El antiguo hospital de Sant Sever de Barcelona renace como centro de arte
La familia Casacuberta Marsans abre una sede permanente de su gran colección de arte hispánico
BarcelonaEl matrimonio de coleccionistas formado por Fernando Casacuberta y Coty Marsans han forjado en los últimos treinta años una colección extraordinaria, que actualmente abarca más de 300 obras de arte hispánico desde el siglo XII hasta artistas contemporáneos como Jaume Plensa. El gran público puede disfrutarla porque siempre que pueden los Casacuberta Marsans prestan sus obras cuando un museo les pide alguna. Y a partir de este martes los amantes del arte tienen la gran oportunidad de contemplar en una atmósfera de recogimiento una cincuentena de obras en la sede permanente que los coleccionistas han abierto en la capilla del antiguo hospital de clérigos de Sant Saver [han querido mantener la grafía antigua, como la que hay en un azulejo en la fachada] en la calle de la Palla de Barcelona, rehabilitada con delicadeza por los arquitectos Jordi Garcés, conocido por ser el autor del Museu Picasso, y sus socias Daria de Seta y Anna Bonet.
Con la discreción que les caracteriza, las visitas a la Colección Casacuberta Marsans serán concertadas y en pequeños grupos dos veces por semana. La experiencia es un festín de sensibilidad e inteligencia: el lugar donde estaba el altar de la capilla hay ahora una monumental Crucifixión del siglo XIII proveniente de Burgos y, cerca, Examen de conciencia, de Ramon Casas, protagonizado por una mujer que reza ante un pequeño crucifijo. Más que dialogar entre ellas, las obras expuestas se potencian unas a otras.
En la antigua sacristía se puede ver una de las joyas de la colección, Tríptico de la lamentación, del Maestro de la Leyenda de Santa Lucía (c. 1480-1485), que los Casacuberta Marsans dejaron en depósito durante seis años en el Museo Groeninge de Brujas. Y enfrente hay un báculo proveniente de la abadía de Silos que el matrimonio logró tras quedar en segundo lugar en una subasta e ir a Bruselas a buscarlo en el anticuario que lo había comprado. "No se trata de comprar de forma compulsiva, sino de reflexionar, construir una colección que no sea comercial", afirma Fernando Casacuberta. "Tenemos el deber de hacer valer la colección dándola a conocer al público", subraya. Para Coty Marsans, abrir este espacio es "un paso muy importante". El objetivo es que "el público pueda aprender, como hemos ido haciendo nosotros mismos, a base de visitar galerías y ferias y de leer mucho", explica la coleccionista. El matrimonio vive rodeado de su colección, así que separarse de ellos ha sido extraño. "Dejamos de tener la colección en privado, pero, por otra parte, ganamos mucho", dice Casacuberta.
A los pies de la cruz hay un cuadro religioso de la España negra, Procesión en dos pasos, de José Gutiérrez Solana, uno de los artistas más representados en la colección junto con Ignacio Zuloaga e Isidre Nonell. El recorrido continúa en la sala adyacente, donde se puede ver una singular galería de retratos en la que se encuentra el fragmento de la predela del retablo de Alpuente, de Gherardo Starnina, un San Juan del escultor gótico Alejo de Vahía y uno de los escasos retratos de un gitano que hizo Isidre Nonell. "Lo que más motiva a Fernando Casacuberta es comprar obras para estudiarlas y, así, generar conocimiento sobre el arte hispánico", afirma la coordinadora de la colección, Celia Querol. "También la ambición de adquirir obras muy representativas en las trayectorias de los artistas", dice.
Fernando Casacuberta se adentró en el mundo del arte a base de aceptar las invitaciones de ir a galerías que le hacía una parte de la generación de sus padres. Empezó comprando pintura catalana y vasca del tumbado del siglo XX, dos campos bastante habituales, y pronto amplió su radio de acción, no sólo dentro de la pintura y la escultura, sino también los marcos antiguos, como los que se pueden ver desde la calle en una sala con aire escenográfico.
Emocionarse y descubrir los códigos del arte religioso
El otro espacio de la colección se encuentra en el sótano, donde se encontraba la antigua cripta de los clérigos. "La museografía y la colocación de las obras están muy pensadas", afirma la historiadora y asesora de la colección Nadia Hernández. Recibe visitantes una majestad románica de madera pintada, y es asombroso como la pintura religiosa, con grandes ejemplos como La Virgen de la bombilla, de un maestro valenciano anónimo del siglo XV, y tres pinturas de un retablo también gótico, una de ellas dedicada al martirio de San Sebastián, impregna algunas obras seculares. Esto hace que uno se dé cuenta de que La bordadora, de Maria Blanchard, y una maternidad de Francesc Gimeno comparten los mismos esquemas visuales.
"Uno de los objetivos de la exposición es aproximar el arte medieval a los más jóvenes, que ha perdido los códigos para interpretarlo", dice Hernández. Otra pintura destacada de este ámbito es el doliente Retrato de Elisa Casas, viuda de Josep Codina, de Ramon Casas. "A veces las adquisiciones no son inmediatas. Fernando tuvo esta obra en la cabeza durante años hasta que pudo conseguirla", explica Hernández. Otra de las paredes está ocupada por tres "perdedores" de distintas épocas, como los define poéticamente Querol: El Lechuga, el retrato de un torero aficionado, de Gutiérrez Solana; San Onofre, de Andrea Vaccaro; y El niño tonto, una de las escasas obras del poco conocido Carlos Sáenz de Tejada.
Resucitar un edificio con una piel metálica
La familia Casacuberta compró el antiguo hospital de Sant Sever tras la interrupción del proyecto de un hotel a raíz de un caso de corrupción urbanística que afectó a funcionarios del Ayuntamiento. Los hijos de los coleccionistas han heredado su pasión por el arte, así que Fernando Casacuberta dice que todos mantendrán "viva" la colección. La exposición no cambiará de repente, sino que irán haciendo pequeños cambios cada poco tiempo. Antes de instalar la colección, en el hospital había habido, entre otros usos, una librería, un anticuario y una bodega. Como resultado, el trabajo de Garcés, de Seta y Bonet consistió en la "fusión", como afirma Jordi Garcés, de dos ruinas de origen muy diferente: la capilla, datada del siglo XV, con unas de las escasas fachadas renacentistas de Barcelona, y los muros pantalla que hallaron en el sótano, fruto de unas obras que quedaron interrumpidas hace cerca de veinte años. Los arquitectos lo consiguieron con una "piel metálica", dice Garcés, hecha con una chapa perforada con la que recrearon las bóvedas desaparecidas de la capilla e hicieron una escalera que conecta el sótano, la planta baja y la primera planta de oficinas. "Nuestra intervención cuenta la historia del edificio y, al mismo tiempo, crea un contenedor neutro para acoger las obras de arte", explica.
Para Daria de Seta, la escala es "un dispositivo museográfico" desde donde contemplar las obras desde diferentes perspectivas, como "los púlpitos de las iglesias". Un detalle del sótano es que los arquitectos decidieron mantener el hormigón proyectado que encontraron en las paredes y sencillamente lo pintaron de gris oscuro. "Parece un mundo extraño, como de ciencia-ficción del que sale un humo que es la red metálica", explica la arquitecta. El proyecto se remonta a 2020 y se ha cocinado a fuego lento. "Me gusta vivir obras, tanto las arquitectónicas, como las de arte, y hay que poder ir tan despacio como sea necesario en cada momento", concluye Casacuberta.