'Worldschoolers', familias que huyen del sistema educativo
Cada vez más familias catalanas deciden hacer del mundo un aula y educar viajando mientras escapan del estrés, de los horarios escolares rígidos y de un sistema educativo que no conecta con sus prioridades
BarcelonaA las cinco de la mañana, el sol ya baña la autocaravana donde duermen Silvia, Javi y Astrid. Delante suyo, bosques nebulosos y plantaciones de café de El Salvador se sacuden la noche y Astrid, de siete años, ya ha abierto los ojos. Sabe que hoy visitará un volcán. Se levanta sola —como hace casi todos los días desde que empezó una vida itinerante— y, sin prisa, se viste, se hace la cama, se lava la cara. Busca los prismáticos, prepara la botella de agua, ajusta las cintas de la mochila. Después, sale a comprobar si la otra familia con la que subirán el camino ya está a punto.
Hace dos años que no va a la escuela, pero cada mañana sale con sus padres a explorar como si el mundo fuera un gran patio de descubrimiento. Hoy toca una lección magistral de geología sin horarios ni pupitres. Mañana, quién sabe. "Se despierta siempre con ganas de ver qué hay. Si estamos en una playa, sale a ver si hay cangrejos. Si estamos en un pueblo, quiere saber quién vive", explica la madre, Silvia Boladeres.
El tiempo como tesoro perdido
Pero esa vida seminómada nació de una ausencia. "Cuando tienes una criatura, el tiempo pasa volando. Llega un día en el que te la miras y te preguntas: cuando ha crecido, si ni me he dado cuenta, ¿por qué nos pasamos la vida trabajando y no vemos a nuestra hija?", dice Boladeres. En el 2023 dejaron el trabajo, la rutina y los abuelos, que al principio no lo veían claro. Se encaramaron en una Peugeot J5 del 93, sin electrónica y con treinta años a sus espaldas. La bautizaron como "La Velleta". "Antes ya viajábamos, pero once meses trabajando y un viajante no era suficiente", sostiene Javi Tuñón, padre de Astrid. Dicen que ahora ha encontrado tiempo de calidad, caminos de montaña, lagos turquesas y cielos abiertos. Hace una semana estaban en Honduras. La próxima semana, partirán hacia el sur, dejando huella de sus movimientos en las redes sociales de su comunidad digital, TravelRoute.
Para Boladeres y Tuñón, vivir en casa era "pagar, pagar, pagar". Siempre había una reunión, prisas, una cena pendiente y decenas de facturas. "La sociedad te arrastra a tener muchos gastos y los planes con la gente suelen acarrear consumir". Años atrás habían aprovechado cualquier excusa para hacer mochilas y viajes de bajo coste. Pero, una vez fueron padres, el desencaje con aquella vida convirtió una idea en urgencia: "Queríamos pasar tiempo con ella, con nosotros, detenernos". Y lo hicieron. En el 2023, cuando Astrid tenía cinco años, alquilaron su casa y se marcharon sin saber cuándo volverían. Esto que hacen tiene un nombre: worldschooling.Una forma de crianza y educación donde el mundo es el aula, los nuevos lugares los libros de texto y los vínculos familiares el centro del aprendizaje. mundo hay muchas maneras de vivir más tranquilo y feliz", concluye la maestra. "Pero no le digas a nadie que lo haga... ¡que ya somos demasiado!", suelta Tuñón, medio en broma, medio en serio. Antes parecía una excepción, ahora las familias que desconectan del calendario escolar se multiplican.
Luces y sombras de una vida nómada
Algunas familias worldschoolers encajan dentro de la categoría de los nómadas digitales: profesionales con trabajos deslocalizados que viven en movimiento, trabajando desde cualquier rincón con conexión. Un estilo de vida que arrastra varias polémicas. Su presencia en determinados sitios –a menudo ahogados por la masificación turística– ha sido señalada como un factor de presión sobre los precios de los servicios y, sobre todo, de la vivienda. Según la antropóloga Fabiola Mancinelli, que ha estudiado cómo el trabajo remoto impacta en las ciudades globales, la paradoja es que, con frecuencia, los nómadas digitales reproducen desequilibrios: a menudo proceden de países capitalistas y obtienen mayores ingresos respecto de la comunidad donde se establecen, donde la vida es más barata, y no siempre tributan allí donde viven, ni contribuyen plena.
