Festival de San Sebastián

Isabel Coixet: "El mejor sexo siempre es el más sucio y el más raro"

Cineasta, estrena 'Un amor' en San Sebastián

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Coixet a su llegada a San Sebastián

San SebastiánDespués de ganar el Gaudí con el documental El techo amarillo, Isabel Coixet (Sant Adrià de Besòs, 1960) vuelve a la ficción con Un amor, una historia oscura de pasiones incontroladas que protagoniza una gran Laia Costa en el papel de una traductora que comienza una nueva vida en un pueblo donde no conoce a nadie y donde el aislamiento y la frustración la acabarán empujando a enredarse en una relación turbia con un vecino del pueblo (Hovik Keuchkerian) que despierta en ella una atracción inexplicable. Coixet la estrena en el Festival de San Sebastián, donde ya presentó su primera película, Demasiado viejo para morir joven, en 1986.

¿Qué te hizo querer adaptar la novela de Sara Mesa en la que se basa Un amor? No parece una adaptación fácil.

— Me lo han dicho mucho. Pero yo leí el libro el día siguiente que salió, soy muy fan de Sara Mesa, y enseguida vi claro que podía adaptarse. Me he leído todos sus libros porque me gusta mucho su estilo, su aridez y lo poco complaciente que es, y nunca lo había visto tan claro. De hecho, me habían ofrecido adaptar otra novela suya y dije que no, porque no lo veía. Pero en el caso de Un amor veía cosas muy precisas, como que la protagonista era Laia Costa y el protagonista Hovik Keuchkerian, y eso que él no se parece en nada a la descripción del libro, que es la de un hombre gris, pequeño, sin pelo. Pero vi clara la combinación.

Un amor transcurre sobre todo en la cabeza de la protagonista, Nat, pero tú evitas jugar con voces en off y cuentas la historia siempre a través de sus acciones.

— Sí. Yo soy muy fan de la voz en off, pero esta historia tenía que contarse desde el cuerpo. Y tenemos que entender de forma muy intuitiva la tensión interior que siente por todas las microagresiones que sufre en el pueblo. El único cambio respecto a la novela es contar un poco su experiencia como traductora de comisiones de refugiados, donde tú eres solo un vehículo pero la precisión con el lenguaje puede convertirse en una obsesión porque está en juego el futuro de una persona.

También reproduces con precisión el diálogo de la escena clave de Un amor, aquella en la que el protagonista hace la proposición sexual que desencadena la trama.

— Sí, es el momento que transforma Un amor en un objeto extraño, incómodo y áspero. Por eso quise hacer la película. Curiosamente, Andreas es el único que llama a la puerta de Nat y que manifiesta lo que quiere de una manera clara. Dentro de todo ese mundo de segundas intenciones, él es el más claro. Si existe una analogía entre los dos personajes es que ambos son outsiders. Pero en Nat todavía hay un cierto deseo de pertenecer, mientras que él quiere lo que quiere y el mundo se la sopla.

La última vez que contaste una historia en la que la pasión sexual era tan importante fue en Elegy, que adaptaba un relato de Philip Roth. ¿Cambia mucho la manera de abordar el tema cuando lo hace una voz masculina como la de Roth o una femenina como la de Mesa?

— Para mí la diferencia no es tanto el género del autor como que Elegy adapta la que yo creo que es la peor novela de Philip Roth [El animal moribundo, de 2001], mientras que Un amor es la mejor novela de Sara Mesa. Y esa era mi espada de Damocles. La cuestión no es tanto con quién te identifiques. En Elegy el personaje masculino es quien cuenta la historia, y en Un amor nosotros estamos con Nat, ella es el vehículo a través del que entramos en la película.

Después de tantos años, ¿te resultan fáciles de rodar las escenas de sexo?

— Sí, quizás son las que menos problema tengo para rodar, es curioso. Quien más quien menos ha follado, ¿no? Y siempre hay algo animal ahí. Yo siempre intento ser muy clara en el rodaje, tener conversaciones de adultos y escuchar a los actores. Les ofrecí tener coordinador de intimidad y dijeron que no. Era responsabilidad mía, por tanto, ver lo que los actores estaban dispuestos a hacer, y las cosas que no decían por pudor. Hovik nunca había rodado una escena de sexo y se había montado una película de terror en la cabeza, pero cuando vio el protector de pene, las almohadillas y las cosas que utilizamos en estas escenas se relajó, y Laia también lo ayudó mucho. Al final, resulta más difícil rodar una escena en la que vas y le dices a alguien que quieres que te deje follarla que una de sexo.

Una de las escenas más comentadas de Un amor es, de hecho, una de sexo en la que interviene una yema de huevo. Recuerdo que en Elisa y Marcela había sexo con pulpos, y rodaste una serie que se llamaba Foodie love. ¿Existe un vínculo entre sexo y comida en el cine de Isabel Coixet?

— Si te remontaras más atrás todavía encontrarías otros ejemplos. Yo creo que el mejor sexo, el más divertido, es siempre el más sucio y el más raro. Pero también quería mostrar que el sexo está integrado en lo cotidiano, y nada más cotidiano que hacer un huevo frito.

Es la primera vez que luchas por la Concha de Oro en San Sebastián. ¿Cómo vives la competición a estas alturas de tu carrera?

— Yo es que soy una persona muy obediente, y si me dicen que tengo que competir, pues adelante. El año pasado me pusieron en la sección oficial fuera de concurso [con El techo amarillo], y perfecto. Intento no pensar ni sufrir por estas cosas, los festivales solo son escaparates. También me han ofrecido ir a secciones paralelas de otros festivales, pero pienso: ¿qué sentido tiene? Yo sé cómo son los festivales. El año pasado fui presidenta del jurado de la sección Orizzonti de Venecia y vi películas estupendas. ¿Dónde están esas películas ahora? No se ha estrenado ninguna. Por tanto, es más práctico estar en la sección oficial. Pero no aspiro a nada, solo a reunir a todo el equipo de la película.

Por cierto, cada vez te rodeas de más mujeres detrás de las cámaras. Las productoras de Un amor son mujeres, adaptas el guion con Laura Herrero, la fotografía es de Bet Rourich...

— Es buenísima, Bet, ha hecho un trabajo increíble. Es una gran directora de fotografía y va a hacer muchas cosas. Ha captado muy bien la nebulosa que yo tenía en la cabeza de este mundo áspero y duro. Pero ya hace muchos años que trabajo con mujeres, ¿eh? Cosas que nunca te dije la hice con una directora de fotografía y llevo toda mi vida colaborando con mujeres. No sé con quién voy a trabajar en el futuro, pero sí sé que se trabaja bien con gente buena.

San Sebastián acaba de conceder a Carla Simón el Premio Donostia que recibiste en 2020. ¿Cómo te hace sentir el surgimiento de esta nueva generación de directoras que, además, te citan a menudo como referente?

— ¡Lo hacen porque antes tampoco había muchas mujeres directoras! Yo estoy muy contenta de ver tantas miradas nuevas. Quizás hay mujeres a las que les gusta ser la única gallinita del corral, pero para mí cuantas más haya, mejor. Y hay gente con un talento inmenso que he tenido la suerte de ver nacer, como Clara Roquet, a la que conocí como canguro de los hijos de una directora amiga mía en Nueva York. Me siento tan cerca de muchas de estas directoras que incluso tenemos un grupo de WhatsApp en el que hablamos de todo, de cosas importantes y de tonterías. Yo siempre les digo que mi lema es “siempre adelante”, que las freirán a preguntas sobre el hecho de ser mujeres, y que hay que contestar educadamente y luego hablar de la película, que es lo que importa.

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