GAUDÍ/BARCELONA, 1921

La ciudad que nunca dormía

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Xavier Theros
6 min
Antoni Gaudí y Lluís Millet y Pagés ante la Sagrada Familia en 1920

BarcelonaTal día como hoy, hace cien años, el cura de la Sagrada Familia bendecía el inicio de las obras de un bloque de apartamentos de la cooperativa El Basament del Pervindre entre las calles de Còrsega, Lepant, Industria y Padilla, relativamente cerca de su parroquia en la cripta. El mes siguiente sería el arzobispo de Barcelona quien bendeciría la primera piedra de la nave central del gran templo expiatorio que, con su caos de figuras y andamios, resumía aquella ciudad de nuevos ricos y proletarios insumisos, siempre en construcción.

En 1921, fecha escogida aquí para hacer una panorámica de cómo era el contexto en el que vivió y trabajó Antoni Gaudí sus últimos años, Barcelona vive la resaca de un periodo de prosperidad económica, favorecido por la neutralidad española durante la Primera Guerra Mundial. Gracias al conflicto, se ha transformado en una urbe cosmopolita donde se hacen buenos negocios. Pero acabada la guerra, con la reanudación de la industria europea, las exportaciones han menguado y la inflación y el paro provocan graves problemas de violencia en las calles. En 1920 ha quebrado el Banco de Barcelona, que años atrás había ayudado a poder realizarse la Exposición Universal de 1888, y se pierden miles de puestos de trabajo mientras los precios de los productos básicos no paran de subir.

El crecimiento de la ciudad

Barcelona, sin embargo, experimenta, desde inicios del siglo XX, un proceso de modernización y expansión. La agregación de los municipios limítrofes, en 1897, se ha completado este 1921 con la absorción de Sarrià, no sin polémica. Y entre las mejoras que experimenta la población hay que destacar la modernización del suministro de agua -muy cuestionado después de la epidemia de tifus de 1914- y la red de alcantarillado del Eixample, que está a punto de completarse, a pesar de que todavía se está excavando la cloaca de la calle Mallorca. En aquellos años, la ciudad recibe grandes flujos migratorios de Valencia, Aragón, Murcia y Andalucía. En 1921 tiene más de 700.000 habitantes, seguida de Sabadell con 28.000 y Terrassa con 22.000.

La capital catalana ha vivido la urbanización del Tibidabo y la reestructuración del puerto. Aquel año, Gaudí todavía reside en la casa de muestra de la urbanización que Eusebi Güell quiso levantar en el regazo del Carmel. La promoción ha sido un fracaso, por eso en 1906 el mismo Gaudí se compró la casa que había construido su ayudante Francesc Berenguer y se instaló con su padre y su sobrina, que en 1921 ya hace unos años que están muertos. Los herederos del empresario, también muerto hace dos años, ya han decidido cederla al Ayuntamiento, que en 1922 lo acabará comprando para hacer el Park Güell abierto al público.

En aquel barrio se ha abierto la actual calle de Dant, que conecta el Carmel con Horta. Y empiezan las obras de la avenida Pearson. También se ha inaugurado el edificio más alto de la época, la sede del Banco Vitalicio Seguros del paseo de Gràcia, con diecisiete plantas. Y en la plaza Catalunya esquina con Rambla de Catalunya, Puig i Cadafalch presenta el bloque de apartamentos que ha diseñado para el empresario y político Joan Pich i Pon, en los bajos del cual ahora hay una gran tienda de Huawei y antes tantas otras.

La nueva vía de los ricos

El gran proyecto del momento es la Vía Laietana. Las obras se iniciaron trece años antes, pero están lejos de acabar. Aquí conviven fincas todavía hechas en estilo modernista, como el Casal del Estalvi [casa del ahorro] o el Casal de la Previsió, que el arquitecto Enric Sagnier ha firmado recientemente, con edificios inspirados ya en la Escuela de Chicago, como la Casa Felipe Colldeforns, de Ramon Puig i Gairalt, la Casa Pomés de Claudi Duran i Ventosa o la sede de la Transmediterránea de Juli Maria Fossas, las tres acabadas en 1921. En paralelo, se empiezan a desarrollar los proyectos que, dos años después, promocionará la dictadura de Primo de Rivera, como la reforma del centro histórico (el futuro, e inventado, Barrio Gótico), la urbanización de Montjuic o la creación de la Zona franca. Aparte de las grandes reformas, mucha gente sigue viviendo en barracas. Para acabar con estos focos de miseria se dicta la ley municipal sobre casas baratas que ofrece créditos y beneficios fiscales a las cooperativas que hagan vivienda obrera. El conflicto seguía abierto, sin embargo, y las relaciones entre obreros y empresarios se trataban a disparos en la calle.