Los caminos del worldschooling y del nomadismo digital pueden cruzarse, pero a menudo no comparten todo el trayecto: la mayoría de las familias entrevistadas en este reportaje tributan en Cataluña o, en el caso de Myriam Fabregat, creadora de Nosotros4viajemos.es, en Alicante, y ninguna de ellas vive rodeada de lujo. Sin embargo, la pregunta es legítima: ¿no es ésta una opción reservada a una clase media acomodada que se disfraza de libertad mientras ignora desigualdades más profundas? Quizá sea una verdad parcial y donde caben matices. "Algunos modelos de familias viajeras parecen 'pijos', pero la mayoría no son así", admite Fabregat. Reivindica que el worldschooling no es ningún romance fácil ni opulento: lo más exigente es cuidar a los hijos las 24 horas y asumir la responsabilidad plena de su crecimiento y educación, sin delegarla "La realidad es que entre los worldschoolers hay mucha gente sencilla persiguiendo una vida alternativa que es viable para familias de economía media y baja", concluye la profesora.
Javi Tuñón lamenta que muchos creen que son ricos, una percepción que, dice, no se ajusta a la realidad. "No estamos en un resort con pulserita; estamos criando a nuestra hija", reivindica. Explica que, lejos del lujo que a menudo se presupone, viajando gastan mucho menos que viviendo en una casa fija, especialmente si tienen un consumo moderado de gasolina porque se mueven poco a poco.
Este no es el caso de la Family Van Expedition, obligados por contrato a desplazarse constantemente para crear contenido: "Puede ser agotador", dice la creadora de la comunidad, Núria Gomà. A cambio, pagan los viajes y permanecen 24 horas con sus hijos. Los hacen escuela todos los días a través de la plataforma Smartick y aseguran que viajar mujer a los pequeños "un gran bagaje". Sin embargo, no pierde de vista que pagan todos los impuestos en Catalunya y trabaja duro: "No vivimos del aire, ni publicamos todo ese contenido por amor al arte".
Max López, que vive exclusivamente del blog Familias en Ruta, lo ha comprobado a lo largo de los años: "Tenemos un margen de libertad que a menudo nos negamos, y palpar la diversidad cultural sí es una riqueza que no es material". Según él, el modelo de la Green School de Bali —una escuela internacional de élite en la que estudian los hijos de trabajadores de Meta o Google— es la excepción más visible, pero no la norma. "Hay otras muchas maneras —dice—, también existen pequeñas escuelas y grupos de crianza autogestionados a precios reducidos."
Dos de las familias entrevistadas se mueven con algunos ahorros, reinventándose laboralmente con oficios portátiles o haciendo temporadas de trabajo en el extranjero. En países donde carecen políticas claras, los vacíos legales alimentan críticas sobre una movilidad que no deja de llevar el sello de ciertos privilegios, a pesar de tener una voluntad de ruptura para rehuir la precariedad y pasar buena parte de su tiempo, comiendo, cocinando, descansando, trabajando, conociendo a gente y, sobre todo, estando con sus hijos.
Cuando el mundo es el aula
Sea como fuere, el boom de los worldschoolers es indiscutible. La socióloga Jennie Germann Molz, profesora en el Colegio de Holy Cross, empezó a estudiar el fenómeno en el 2010, cuando era cosa de rebeldes contraculturales. Casi quince años después, sus libros The World is Our Classroom y Extreme Parenting and the Rise of Worldschooling señalan un giro de fondo: la escuela tradicional ya no es el único sitio donde se puede aprender. "Muchas familias no huyen solo del sistema educativo, sino de un estilo de vida que no les deja ver crecer a sus hijos", explica. Si bien es difícil conocer con exactitud el número de familias itinerantes, uno de los principales grupos privados de Facebook dedicados al worldschooling supera ya a los 72.000 miembros.
