Bruno Bergonzini: "Teniendo esclerosis no puedo estar llamando a una puerta cuando sé que no la abrirán"
BarcelonaBruno Bergonzini (Barcelona, 1978) fue uno de los jóvenes actores de su generación con más proyección y talento. Cara conocida desde las apariciones en series como Laberint d'ombres o Al salir de clase, en películas como El mar y obras como Super Rawal, sufrió un accidente que le paralizó medio cuerpo. Después de un año de pruebas, con 25 años le diagnosticaron esclerosis múltiple, una enfermedad que ha afectado su instrumento, el cuerpo, y le ha impedido trabajar con normalidad. El gran público lo redescubrió como Dimas en La Riera en 2016 y, ahora, pese a las dificultades físicas evidentes, ha vuelto al escenario para hacer una temporada en el Teatre Nacional en la juvenil Heroïnes o res de la mano de su amigo Iván Morales. Su presencia en escena impresionaba. En la distancia corta es un hombre sabio, franco y abierto. Cuando entro en el camerino del TNC nos pasa aquello del saludo en tiempo de covid, que si nos damos la mano o el codo o nada... "Yo no lo tengo –me dice el actor, que ha pasado los test semanales de los actores–. Y si lo cojo mejor, así mis defensas estarían entretenidas y no me atacarían a mí".
¿Eso es lo que te pasa?
— Hace tiempo que no tengo un constipado. Mis defensas se lo comen. Tengo tantas, que el virus me duraría cero coma. Cuando no saben cómo entretenerse me muerden a mí, la mielina, que es como el plástico que recubre las neuronas del cerebro. Si se lo comen, hay cortocircuitos, un brote.
¿Esto cómo te vino?
— Los médicos no lo saben y yo tampoco. Tuve un accidente. Me di un golpe a la cabeza, que me tumbó, y cuando me levanté no sentía el lado derecho del cuerpo. No podía andar. Estuve un año haciéndome pruebas hasta que me dijeron que tenía esto, pero tampoco tienen ni idea.
Depende de cada individuo.
— Le dicen la enfermedad de las mil caras porque cada esclerótico se manifiesta de manera diferente y las resistencias que tiene nuestro cuerpo tanto a la descompensación como a los medicamentos es diferente. Es muy difícil englobarnos en cualquier grupo. Mi disfunción del sistema inmunitario para otro podría ser una maravilla. Me cuesta decir verdades universales respecto a la medicina, las cosas son de muchas maneras a la vez. Yo estoy esperando que encuentren ya la puta solución. Estoy seguro de que la encontrarán pero no sé cuánto tardarán, espero que no mucho, porque cada vez estoy peor. ¿Lo solucionarán o tengo que aceptar que esto tiene que ser así y solo irá a peor? Me siento en un punto en el que me pueden empujar al precipicio o no, quizás veré salir el sol.
¿Y cómo se lleva esta incertidumbre?
— Hay muchas cosas que agradezco. Porque en el fondo mi circunstancia es la de todos, pero más penetrante. Hay desgracias, sí, como ver mal, pero también aprendo, ¿sabes? No todo es una desgracia. Los daños que me ha causado la enfermedad me han obligado a suplantar esto con otras cosas. Querría no tenerla para no estar obligado a aprender tanto, porque es agotador.
Claro.
— Pero no pretendo solo quejarme. Todos estamos enfermos. Mi enfermedad es visible porque el ojo se me va y ando mal, pero vosotros también estáis mal y no os lo veo. ¡Vete a saber qué os pasa!
Tienes razón. Ahora que sales de hacer una función, ¿cómo estás?
— Excitadísimo. Ya sabía que era peligroso esto.
¿Cuánto hacía que no pisabas un escenario?
— En un teatro como este, no lo sé, te diría milenios. Estuve en el Maldà con los Sixto Paz en 2015. Era una cosa extrañísima, pero fueron valientes para confiar en mí. Fue agotador, pero porque para mí ahora todo es agotador.
¿Te llegan proyectos?
— Casi nunca. Y en teatro, nunca, nunca. Yo no sé qué será mi vida. Cada vez tengo problemas más serios para trabajar en un escenario. Aquí en el TNC me han cuidado muy bien. Los técnicos han sido casi como un bastón y no me he sentido desamparado. No sé si será así en otro teatro.
