Arte

El museo Guggenheim de Bilbao se convierte en un campo de batalla ecopolítico

La gran exposición 'Arts de la terra' reúne obras hechas con materiales biodegradables desde los años sesenta

'Torrasa blanda, de Meg Webster
05/12/2025
4 min

BilbaoLas crisis que experimentan los museos tienen muchas aristas, entre ellas las de gobernanzas, de financiación, de públicos y de legitimidad social, esta última potenciada porque los procesos para descolonizar las instituciones y hacerlas más plurales es todavía una asignatura pendiente. Son cada vez más difíciles las condiciones para conservar las obras de arte en una falsa estabilidad histórica. La situación puede ser aún más disruptiva: ¿qué pasa si, en vez de artefactos inertes, las obras están vivas y hay que cuidarlas? ¿Y si están hechas con materiales naturales o están vivas? El museo Guggenheim de Bilbao pone todas estas cuestiones sobre la mesa con una nueva exposición, la ambiciosa Artes de la tierra.

"Se trata de documentar las transformaciones que se han producido en las prácticas artísticas en las últimas seis décadas, que son muy claras: en un determinado momento los artistas abandonan el concepto de posteridad y en muchos casos comienzan a utilizar materiales que se descompondrán, que se reencontrarán con su ecosistema, conserva comisario de la muestra. "Una de las bases del proyecto es que esta historia es indisociable del cambio climático y de la crisis medioambiental progresiva en el mundo. Del progresivo estado de ansiedad y de enloquecimiento que vivimos por la alteración irreversible de las condiciones de vida de todos los seres de este planeta, que es en sí mismo un ser", advierte Cirauqui. De hecho, durante la visita para la prensa, la artista estadounidense Claire Pentecost casi se puso a llorar ante su obra, Propuesta para una nueva agricultura americana, consistente en los restos de una bandera de algodón estadounidense que tuvo en un contenedor de compostaje durante meses, como un gesto para paliar excesos de las políticas extractivistas estadounidenses. Pentecost quería colgar la bandera al revés para denunciar la situación de su país, pero no fue posible por motivos de conservación. "En los últimos años Estados Unidos no ha pasado por un buen momento", lamentaba el artista.

'Bruja', de Delcy Morelos, en el Guggenheim de Bilbao.

La transformación más importante de la que habla Cirauqui es la de los materiales, tal y como puede verse en el centenar de obras de cerca de cincuenta artistas y colectivos incluidos en la muestra. "Es en el material donde las obras expresan su relación más fuerte con el tiempo. Y por eso presentaba un reto para este contexto que tradicionalmente se ha asociado con la conservación en el sentido más absolutamente fundamentalista, que es el contexto museístico en el que, por norma general, se quiere eliminar completamente los porvenires orgánicos de los materiales", explica.

Uno de los grandes aciertos de la exposición, que cuenta con el apoyo de Iberdrola, es el diálogo intergeneracional de una retahíla de artistas consagrados entre los que se encuentran Giovanni Anselmo, José Beuys, Hans Haacke, Agustín Ibarroja, Richard Long, Ana Mendieta, Ana Mendieta, generaciones más jóvenes, como los catalanes Daniel Steegman Mangrané, David Bestué (que expone una escultura hecha con limo de la ría de Bilbao) y Patrícia Dauder, representada por unas fotografías en blanco y negro con las que documentó el empeño por salir del taller y experimentar con la tierra en un solar abandonado de L'Hospitalet de Llobre. También está Jorge Satorre, con un dibujo relleno de hormigón y enterrado durante meses, Asunción Molinos Gordo y la ceramista Mar de Dios, que hizo pruebas durante meses para estabilizar un barro local y poder realizar una serie de cerámicas.

Asimismo, destaca la presencia del arquitecto brasileño Paulo Tavares, conocido por cómo reclama agencia política en la selva amazónica, que recoge el carácter político de algunas de las obras expuestas y denuncia la persecución y las amenazas de grandes corporaciones, que pueden llegar a cometer asesinatos. También tienen un tono político las reproducciones de los nidos de golondrinas de Molinos Gordo, evocadoras de un orden social más justo. Y entre las obras más impactantes está la gigantesca instalación de tierra y barro de Delcy Morelos titulada Bruja, y el bosque de Asad Raza, cuya veintena de árboles serán replantados cuando la exposición acabe el 3 de mayo.

David Bestué con la escultura 'Horiados (limo)'.

En la línea de las obras expuestas, el comisario y equipos del museo han aplicado diversas medidas para ser más sostenibles. "Se ha eliminado el transporte aéreo de obras y los correos físicos, siempre que ha sido posible. Las vitrinas, las peanas y las cortinas son prototipos producidos cerca de aquí y se han suprimido el plástico no reciclable de la exposición y los elementos de mediación. Habitualmente el museo es un espacio donde se manifiestan individualidades fuertes, donde se promueven la oportunidad de ver hasta qué punto es interesante la interdependencia y la cooperación", explica Cirauqui.

"Esta forma colectiva de trabajo se expresa en la reaparición de una ancestralidad que nunca ha estado ausente y que, de hecho, es la ancestralidad del mismo presente. Hay muchas obras que son de origen comunitario, de pueblos indígenas o de pueblos que hace mucho tiempo que mantienen prácticas cercanas a nuestras", explica, Claudia Alarcón y el movimiento La Unión Textiles Semillas. La ancestralidad puede ser también la de otro planeta: la sarta de diez piezas de cerámica de Óscar Santillán Nave espacial (Venus) está hecho con un barro cuya composición es exactamente la del planeta Venus.

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