Por dónde empiezo

Separarte lleva tiempo… y te aporta tiempo

En los últimos meses he ido al teatro, al cine, a conciertos, he terminado todos los libros que he empezado, he cenado con amigos y amigas y he dormido hasta tarde cuando he podido

BarcelonaLo primero que aprendí cuando fui madre por primera vez, hace ya más de doce años, fue a amar el tiempo. El tiempo para todo: para descansar, para el ocio, para perderlo, para cuidarse, para hacer lo que no te gusta… El concepto cogió una nueva perspectiva, mucho más realista que la época anterior. Recuerdo que me llegué a plantear qué había hecho con mi tiempo durante la década de los veinte a los treinta años porque la queja de no tenerla era recurrente. Vivía engañada pensando que no podía hacer demasiado más que trabajar y sí, es cierto que me ocupaba horas, pero… ¿tantas?

El primer hijo te enseña que no es exactamente así, sino que lo que te pasaba es que todo por lo que sientes que no tienes horas no es una prioridad para ti. Porque con un bebé en casa te ves obligada a sólo atender lo urgente y dejar en otro plano todo lo demás aunque también sea importante. Con el segundo, el tiempo vuelve a reducirse; no sé si en la mitad o en una cuarta parte, y con la tercera, el concepto queda diluido a la mínima expresión.

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Sin pensar que haces ninguna heroicidad (¡cuántas antes han hecho como tú!), tiras. Renuncias a las aficiones, a la cultura, a la familia (la más extensa) a leer, a estudiar, a cuidarte, a mirar películas… Priorizas lo que de verdad vale la pena y es insustituible. Al resto, le dedicas pocos minutos. Los justos para que no se estropee nada y no quedarte con la sensación de que la vida pasa mientras tú cambias pañales, haces dormir a niños y planificas comidas (saludables, sobre todo). Que sí, que esto también es la vida, ya lo sé, pero ya me entiende.

Y vas haciendo hasta que un giro de guión te lo hace recuperar. El tiempo, quiero decir. Eso sí, y es lo mejor de todo, con la experiencia acumulada a los cuarenta años y la eficiencia implícita en el triple diploma de madre. No es gratis, claro. Para ello renuncias a muchas cosas que también te gustan y echas de menos. Pero también está bien intentar encontrar el punto positivo en un proceso de separación, ¿verdad?

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En los últimos meses he ido al teatro, al cine, a conciertos, he terminado todos los libros que he empezado, he cenado con amigos y amigas, he conocido a gente nueva. He estado sola, he tocado el piano, he disfrutado de los desayunos en silencio y he dormido hasta tarde cuando he podido. También he trabajado, lo que más, sin mirar al reloj ni sufrir por las acogidas sobrevenidas y me he implicado (eso como siempre) en la escuela y otras luchas compartidas.

La mejor red del mundo

Separarte lleva tiempo… y te aporta tiempo. Y sin darte cuenta, puedes con casi todo lo que te proponen. Bien, esto no es verdad. Sí me he dado cuenta. Aparte de un trabajo que te permite hacer equilibrios con todo, tomas conciencia de que todo esto no sería posible sin una familia –toda entera, pero sobre todo unas hermanas y unos padres– que han hecho equipo para apoyarte incondicionalmente en los últimos meses , y unos amigos y amigas que han estado allí aguantándote todas las subidas y bajadas de tu montaña rusa particular sin quejarse.

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Son los mismos que se adaptaron a tu ritmo hace doce años, que reservaban mesa cerca de tu casa por si a media cena tenías que salir al rescate del bebé hambriento de turno o que no se enfadaban si cambiabas planes en el último momento. Los mismos que planifican ahora los encuentros familiares tus fines de semana con hijos, adaptan las quedadas los días que no tienes guarda, se cambian sus turnos para coincidir y te acompañan en esta nueva etapa de extremos. Recuperar el tiempo no sólo me hace sentir afortunada de disponer de la energía necesaria para llenar la agenda; me hace sentir más que privilegiada: tengo la mejor red del mundo.