Àngels Gonyalons: “Hoy se te valora, mañana se te humilla; no te puedes creer nada”
Actriz
Àngels Gonyalons (Barcelona, 1963) tiene sesenta años recién cumplidos, cuarenta y tres de ellos trabajando como actriz. Fue el icono del estallido del teatro musical en catalán a finales de los años ochenta y principios de los noventa, con obras como Maricel, Estan tocant la nostra cançó o Memory. Sobre todo Memory, un musical que le dio muchas alegrías y que le sirvió para bautizar la escuela de teatro en la que forma alumnos desde 1994. Ahora disfruta de la profesión, trabajando con el rigor de siempre, pero sin el peaje de ser la actriz de moda. Estas semanas se cierra el círculo: Àngels Gonyalons protagoniza L'alegria que passa, el último musical de creación propia que hará Dagoll Dagom.
Completa la frase: “Últimamente...”
— No paro. Pero creo que no es últimamente, creo que es la bestia. Es el temperamento.
En noviembre, el día de tu último aniversario, cumpliste 60. ¿Cómo te suena?
— Suena gordo, porque la gente de mi generación tenemos una imagen determinada de la que significa tener sesenta años. De vez en cuando, me lo recuerdo: "Soy una señora de sesenta años". Pero como el cuerpo responde, supongo que no me doy cuenta. Sobre todo es la sensación de que queda menos y que todo será muy rápido, el deterioro y esas cosas. Ahora no puedes prever qué serás dentro de cinco años. Con treinta y cinco sí, pero con...
¿Cuál es la última vez que, mirando a tu hija, que ahora tiene dieciséis años, has pensado: "Soy yo!"?
— Sí, sí. Si veo imágenes de Maricel... O en una entrevista con Ricard Ustrell, que me puso un fragmento de la serie I ara què. Xènia?, y dije: “¡Si soy Txell!” Físicamente me veo, sí.
¿Y de forma de hacer?
— No, yo admiro mucho a mi hija. Es muy serena, muy sensata, jaja... Siempre ha tenido madurez emocional y eso lo admiro mucho.
Te iba a pedir cuál es la última vez que te ha hecho sufrir, pero si es tan serena...
— Hombre, hace sufrir porque empieza a salir y sabes que debes soltarla. Es una chica en la que se puede confiar, pero debes recordarle que hay agentes exógenos, que no todo depende de ella. El miedo te lo tienes que comer, no puede tener una cuerda corta. Además, ella no se lo merece. Merece que le des cuerda.
¿Por qué querías ser madre?
— No sé. Supongo, lo primero que se me ocurre, es que quería dejar de pensar en mí. A mí me gustaba mucho ser tía, soy muy amante de mis sobrinos y mis sobrinas. La maternidad me llegó tarde, lo hice a conciencia y sigue siendo lo más maravilloso. Disfruto mucho de la maternidad con mi hija.
Siempre te he oído hablar muy bien de tus padres. ¿Cuál es la última frase que te ha quedado grabada de ellos?
— Hay una frase que tengo marcada, y es cuando había algo que a mí no me entraba bien y me decían: "Los padres lo hacen porque te quieren, nadie te querrá como los padres". Y yo pensaba: “Ya sé que lo hacéis porque me queréis, si no, ¿qué?”. A mi padre ya no lo tengo, hace diez años que murió. Era un hombre muy especial. Ahora tendría 93 años y cuando se ponía un delantal decía: “Yo no estoy ayudando a mi madre, estoy colaborando en casa, soy un miembro más del equipo”. O recuerdo un día que nos cogió a mi hermana ya mí y nos dijo: “Yo os he enseñado lo que creo que debe hacer, pero os recuerdo que si un día venís y me decís que estáis embarazadas, lo primero que haré será abrazaros”. O sea, no juzgar, primero abrazar, acompañar.
¿La madre todavía la tienes?
— Sí, y es fantástico porque nos acompañamos, es muy amante de sus hijas y de sus nietas y nietos. Ambos siempre han luchado por ser unas personas mejores.
