde hacen el mejor pao de queijo de Barcelona (vale, esto ya lo empecé a hacer antes de ser madre, lo confieso) y sé que hay una comunidad de pequenhos brasileirinhos para compartir momentos de ocio y aprendizajes. De momento, en el móvil ya tengo una nota con los cuentos infantiles que me gustaría traer a casa estas Navidades, que será el primero que pasaré lejos de Barcelona para que Elis pueda vivir su primera Navidad en Brasil.
Será emocionante. Tengo ganas de que la conozcan y de que empiece a tejerse ese vínculo con el país que debe acompañarla siempre. Que los paisajes del cerrado de Goiás le sean familiares, que incorpore la pamonha en el repertorio de recetas que son mejores si se elaboran en familia (como ocurre con los panellets) y que se lama los dedos con los brigadeiros. Supongo que, resumiendo, me gustaría que cuando le hagan deletrear su nombre —pasará a menudo, temo—, la bolsa nueva de la gran Elis Regina no le sea una banda sonora extraña.