Pablo Larraín le clava los colmillos a Pinochet
El dictador es un vampiro que come corazones humanos en la irregular farsa 'El conde', de Pablo Larraín
- Dirección : Pablo Larraín. Guión : Pablo Larraín, Guillermo Calderón.
- Chile (2023)
- 110 minutos.
- Con Jaime Vadell, Gloria Münchmeyer, Alfredo Castro y Paula Luchsinger.
La idea central que fluye, como sangre espesa y roja, por los vasos capilares de la irregular, aunque fascinante, El conde, es prodigiosa: Augusto Pinochet es, en realidad, un vampiro que, durante siglos, se ha dedicado a acabar, primero a mordiscos y después con asesinatos de estado, con todo atisbo de revolución. En el último film del chileno Pablo Larraín, que ha dedicado parte de su filmografía –de Tony Manero a la extraordinaria No– a diseccionar la herida traumática del pinochetismo sobre su país, Pinochet no ha muerto, sino que vive en una isla remota, rodeado de los vestigios polvorientos de su pasado.
Larraín elabora una película demasiado derivativa que tiene tanto de farsa grotesca (a veces con trazo bastante grueso) como de sanguinolento cuento de terror gótico, una tendencia hacia el género que la acerca a Spencer, el biopic de Lady Di con la atmósfera malsana de un filme de Polanski. La lectura metafórica puede ser obvia, sí (mucho más que en El club, filme incomodísimo sobre la corrupción y violencia estructurales de las élites chilenas), pero también irresistible. Si esa mansión vetusta, anclada en el pasado, es la encarnación perfecta de la esclerotización del Mal, de su incapacidad para dejar de dar vueltas sobre sí mismo, la imagen (fotografiada en exquisito blanco y negro por Ed Lachman) del dictador volando con su capa de general sobre el Santiago actual describe de forma impecable la pervivencia del pinochetismo y su sombra alargada y ominosa en la sociedad chilena de hoy en día.