Carla Martínez, madre worldschooler desde 2018 y fundadora de Planeta Worldschool —la primera y única plataforma en castellano dedicada a las familias que educan mientras viajan—, asegura que hay una presencia notable de familias catalanas dentro de la comunidad: "Es verdad que en Cataluña se mueve mucho, hay un porcentaje bastante alto de familias catalanas". Ella misma recorre el mundo en autocaravana con su pareja y sus dos hijos, y hace tiempo que observa cómo el movimiento se expande. Desde su ventana al mundo —con recursos, asesoramiento y una comunidad de casi 900 miembros en Facebook, un grupo activo en Telegram y más de 2.000 suscriptores en su lista de correo—, detecta una pulsión creciente: el deseo de salir del guión y, al mismo tiempo, conectar a familias que, viajando, necesitan resolver dudas y hacer red.
Educar a la intemperie cuando el viaje es interior
En 2018, Carla Martínez emprendió un viaje con su pareja y sus dos hijos que, en un principio, debía durar sólo unos meses: querían visitar escuelas libres en la Península y escoger un lugar donde arraigar. Pero ese viaje les desplantó del todo. Mientras escribía su tesis doctoral en física, Martínez se dio cuenta de que aquello no le llenaba. Actualmente se financian, sobre todo, de clases de español online y trabajos de temporada en Noruega, en verano. "La sociedad nos empuja a correr, pero yo quería lo mismo que le estaba ofreciendo a mi hijo: tiempo para descubrir quién soy". Lo vendieron casi todo, camperizaron una furgoneta y empezaron a explorar iniciar un viaje no sólo físico: una manera de habitar el tiempo, de darle espacio a la curiosidad y al imprevisto.
Un año más tarde, Planeta Worldschool empezó a tomar forma después de asistir, casi por azar, a un congreso internacional de familias worldschoolers en Tailandia, organizado por Lainie Liberti —una de las impulsoras del movimiento a escala global. Allí descubrieron que existía todo un universo paralelo: familias de todo el mundo que, sobre todo, compartían el anhelo de educar en libertad mientras aprovechaban cada lección que ofrece el mundo. "Fue como una explosión en la cabeza; eso era lo que buscábamos, pero no lo sabíamos." Liberti les propuso coordinar el siguiente congreso en el Estado y así nació la rama hispana de esa comunidad que no ha parado de crecer.
Una escuela fuera de los márgenes: legalidad e incertidumbre
Algunos de los niños que aparecen en este reportaje mayores de seis años —edad a partir de la cual es, por ley, obligatorio ir a la escuela—, están inscritos en un centro educativo, pero se han coordinado con ellos para, en remoto, llevar adelante este estilo de vida. Dicho esto, a medida que el worldschooling gana visibilidad, también emergen incertidumbres legales que planean como un telón sobre las familias que optan por él. lo confirman: el número de alumnos de primaria y ESO inscritos en el CIDEAD no sólo no ha crecido, sino que ha disminuido ligeramente en los últimos años. "modelo academicista" que impera. Viajando, la crítica toma cuerpo y, para muchas familias, también es epistemológica.
A medida que el worldschooling se hace visible, también aflora el vacío legal que le rodea: en España, ir a la escuela es obligatorio entre los 6 y los 16 años, pero no hay ninguna vía clara que reconozca ese estilo de vida. La única opción oficial es CIDEAD, un sistema pensado para trasladar la escuela convencional a casa que a menudo no encaja con el ritmo itinerante de las familias. Algunas optan por inscribir a los hijos en escuelas internacionales online , las llamadas escuelas paraguas, o bien combinan soluciones: escolarización temporal en centros locales, tutores del país, comunidades viajeras que organizan actividades compartidas. Sin embargo, el encaje legal sigue siendo frágil. Según la abogada Amaya Cáceres, el Estado no ofrece alternativa clara, y la validación de estudios depende a menudo del criterio arbitrario de un funcionario. "En Catalunya, sin embargo, la fiscalía suele mirar hacia otro lado, siempre que no haya denuncia", asegura Cáceres. Así, muchas familias se mueven en una alegalidad tolerada, que sólo se tambalea cuando alguien decide señalar. Y mientras, reclaman un reconocimiento formal de su derecho a educar sin raíces fijas.
Sin embargo, también buscan momentos de pausa y cierta estructura. Cada martes, Astrid se conecta al Dinoclub, un espacio virtual autogestionado por familias: "Cada semana investigan un tema —un animal, una planta, un dinosaurio— y después lo presentan. Puede ser un cuento, un dibujo, un vídeo. Es muy libre, pero también colaborativo. Los mismos niños conducen la sesión. El resultado es una forma de ' curiosidad y la iniciativa propia.
