Fernando Trueba: "He perdido a dos hermanos y esto ha marcado cada día de mi vida"
El director madrileño estrena 'El olvido que seremos' sobre un médico colombiano asesinado por paramilitares
BarcelonaEn las películas de Fernando Trueba no acostumbra a haber héroes. Heredero del realismo tragicómico de Azcona, al madrileño siempre le han interesado más los defectos que las virtudes de los personajes. Pero más que un héroe, el protagonista de El olvido que seremos –que se estrena este viernes– fue un hombre bueno. Héctor Abad Gómez era un médico colombiano que se dejó la vida luchando para mejorar la salud pública y las condiciones higiénicas de su ciudad, Medellín. “El agua potable salva más vidas que todas las terapias”, repetía siempre, y se acabó convirtiendo en un referente de la lucha por los derechos humanos en un país atravesado por profundas desigualdades sociales. Esto lo puso en el punto de mira de grupos paramilitares de extrema derecha y en 1987 lo asesinaron.
No parece a priori un material para Trueba, pero sí cuando llega filtrado por la mirada de un hijo que recuerda a su padre con toda la dignidad y ternura que aboca Héctor Abad Faciolince en el libro que inspira la película, un libro que Trueba dice que ha regalado más que ningún otro (“En varios idiomas y países, además”). Aún así, cuando el autor le propuso adaptarlo, se negó. “Me halagaba mucho, pero les dije que era un libro imposible de adaptar y que, de hecho, no se tendría que adaptar nunca –recuerda con una sonrisa irónica–. Él lo aceptó a regañadientes pero me pidió que hiciera una última lectura, por si encontraba la clave. Y fue entonces cuando vi la posibilidad de concentrar la acción en dos momentos: la infancia del narrador y las circunstancias que rodearon el asesinato”.
El olvido que seremos reconstruye la figura de Abad Gómez en dos partes –la primera en color, la segunda en blanco y negro– poniendo especial atención a su vida doméstica y al amor por los hijos que llenaba una casa familiar siempre bulliciosa y llena de mujeres: las cinco hermanas del narrador, la madre y dos empleadas domésticas. Claro, no se puede explicar la magnitud de una muerte sin entender la dimensión de la vida que se pierde. Trueba también viene de una familia de muchos hermanos, en su caso la mayoría chicos. “Pero, quieras que no, he crecido en un ambiente similar, con esta alegría, las comidas, el hacinamiento de gente... Me han dicho que la película recuerda Belle Époque y yo no me había dado cuenta, pero seguramente sí, me gustan mucho este tipo de atmósferas”.
La conexión emocional no se limita a la evocación de ambientes familiares, sino que llega a la experiencia traumática e irreparable de perder a un familiar antes de tiempo. “Obviamente. Yo he perdido a dos hermanos y esto ha marcado cada día de mi vida, mi personalidad y mi trabajo”, dice Trueba. Uno era el escultor Máximo Trueba, muerto en accidente de coche en 1996 y a quien está dedicada El artista y la modelo; el otro, el cirujano Juan José Rodríguez Trueba, muerto en 1979, el mismo año que se rodaba Opera prima, el debut de Fernando Trueba. “No sé si tiene que ver con esto, pero me he hecho muy mía la película. En realidad no sé dirigir una película si no lo hago de manera muy personal. Hay directores que saben hacer películas de encargo y las hacen muy bien, pero yo no”.
De Madrid a Medellín
Muchos directores españoles se lo habrían pensado dos veces antes de dirigir una historia tan arraigada en la realidad colombiana como El olvido que seremos, pero no Trueba. “Esto no me frenó porque, como sabe todo el mundo, no soy un cineasta nacionalista, soy feliz rodando en todas partes: Madrid, Barcelona, Estados Unidos, Chile, Brasil, Cuba... Ahora bien, soy consciente de que no me puedo comportar como un turista, de que tengo que ser humilde y estar siempre estudiando, aprendiendo y escuchando las advertencias que me hagan”. Más radical todavía que su elección como director es la de Javier Cámara como protagonista. Trueba reconoce que el nombre del actor le venía a la cabeza leyendo el guion –escrito por David Trueba– y lo descartaba por el hecho de no ser colombiano. “Pero resulta que Héctor Abad Faciolince también había pensado en Javier, y me dijo que le recordaba mucho a su padre”, dice. La clave fue trabajar el acento colombiano de Abad Gómez: “Por suerte teníamos muchas grabaciones, de los programas de radio y de las cintas que enviaba a los hijos cuando estaba de viaje. Y el hombre no hablaba el colombiano tópico de las películas de narcos, sino una cosa diferente con matices sutiles”. El resultado es seguramente la mejor película de Trueba de este siglo, un trabajo lleno de amor como el que sentía Abad Faciolince por su padre. Tanto, que cuando le dijeron que el hombre iría al infierno por ateo, el niño decidió dejar de rogar porque un cielo sin su padre no tenía sentido para él.