¿Qué hace una mujer con heridas de guerra enterrada entre monjes guerreros?
Una búsqueda localiza los restos de una veintena de personas en un castillo de la orden de Calatrava en Guadalajara
BarcelonaHombres fuertes, entregados y exhaustos, protagonizando grandes batallas épicas. Así ha mostrado el cine a menudo los caballeros que luchaban en nombre de la fe católica en la Edad Media. Da igual si eran de la orden de San Juan de Jerusalén, de Malta, del Templo, de la de Alcántara, de Santiago o de Calatrava. Pocas veces habrá visto el rostro de una mujer, vestida con túnica blanca y una cruz, blandiendo una espada o clavando una lanza. Sin embargo, hubo.
En la Edad Media, musulmanes y cristianos se disputaban ensañadamente el territorio en la península Ibérica y Baleares. Zorita de los Cannes (Guadalajara), junto al río Tajo, era un lugar fronterizo, donde el emir cordobés Mohamed I levantó una fortaleza que fue conquistada por los cristianos y cedida por Alfonso VIII de Castilla a la orden de Calatrava el 1174. En el cementerio del castillo, en un lugar conocido como Corral de los Condes, han encontrado 25 individuos que fueron enterrados entre los siglos XII y XV. No todos eran hombres, había una mujer y un infante de seis meses, que no eran madre e hijo. "La mujer, que tenía entre 25 y 30 años, sufría heridas producidas por arma blanca y objetos contundentes muy similares a las que tenían los hombres", asegura Carme Rissech, antropóloga forense de la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona, uno de los centros que ha participado en la investigación junto con la Universidad de Barcelona, la Universidad de Ciencia y Tecnología de Noruega y el Instituto Max Planck. El cuerpo de la mujer no tenía signos de haber montado mucho a caballo, pero sí que el radio demostraba marcadores de actividad física relacionados con los movimientos que se hacen cuando se maneja una espada.
Cuando iban a combatir, quienes formaban parte de la orden de Calatrava iban protegidos con un casco, que no estaba sujetado y que, por tanto, fácilmente podía caer, y una malla que acababa en forma de falda. "Los puntos más vulnerables, por tanto, eran la cabeza y la zona de la pelvis, porque el enemigo intentaba atacar por debajo de la malla y clavar la lanza o espada", destaca Rissech. La mayoría de esqueletos no tienen cortes producidos por espada sino golpes y pinchazos hechos seguramente por una lanza o flecha, ya que las marcas que habían dejado tenían forma triangular.
Mujeres liderando ejércitos
En la Edad Media, la violencia y la guerra formaban parte de lo cotidiano. Las mujeres medievales vivieron la guerra, la sufrieron y la protagonizaron. "Era el oficio de la élite, formaba parte de la cultura y era muy difícil sustraerse", explica Yolanda Guerrero, catedrática de historia medieval de la Universidad Autónoma de Madrid. "Hubo reinas que acudieron a la guerra, pero también mujeres de la nobleza que utilizaron la violencia, porque era cómo se dominaba y se ejercía el poder", detalla Guerrero. "Además, existen ejemplos de cómo algunas de estas mujeres fueron educadas y formadas en el arte de la guerra", añade. Sin embargo, la mayoría de las veces estas mujeres se ponían al frente del ejército tan sólo cuando sus maridos, padres o hermanos, estaban ausentes.
"Una de las mejores descripciones que se han hecho de la batalla de las Navas de Toulouse (16 de julio de 1212), la firma una mujer, la reina Berenguera, hija de Alfonso VIII de Castilla y nieta de Elionor de Aquitania. El texto demuestra que dominaba estrategias, técnicas y tácticas bélicas y que conocía muy bien el lenguaje y el léxico", destaca Guerrero. No es algo aislado. Urraca I de León llegó al poder en 1109 después de la muerte de su marido, su padre y su único hermano. La presionaron para que volviera a casarse con Alfonso el Bataller (Alfonso I de Aragón), pero la antipatía mutua era tal que, al no existir la posibilidad de divorcio, el matrimonio se declaró nulo.
"Guinedilda de Cervera fue una mujer que emprendió la repoblación de Cervera, construyó una torre y en 1026 tenía el mando", afirma Guerrero. En el siglo XI, en los condados de Barcelona, Girona y Osona gobernaba la condesa Ermesenda, que apoyó la labor repobladora y colonizadora de la tierra y fue precisamente ella quien concedió a Guinedilda de Cervera, como consta en la carta de población que se conserva, el territorio que había conquistado. Otra mujer que se enfrentó a un ejército fue la última condesa del Pallars, Caterina Albert. En 1488, su marido, Hug Roger, tuvo que huir a Francia y dejó la defensa del territorio a su esposa. Caterina Albert resistió el asedio del ejército de Fernando II el Católico y defendió las tierras durante tres años, esperando hasta el último momento a que llegara, desde el exilio, su marido con refuerzos. Finalmente, tuvo que capitular el día 29 de junio de 1491.
No todo el mundo era igual
"No me extrañaría que hubiera mujeres también en la orden de Calatrava. Además, los caballeros de Calatrava se podían casar y, por tanto, tampoco es sorprendente que hubiera mujeres, porque participaban de la educación y gestionaban el patrimonio ", detalla Guerrero. Los caballeros de Calatrava hacían los votos de obediencia, castidad y pobreza y se suponía que debían dormir con la armadura, pero no eran célibes. "Todo cambia siglos más tarde, sobre todo al final de la Edad Media y en la Edad Moderna, cuando predomina la clausura y las mujeres son expulsadas cada vez más de lugares que habían ocupado de forma natural", afirma Guerrero.
La mayoría de miembros de la orden de Calatrava provenían de la nobleza. Los vínculos con la élite de la época fueron una ventaja a la hora de obtener importantes donaciones, tanto patrimoniales como monetarias. Por tanto, muchos acababan formando parte de la orden no sólo buscando la salvación del alma sino también como una manera de progresar económica y socialmente. Como en la sociedad de la época, en la orden de Calatrava no todo el mundo era igual: había categorías. Había los freires caballeros, que tenían su propio caballo y una imponente armadura, los freires sargentos, que también iban a caballo, pero sus armas eran más simples, y los voluntarios temporales, mercenarios y vasallos. Los estudios de isótopos estables obtenidos del colágeno de los restos óseos de Zorita de los Cannes demuestran que la dieta también variaba según los individuos y su estatus.
"Cuanto más arriba se estaba en la escalera social, más carne se consumía, sobre todo de pollo y, en segundo lugar, pescado, tanto de mar, como de río", afirma el arqueólogo Lluís Lloveras, de la UB. El pescado proveniente del mar sería todo un lujo sobre todo si se tiene en cuenta que Guadalajara está muy lejos del mar. El resto de la dieta la formaban el cerdo y, en menor cantidad, cordero, ternera y conejo. Pese a que hacían voto de pobreza, comían mucho mejor que el resto de la población. Sus dentaduras demuestran que habían ingerido mucha cantidad de proteína animal. "Los isótopos también demuestran que la mujer que hemos encontrado consumía menos proteína animal que el resto, lo que nos lleva a pensar que podría pertenecer a una de las categorías inferiores", asegura Rissech.
La orden de Calatrava llegó a tener muchas tierras y mucho poder, sobre todo en Castilla, porque tuvo un papel bastante predominante durante la guerra de los reinos cristianos contra los musulmanes. No todo fueron victorias. Sufrió una importante derrota en Alarcos (1195) que casi extinguió la orden.