¿Qué pasa cuando sacamos a la bestia que llevamos dentro?

Si has leído algún cómic de los X-Men, es difícil que la historia que propone El reino animal te coja por sorpresa: sin explicación alguna, ciertas personas empiezan a transformarse en animales y despiertan el temor de una sociedad que no sabe qué hacer ni cómo convivir con los mutantes. Pero no encontramos grandes momentos de acción, épica desatada ni héroes y malvados, sino un hombre y su hijo que dejan la ciudad para estar cerca de la madre, convertida en bestia e ingresada en un centro de confinamiento en un pequeño pueblo de montaña.

Thomas Cailley, que ya había combinado intimismo y mentalidad apocalíptica en su opera prima titulada Les combattants, nunca pierde de vista el motor dramático de las complicaciones de un vínculo paternofilial en reconstrucción permanente ni el arco iniciático de un adolescente que comienza a notar los síntomas de una metamorfosis licántropa extrema. Ésta es creíble en buena parte gracias a un espléndido Paul Kircher, que matiza su instinto animal con un aura vulnerable (al fin y al cabo, los hombres lobo siempre han sido figuras trágicas). Todo podría quedar en una previsible alegoría pospandémica sobre la diferencia y el miedo a perder a quienes amamos en manos de algo que no podemos comprender, pero Cailley no renuncia a la dimensión tangible del maquillaje y los efectos visuales que hacen posible que este relato fantástico despliegue las alas con exuberancia.