¿Puede un maltratador ser una buena persona?
Efthymia Zymvragaki ofrece un retrato complejo de un alma torturada en el documental 'Ara la llum cau vertical'
BarcelonaLa directora griega Efthymia Zymvragaki, afincada en Barcelona desde hace dos décadas, recibió hace unos años el correo de un hombre, Ernesto. "En la violencia familiar siempre hay una víctima y un maltratador. Pues bien, yo soy el maltratador", decía el hombre, que quería convertir su vida en una película. Ernesto buscaba explicaciones a su comportamiento porque él no se consideraba "mala persona", pese a asumir haber hecho "cosas muy malas". Y adjuntaba en el correo una novela que había escrito "sin excusas", con la "genuina aportación de lo malo de la película". A Zymvragaki le sorprendió mucho "la claridad y el coraje" que requería presentarse como maltratador. "La novela estaba escrita de forma visceral, sin técnica literaria, pero con una fuerza que me emocionó –explica la directora–. Él no salía bien parado, pero tenía el valor de enfrentarse a sus demonios y el deseo de tener una buena vida y calidez emocional en sus relaciones".
Intrigada y conmovida por la historia de Ernesto, Zymvragaki fue a encontrarse con él en Tenerife. Allí conoció a un hombre atormentado por una infancia traumática bajo la sombra de un padre violento y también por su propia condición de maltratador, con un deseo genuino de encontrar una solución a su problema y transformarse. El resultado de ese encuentro –y otros que siguieron– es Ara la llum cau vertical, un documental desgarrador que no solo se acerca a la figura del maltratador, sino que dialoga con la historia familiar de la directora y las heridas emocionales de haber crecido en una Creta profundamente patriarcal. "¿Con qué derecho puedo compartir la historia de Ernesto si yo no hago lo mismo? ¿No sería justo –dice Zymvragaki–. Además, mostrar mi dolor era una forma de vencer la resistencia que provocaba el tema en la gente, porque si yo lo puedo resistir, si a mí me hace bien escuchar a Ernesto, a los demás también". El documental, seleccionado para los Premios de Cine Europeo, se presentó en el Festival DocsBarcelona, ha pasado por festivales europeos y americanos, y se estrena en salas el 3 de noviembre.
Ernesto se aleja del retrato robot que se tiene de los maltratadores, tanto por el reconocimiento explícito que hace del dolor que ha causado como por los esfuerzos por erradicar esta parte de sí mismo, o al menos convivir con ella sin herir a nadie. El pacto al que ha llegado con su pareja actual es estremecedor: si un día ella le ve y no reconoce al hombre que ama, debe recoger todos los cuchillos de la cocina, encerrarlos con llave y marcharse de casa enseguida sin decirle nada. En Ernesto conviven el deseo desesperado de ser feliz y amar y, a la vez, de proteger a los demás de sus "crisis". De hecho, consciente de haber interiorizado la violencia por culpa de su padre maltratador, hace tres décadas que se alejó de su propio hijo y nunca la ha vuelto a ver. "Es la decisión más acertada que he tomado en mi vida", asegura.
Dar voz a un maltratador no es una decisión que la directora tome a la ligera, sabedora de que la tradición feminista ha sido apoyar incondicionalmente a las víctimas. Pero Zymvragaki defiende la importancia de "visibilizar" al maltratador porque "si no lo vemos, no existe". El problema, añade, es que "el maltratador forma parte de la sociedad y de nosotros, que hemos crecido en una cultura patriarcal y violenta y somos hijos e hijas de guerras". "Las víctimas deben hablar y visibilizarse, pero también debemos poder ver al maltratador siendo como es, una persona que sufre, porque si lo convertimos en una figura grotesca también nos caricaturizamos a nosotros y nos negamos la posibilidad de ver 'nos cómo somos', dice la directora.
¿Una muerte liberadora?
El retrato del personaje que hace Ara la llum cau vertical está atravesado inevitablemente por el suicidio de Ernesto, que se produjo cuando Zymvragaki llevaba ya un año rodando el documental, pero aún no veía cerca el final. La muerte provocó en la directora "emociones contradictorias", desde la sensación de abandono hasta pensar si podría haber hecho algo por evitarlo. Evidentemente, valoró dejar correr el documental. "Primero pensé que nunca podría completarlo –dice–. Pero poco a poco me di cuenta de que en realidad no sabía qué había significado la muerte para Ernesto. Quizás fue una liberación para él, la única salida que encontró en su situación".
En cualquier caso, la ausencia del protagonista del documental obligó a la directora a enfrentarse a sí misma ya los recuerdos de adolescencia y, sobre todo, de su padre, también una figura trágica con un final similar al de Ernesto. Las resonancias entre la historia de Zymvragaki y la del maltratador son, finalmente, el corazón perturbador y emocionante del documental, lo que le da sentido y que permite a la directora reconciliarse con su pasado traumático, pero también con la música y el paisaje de su juventud. "En Ernesto había una gran carencia emocional, una falta de herramientas para acercarse a los demás de una manera tierna y positiva que a mí me resulta muy familiar –reflexiona la directora–. Y yo me di cuenta de que el que buscaba con la película era esto: llegar al otro, pero también ser vista y escuchada”.