En este momento la esclerosis ya no se puede disimular y te condiciona el trabajo.
— Muchísimo. Y lo entiendo. Es difícil para un director confiar en un actor que a veces se cae, que no tiene equilibrio. Para un actor esto es su defunción profesional. Tampoco sé si quiero seguir en esta lucha. Sé que mi cuerpo no es el cuerpo de un actor. Esto me condiciona mucho. Lo que no quiero es ser un infeliz el resto de mi vida. Si no hay más salida en mi profesión con mis circunstancias actuales, no quiero ser actor así. Hay una parte de mí que se está despidiendo, viendo el patio. Aquí no me volverán a llamar, y lo entiendo, tengo problemas. Y quizás es un último trabajo también por decisión propia, para no estar a la espera de que me den trabajo. Si lo decido yo, no me echa nadie. No sé qué determinación tomaré. Tengo un hijo y esto me ha cambiado la vida.
¿Cuántos años tiene?
— Dos. No sabía que sería tan guay... y agotador. Me obligo a intentar vivir su descubrimiento de todo.
¿Realmente te has planteado dejar de ser actor?
— Claro, inevitablemente. Teniendo esclerosis, no puedo estar llamando a una puerta cuando sé que no la abrirán. ¿Qué s le peude hacer? ¡Encontrar el placer de vivir de otro modo! En esto estoy. No renuncio porque soy feliz haciendo teatro, es una catarsis, una experiencia gloriosa, pero tampoco me empecinaré en exceso si veo que no hay manera. La vida es más ancha que la vida de un actor. Si no hay salida, no quiero chocar con la misma pared, se tendrá que buscar otro camino. Como todo el mundo, yo quiero ser feliz.
Es una lección muy lúcida. Tienes 42 años y hace 17 que te diagnosticaron y que convives con la enfermedad. Me da la impresión que la conoces mucho y te conoces mucho a ti mismo.
— Me da tantas cosas malas como buenas. No lo digo por ser condescendiente con ella sino que intento esforzarme para que la limitación, que existe desde el momento en que te levantas, no inunde el resto del día y todas las emociones. No tener equilibrio no es una experiencia guay, pero es una experiencia. No puedo hacer muchas cosas que me gustaban, como escalar: acéptalo. Aceptar una cosa tan desagradable como la esclerosis te puede dar mucho poder. No querría que mi poder se generara por la enfermedad, porque yo no soy la enfermedad, y cuanto menos importancia le dé mejor, menos espacio ocupará en mí. Porque me cuesta discernir entre ella y yo. Tampoco sé si la enfermedad ha venido de dentro de mí o de fuera.
Pero sí que se apunta a factores externos, ¿no?
— Lo he pensado mucho. Uno tiene toda la eternidad para pensar. Lo que pasa es que el pensamiento te lleva a lugares oscuros. No es muy saludable. La enfermedad me ha obligado al ejercicio de dejar de pensar, y se lo valoro. El pensamiento te lo ocupa todo y dejas de sentir. También en el sentido literal, del tacto. Ser desagradecido con esto me cuesta, porque te enseña muchas cosas de lo que es la vida para todo el mundo.
A ti te costó cuatro o cinco años hacerlo público. El problema de un actor enfermo es que el cuerpo es su instrumento, ¿no?
— Yo tenía un Stradivarius, y lo más difícil fue aceptar que ya no suena bien. Que se ha roto. Pero te adaptas a hacer la música que puedas hacer con un palo con cuerdas. Y por el camino te encuentras regalos.
¿La película 100 metros con Dani Rovira haciendo de enfermo de esclerosis lo fue?
— Pensé mucho si aceptarla o no. ¿Me etiqueto como actor enfermo? Decidí que podía hacer lo que quisiera y que nada es por siempre jamás. Y estoy agradecido a la peli. A mí ya no me traumatitza pensar que me he etiquetado como enfermo en el cine o el teatro. Es una condición que vivo.
¿Esto es lo que te daba miedo?
— Claro. Es un miedo que tendría cualquier persona. Y me tuve que enfrentar a él. No quiero tener vergüenza de la enfermedad. No quiero que me condicione. No digo que la abrace, porque no la quiero, pero llevamos tanto de tiempos juntos que no sé quién es quién. ¡No tenemos suficientes problemas de identidad ya los actores como para que en el cóctel pongas esta enfermedad!