Vista de la ciudad desde la plaza Catalunya hasta el puerto

Y la Mancomunidad va tirando

A pesar de las continuas tensiones con el gobierno central, la Mancomunidad sigue con su proyecto educativo. En 1921 inauguran la escuela La Farigola de Vallcarca y la Escola del Mar de la Barceloneta, que se añaden a la Escola del Bosc fundada en 1914. Además, están en varias fases de construcción otros grupos escolares diseñados por Josep Goday, como la escuela Àngel Baixeras de la Vía Laietana. Aquel mismo año muere el pastelero Agustí Massana, que deja un fondo en su testamento para la futura escuela Massana de artes y oficios. La Mancomunidad también busca extender la red telefónica. En 1921 se enfrenta al Estado por la concesión de la empresa privada Compañía Peninsular de Teléfonos, que ha decidido cerrar. Finalmente, el Estado gana el litigio. Entonces ya hay cuatrocientas poblaciones catalanas conectadas. Barcelona cuenta con más de 11.000 abonados, hay 1.000 en Sabadell, y más de 500 en Terrassa, Manresa o Reus.

En cuanto al suministro eléctrico, la compañía Barcelona Traction Light & Power ha construido los embalses de Tremp y Camarasa. Gracias a esto, no tan solo las empresas, sino también los particulares, se han podido electrificar. Cada vez hay más hogares iluminados con bombillas y dotados con frigoríficos o ventiladores. Y se empiezan a ver las primeras fincas con ascensor.

Barcelona dispone de una línea aérea regular con Toulouse y Palma, que opera desde el aeródromo de La Volateria, antecedente del aeropuerto del Prat. La red de tranvía está completamente electrificada, funcionan las primeras líneas de autobuses y circulan 1.000 taxis, con 64 paradas por toda la ciudad. En una ciudad que no dispone de semáforos, hay 2.597 automóviles particulares, 649 motocicletas y unas 3.000 bicicletas. Y se empiezan a construir los primeros túneles del futuro metro.

Cambios en el consumo

La sociedad está cambiando, los hombres cogen la costumbre de afeitarse y se generalizan los hábitos higiénicos. Se descubre la playa como nueva alternativa de ocio, y el rompeolas del puerto convoca, cada fin de semana, a miles de barceloneses que van a hacer el aperitivo o a pasear. Se introducen nuevos productos alimentarios como el yogur que elabora la empresa Danone, mientras que la casa Nestlé abre sucursal en Barcelona.

El dinero fácil obtenido durante el periodo de la guerra ha propiciado la aparición del nuevo-rico, cliente habitual de los cafés y restaurantes que han abierto por todas partes. Triunfan el tango y el cuplé, y en 1920 llega el jazz. Esto provoca un incremento en la venta de gramófonos y discos.

Vista de la terraza del Café Español del Paralelo

La ciudad prueba los primeros cócteles, y se aficiona al whisky y al vermut. El centro se llena de bares, tabernas flamencas y cabarets, un nuevo tipo de local que sustituye los antiguos cafés-teatro. La parte baja del Raval ha vivido un gran crecimiento económico, gracias a la comunidad extranjera que llegó huyendo de la guerra. Y que han hecho de un barrio miserable y portuario uno de los emporios de la diversión y el vicio, donde circula alegremente la cocaína. Se puede encontrar desde prostitución de esquina, en calles como Marquès de Barberà, Sant Pau, Robador o Tàpies, hasta los burdeles más estilosos de la ciudad, como el chalet del Moro en el pasaje de la Pau, o el famoso Madame Petit en la calle Arc del Teatre. Pocos años más tarde, será rebautizado como Barrio Chino.

La “Rambla de los pobres”

El complemento natural de este barrio libertino es el Paralelo, que Joan Maragall bautizó como la “Rambla de los pobres”. Entonces vive sus mejores años, con salas abiertas las 24 horas del día y un público fiel. La avenida de los teatros y los cafés está en pleno auge, triunfan cómicos populares como Alady, autores comprometidos como Amichatis o Juli Vallmitjana, los vodeviles de Josep Santpere y Elena Jordi, o las revistas de Manel Sugrañes. La oferta de ocio la complementan el circo, en el Teatro Circo Barcelonés de la calle Montserrat, o los cuatro parques de atracciones que funcionan en la ciudad, como el del Tibidabo, el Saturno Park de la Ciutadella, Planas Park en Les Planes y el parque del casino de la Arrabassada. Además, el cine empieza a ser una atracción de masas.

De aquella ciudad de contrastes, violenta y noctámbula, estilosa y sucia, quedan -además de la masa siempre creciente de un templo que lo traga todo- restos dispersos, la carcasa de lo que fue. El fantasma del Paralelo y la silueta de la Vía Laietana, el Park Güell y la Casa Pich i Pon, la línea roja del metro y la montaña de Montjuic, que, entonces, ya se empezaba a urbanizar de cara a la futura Exposición Internacional de 1929. El aroma de una ciudad que nunca dormía, y que estaba a punto de empezar una de sus transformaciones más importantes.

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