Brigitte Bardot: ¿liberación o cuerpo al servicio del patriarcado?
Ha muerto Brigitte Bardot y, con ella, un cuerpo que se convirtió en un auténtico campo de batalla, como diría el artista Barbara Kruger. Una metáfora precisa para explicar cómo los cuerpos, muy especialmente los femeninos, se convierten en escenarios donde se proyectan intensas luchas sociales, políticas y culturales, a menudo sin que las mujeres puedan controlar su relato. El de Bardot, pese al aparente apoderamiento en el marco de la revolución sexual, funcionó también como una superficie de disputa constante: celebrado como emblema de libertad y de deseo femenino, pero a la vez capturado por una mirada que le reducía a objeto de consumo.
En 1953, una jovencísima Bardot protagonizó un momento icónico en el Festival de Cannes vestida con un bikini, como parte de la promoción del filme Manina, la hija sans voiles. Pese a que Louis Réard hubiera presentado su primer bikini en 1946, no fue hasta los años sesenta que el cuerpo descubierto se normalizó. Francia se convirtió en líder en esta transformación y Bardot fue una de las grandes impulsoras: si, por un lado, rompía tabúes que demonizaban el cuerpo femenino, por otro, ese mismo cuerpo era exhibido y convertido en señuelo comercial.
Su figura fue utilizada como arma simbólica entre mentalidades abiertas y tradicionales. El gobierno francés instrumentalizó su belleza como emblema de modernidad y libertad, pero al mismo tiempo la cosificó como objeto sexual destinado a la mirada masculina, presentada como una fuerza indómita que correspondía al hombre domesticar.
A Y Dios creó a la mujer (1956), Bardot aparece ya en la primera escena con su cuerpo desnudo, tostándose al sol detrás de una sábana blanca. Desde el primer fotograma se construye esta ambivalencia entre libertad sexual y objeto de deseo, una tensión que se repetirá en el icónico baile del filme ya lo largo de toda su trayectoria. La etiqueta sex kitten, aplicada a mujeres que reclaman el derecho al placer, nació precisamente a raíz del personaje de Juliette.
A pesar de las reticencias de una parte del feminismo, Simone de Beauvoir comprendió que, bajo la apariencia erótica de Bardot, se amenazaban la familia normativa, los estereotipos de género y el sistema de valores tradicional. "Tan pronto como se toca un mito, todos los mitos están en peligro", afirmaba Beauvoir, y éste era el problema de fondo, tanto del bikini como de Bardot.
Suspendido entre emancipación y cosificación, el cuerpo de Bardot quedó en el ojo del huracán de los grandes debates ideológicos de los años sesenta, no tan lejos deEl pelele de Goya, elevado y sacudido por fuerzas que no controla. Gobiernos, feministas y moralistas intentaron apropiarse de ellos simbólicamente sin saber casi nunca lo que ella pensaba. No fue hasta la madurez que Bardot hizo explícito su posicionamiento, y se alineó con la ultraderecha del Front National (hoy Reassemble National), defendiendo a Gérard Depardieu ante acusaciones de agresión sexual y declarando sin tapujos: "El feminismo no es mi estilo. A mí me gustan los hombres."