Cuando el Holocausto se explica como un cuento de hadas

Durante la Segunda Guerra Mundial, una leñadora pobre adopta una niña judía que acaba de ser lanzada por su padre desde el tren que deporta a toda la familia a Auschwitz. El primer filme animado de Michel Hazanavicius se esfuerza por buscar un precario equilibrio entre el horror de lo que está narrando y el tono de cuento de hadas del relato, con el propósito de reivindicar el amor y la solidaridad como cualidades intrínsecamente humanas. Como es habitual en la obra del director de The artist, es una película con mejores intenciones que resultados. Pese a una animación en 2D expresiva y voluntariamente pómez y ciertos personajes memorables (el exsoldado de cara desfigurada que acoge a la madre y la niña), el filme no puede evitar, sobre todo en el tramo final, incidir en un sentimentalismo subrayado por la partitura omnipresente de Alexandre Desplat.

Puede que lo más interesante sean los paralelismos que la película permite trazar con el presente y las reflexiones que genera sobre cómo representar un genocidio. Si el Holocausto ha sido abordado últimamente en el cine desde el convencimiento de que es imposible recrear el horror (de ahí el uso del fuera de campo en La zona de interés o, en este caso, de una animación evocadora, no realista), el genocidio palestino en Gaza está siendo retransmitido en directo con toda su crudeza. Es difícil, pues, conectar ahora mismo con el mensaje de Hazanavicius en favor de la bondad humana, por muy buenas que sean sus intenciones.