La creadora de la plataforma. Planeta Worldschool, Carla Martínez, coincide: "Aunque das clases online, es inevitable que te impregnes del lugar donde estás". Se autoencajan dentro de la categoría del 'unschooling radical': "Vivimos, y cuando hay un interés, le acompañamos". No hay una hora para leer, pero leen todos los días. Algunas noches, los pequeños piden realizar sumas y multiplicaciones. Ahora bien, ¿cómo hacerlo con los títulos si los niños quieren hacer bachillerato o ir a la universidad? No sufren para el mañana: están convencidos de que siempre es posible acceder al sistema.
Cerrar la puerta, abrir el mundo
Para Sílvia Boladeres, esta vida es una forma —idealizada pero cansada— de comprar tiempo. Tiempo con su hija y tiempo para aprender del mundo sin prisas. El worldschooling, dice, no es sólo una alternativa pedagógica, sino un intento sincero de desobedecer el estrés y hacer del vínculo una prioridad. Pero no todo es de postal: sin una mirada crítica, el sueño de criar sin reloj puede convertirse en una burbuja reservada a unos pocos. Quizá por eso la lección más honesta que deja esta manera de vivir es que no es necesaria una furgoneta ni una ruta exótica para empezar. A veces todo empieza con una pequeña revuelta: no hacer nada un miércoles y dejar que la tarde se llene sola.
Cuatro familias itinerantes catalanas
TravelRoute
Maestra de profesión, Silvia Boladeres se embarcó en un proyecto de innovación pedagógica antes de ser madre. Coordinaba el equipo directivo de una escuela y asumía un rol que exigía horas, energía y compromiso. me quedé cuatro años más, mientras Javi salía de casa por la mañana y volvía al anochecer: veía a Astrid sólo a la hora de cenar", recuerda ella. Ahora lideran la comunidad digital TravelRoute.
Nosotros 4 viajamos
Myriam Fabregat y su pareja son maestros de secundaria y creadores de Nosotros4viajemos.es. Recuerdan cómo en el 2013, cuando se marcharon con sus dos hijas de 2 y 4 años para un viaje de seis meses, no conocían prácticamente a nadie que viviera así. "Era ir mucho contra corriente", dice. Ahora, sin embargo, la marea ha subido. El mapa se llena de familias que, como ellos, ruedan mundo buena parte del año aprovechando excedencias, veranos e intermedios laborales o dejándolo casi todo atrás.
Familias en ruta
El caso de la comunidad Familias en Ruta, gestionada por Max López, es paradigmático. Lleva quince años viviendo y promoviendo este estilo de vida y su blog es hoy un altavoz de miles de familias de todas partes que comparten itinerarios. Con base en la Garrotxa, con sus dos hijos de ya 14 y 18 años y Susagna Galindo, su expareja, han pasado tres inviernos en la India, escolarizando a sus hijos en Goa mientras trabajaban en remoto. Ahora, vivir viajando ya no es patrimonio de unos pocos: "El mundo se ha vuelto más pequeño, más cercano, y la información, más libre; las familias que antes eran una rareza ahora forman una comunidad que crece y se encuentra", explica López, que actualmente quiere establecerse en Irlanda con su hijo manteniendo viva a la comunidad online, que ya supera los 21.000.
Family Van Expedition
FamilyVanExpedition son referentes de una nueva generación de familias nómadas que han hecho de la carretera un hogar. Ella, ex-banquera convertida en kitesurfista profesional y él, bombero y piloto de drones, empezaron a vivir viajando con una furgoneta 4x4 -una Iveco Daily camperizada- durante la pandemia. El proyecto tomó forma a lo largo de Islandia, Marruecos y varios países europeos con sus dos hijos, que entonces tenían uno y tres años. Desde 2021 documentan su día a día en Instagram (con 179.000 seguidores) y en YouTube (33.000), plataformas que les generan ingresos gracias a patrocinios y colaboraciones. Sin embargo, su sueldo principal proviene de Iveco, que les encarga contenidos audiovisuales.