71º Festival de San Sebastián

Josu Ternera, un asesino sin argumentos en el documental de Jordi Évole

La película sobre el exdirigente de ETA se presenta sin incidentes en el Festival de San Sebastián

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Jordi Évole en 'No me llamo Ternera'

Barcelona"Sería muy duro haber dedicado casi 50 años al movimiento de la izquierda independentista de Euskal Herria y que mi vida no hubiera tenido sentido", dice el exdirigente de ETA Josu Urrutikoetxea, más conocido como Josu Ternera, hacia el final de No me llamo Ternera. Pero durante los 101 minutos del documental firmado por Jordi Évole y Màrius Sánchez, que se ha presentado este viernes en el Festival de San Sebastián, el exterrorista no tiene mucho éxito a la hora de articular un discurso que justifique de algún modo la historia de sangre y dolor provocada por ETA. Durante la entrevista, Évole expone con facilidad algunas de las contradicciones de Ternera y la fragilidad de sus argumentos. Cuando el periodista le pregunta por qué ha concedido la entrevista, Ternera reivindica su derecho a hablar por sí mismo y defenderse. "Me han convertido en un trofeo, en un demonio con cuernos y cola, me han deshumanizado", dice. Los 90 minutos de conversación, sin embargo, no le hacen más humano ni cercano. Más banal, tal vez.

Pese a la polémica que ha rodeado desde hace semanas la proyección del documental, que intentaron detener requiriendo a la Fiscalía que examinara la cinta en busca de delitos de odio, el estreno en el festival ha sido bastante plácido, y sólo una concentración a las puertas del cine de cinco personas con una bandera española y carteles de Vox alteraron la normalidad de una sesión más del festival. La proyección de prensa –el sábado será la de público– ha sido recibida sin ovaciones ni silbidos, y la única reacción audible han sido las risas nerviosas provocadas por comentarios de Ternera, que, tras insistir en que lleva 15 años sin ser miembro de ETA, admite que leer en nombre de la banda su último comunicado era "un poco raro".

El entrevistado confiesa un crimen

El gran acierto de Évole y Sánchez es aprovechar una de las pocas novedades informativas que aporta la entrevista: la participación de Ternera (“pero no fui el encargado de disparar”) en el atentado en el que ETA mató al alcalde de Galdakao el 9 de febrero de 1976 y en el que su escolta, el policía municipal Francisco Ruiz, resultó gravemente herido. No me llamo Ternera arranca con Évole hablando con Ruiz, que sobrevivió a doce disparos en el cuerpo y que, tras el atentado, tuvo que marcharse del País Vasco, donde vivía desde pequeño y donde había tenido cuatro hijas, porque sus vecinos lo repudiaron socialmente. "Aquello me dolió más que el atentado", dice. Cuando Évole le ofrece ver unas imágenes que aportan nueva información sobre ese día y, a continuación, muestra la entrevista con Ternera tanto a Ruiz como a nosotros, los espectadores, nos situamos en el punto de vista de la víctima, no el de el asesino. Y cuando llega la disculpa de Ternera (“Lo siento mucho por él”), las palabras suenan vacías y forzadas porque, como dice Ruiz con gran dignidad: “No me sirve de nada porque no está arrepentido de lo que hizo”.

La estrategia de Évole como entrevistador es clara: repasar la trayectoria del entrevistado a través de los atentados que ETA cometió durante los años de militancia de Ternera en la banda, que no son pocos. Algunos le criticarán por no hablar más de política, pero es una decisión coherente: pese a su fugaz paso por el Parlamento vasco, Ternera no es un político, sino un terrorista. Y así, su pobreza retórica queda en evidencia cuando critica al Estado por “distinguir entre unas víctimas y otras” y luego lamenta las muertes de los niños en los atentados en los cuarteles de la Guardia Civil pero no las de los policías, “que ya sabían donde se metían", o cuando dice que el atentado de Hipercor “fue un error”, pero sólo “porque España no supo proteger a los ciudadanos” al no evacuar a tiempo el parking en el que estalló el coche bomba. Eso sí: Évole peca de ingenuo preguntándole directamente a Ternera si no es “un poco cínico” plantear estos argumentos.

No se puede rascar mucho más en el documental: la estrategia de Ternera pasa por negar cualquier hecho que le pueda incriminar legalmente (solo se atribuye atentados anteriores a la amnistía de 1977) y justificar las acciones de ETA (el secuestro de Ortega Lara, el asesinato de Miguel Ángel Blanco) amparándose siempre en el conflicto con España y “el análisis de la situación” que hiciera en ese momento la dirección de la banda, como si él no formara parte. José Luis Rebordinos, el director del festival, tenía razón: No me llamo Ternera no blanquea la figura del terrorista –como sí hacía, por cierto, Lasa y Zabala, la película sobre los primeros asesinatos del GAL proyectada en 2014 en la sección oficial de San Sebastián–. Y consciente de que el festival sale reforzado de la polémica, Rebordinos ha dicho, con toda la intención, que también "sería interesante escuchar una entrevista en la X del GAL defendiendo por qué creó los GAL; porque, al igual que ETA no tiene ninguna justificación, el GAL tampoco: era terrorismo de estado”.

Miyazaki, una inauguración excepcional

El incendio de Tokio en plena Segunda Guerra Mundial con el que arranca El chico y la garza, la película inaugural del festival, apunta hacia un territorio similar al del anterior filme de Hayao Miyazaki, El viento se levanta (2013 ) , o incluso al sobrecogedor drama de Isao Takahata La tumba de los lucernarios. Pero el nuevo trabajo del veterano maestro de la animación (82 años) hibrida el realismo poético con la fantasía desbordante de El viaje de Chihiro para situarse junto a las obras maestras de Ghibli. Miyazaki, que este viernes recibe telemáticamente un Premio Donostia durante la gala inaugural–, entona un canto del cisne bello y doloroso sobre la aceptación de la muerte, el papel de la fantasía y sobre un creador agonizante que cede a su universo a una nueva generación. Obra testamentaria y llena de resonancias para quienes conozcan la torturada relación de Miyazaki con su legado, sólo chirría el uso de efectos digitales en algunas secuencias, que perturban la armonía de la animación tradicional.

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