Vicky Peña: "Me angustia terriblemente el mundo que deja nuestra generación"
BarcelonaEl periplo del espectáculo Pedro Páramo hasta la llegada al Teatro Romea de Barcelona ha sido, un poco, como el viaje del protagonista en busca de su padre. El montaje, adaptado por Pau Miró y dirigido por Mario Gas, se tenía que estrenar hace un año pero la pandemia lo cambió todo. Después de hacer temporada en Madrid y gira por España, Pedro Páramo aterriza este jueves en Barcelona con Vicky Peña y Pablo Derqui de protagonistas, cada uno interpretando a una decena de personajes en un juego escénico hecho de magia y sutilidades.
¿Cómo ha sido trasladar la novela de Juan Rulfo en el teatro?
— La novela entra muy poco dentro de los parámetros de la narrativa habitual. Supongo que en los 50, cuando se publicó, todavía era más chocante y sorpresivo. Al principio, cuando la lees, tienes la sensación de estar perdido: no sabes quién habla, si es un hombre o una mujer, si está vivo o muerto, si es un sueño o la realidad. Es un texto complejo, espeso, misterioso, sugerente, poético, desconcertante. La obra recorre circuitos que no son los habituales en teatro. Para los que hemos tenido que levantar los personajes y diseñar los mundos que habitan sin tener ningún pilar que saliera del suelo, ha sido una aventura extraña y maravillosa.
¿Qué explica el espectáculo de la relación de los hijos con los padres?
— La obra se articula en referencia a un hijo que emprende un viaje para conocer a su padre, Pedro Páramo. El hombre es un cacique que ha reinado sobre todo un pueblo, Comala, de una manera brutal. Esto se ve en los amores, en la riqueza, en la capacidad de tiranizar a mujeres, de tener parejas e hijos para seguir dominando una región. El hijo lo va descubriendo a través del viaje, mientras busca el fantasma y el recuerdo del padre.
¿Qué dice la obra del poder en la actualidad?
— Hoy sigue habiendo tiranos, caciques, dominadores. También hay todavía clases, personas dominadas, esclavizadas, subyugadas, ninguneadas. Ahora los grandes tiranos pueden ser más corporativos, más gubernamentales. Pueden ser empresas invisibles en el aspecto tangible. No les podemos poner cara. Pero la dominación del hombre por el hombre sigue muy presente. La lucha de clases, de la que se ha renegado los últimos años, es uno de los frentes de guerra de la humanidad. Ahora mismo la lucha entre la cosa pública y la privada es uno de los temas que nos tiene más despistados. Todo lo que es privado está invadiendo y vampirizando lo que es público y saca un fruto muy injusto.
¿Cómo ha vivido la pandemia?
— Ha sido un golpe a nuestra seguridad de civilización confortada y conformada. Estamos instalados en unas convicciones irrisorias. El día que no haya electricidad y no podamos sacar dinero del cajero, no podamos poner en marcha la nevera y no se nos levante la barrera del parking, nos iremos todos a la mierda. Somos absolutamente ridículos y peligrosos. Nos creemos que lo tenemos todo controlado, somos como un loco dentro de una estructura de cristales preciosos. Un manotazo puede echarlo todo a perder y el día que venga una criatura a gatas se puede cortar y se puede morir. Esto es lo que estamos haciendo con nuestra civilización invasiva, que no respeta el cambio climático ni los sentimientos ni las tradiciones. El golpe mortal de la pandemia me ha llevado a reflexionar sobre muchas cosas. Me preocupa la banalización de la muerte.
¿Lo que hemos vivido el último año y medio servirá de algo?
— Soy muy pesimista. Me angustia terriblemente el mundo que deja nuestra generación a los que vienen después. No hemos sido conscientes, pero en un siglo nos hemos cargado de manera brutal lo que la humanidad hacía milenios que construía. Tampoco teníamos experiencia, no sabíamos que se podía producir este tipo de desencadenante tan rápido. No hemos sabido reaccionar porque tampoco teníamos entrenamiento. Me siento muy responsable del desastre y me preocupa mucho.