Ambos eran profesores. La parte didáctica la has vehiculado desde hace treinta años con la escuela de teatro Memory. ¿Cuál es el último consejo que le has dado a alguien que quiere dedicarse al teatro?
— Consejo, la palabra es muy gruesa, pero siempre les digo que tienen que ir a ver mucho teatro. Y todo tipo de teatro. Para prestigiar el género del musical, deben formarse como actrices y como actores, no basta con cantar bien y bailar bien.
¿Últimamente tienes menos éxito popular y más respeto de la profesión?
— Uffff, caray, no me las planteo estas cosas. Dentro de la profesión nunca me he sentido menospreciada. Cuando eres joven y linda, o joven y guapetón, en este país es como si pesara más una cosa que otra. Al final, en la vida se trata de ir resistiendo, aprovechar las oportunidades, picar piedra y picar piedra. Que no es garantía de nada y es una montaña rusa. Hoy se te valora, mañana se te humilla, así que no te puedes creer nada. Ir haciendo, tratar de pagar el alquiler y ya está.
¿Cuál es la última vez que has trabajado en TV3?
— La última vez creo que hace dieciséis años. O algo más, porque todavía no estaba embarazada de mi hija. Fueron unos meses en El cor de la ciutat.
¿No has tenido ofertas? ¿Se te hace extraño? ¿Te sabe mal?
— No he tenido ofertas y es un poco raro, porque tampoco somos tantos, tantos, tantos. Pero tampoco nadie te debe nada. No me entretengo mucho con esto.
Hay actores o actrices que se hacen populares en televisión y después van al teatro. En tu caso fue a la inversa.
— Y fue una satisfacción. Todo empezó en La botiga dels horrors, Maricel, Estan tocant la nostra cançó y Memory. Memory fue brutal. Fue a verlo gente que nunca acude al teatro. Se convirtió en un hecho social, estuvimos tres años haciendo Memory. La popularidad vino por el teatro y no por la tele. Y esto es hermoso.
¿Qué tiene un escenario?
— ¿Qué tiene? No lo sé. Una comunión con la gente, la necesidad de emocionar. A veces es muy bonito, a veces hace sufrir mucho. Quieres hacerlo muy bien y que la gente disfrute. En esta función, L'alegria que passa, las caras de la gente son de agradecimiento, es muy especial. Ya no contaba vivir algo como ésto. El estreno de L'alegria que passa lo comparo con el estreno de Memory, en Girona. Ha sido y está siendo muy bonito.
¿Tú has sido más feliz en el escenario o fuera del escenario?
— He tenido momentos de todo. El escenario me ha salvado de muchos momentos muy tristes y muy duros en la vida, y la vida muchas veces me ha salvado de castañas que me ha dado mi oficio, que también he tenido muy grandes. Así que mientras se vayan ayudando el uno al otro, lo vamos trampeando bien.
¿Te volveremos a ver una última vez haciendo Maricel?
— Hombre, yo digo que como no sea haciendo de botavara, Albert, con sesenta años, o de mascarón de proa, comprenderás que ya no tengo papel.
¿No podrías hacer de Blanca?
— Queréis que haga el ridículo. A la gente le gustaría porque piensa que hay algo que puede volver. Y nunca puede volver.
Pero esto es como los grupos de música que vuelven. Tú vas a verlos y piensas que vuelves a tener 20 años.
— No es lo mismo. Es muy bonito que te lo digan, porque es muy enternecedor, pero debemos procurar no hacer el ridículo. Nunca en la vida puedo volver a hacer de Blanca. Ya está, ya está vivido, está hecho, está ahí. Ser la primera Blanca es un honor pero ya está. El pasado nunca vuelve.
¿Cuál es la última vez que has echado de menos ese lunar Gonyalons que tenías en la cara?
— Hahahaha... Me lo quité justo después de lo último que hice para TV3, porque se estaba haciendo muy grande. Y claro, hasta los 40 eres la de la peca, a partir de los 40 eres la de la verruga. Me dio miedo, porque era muy identitaria. Era mi lunar. Pero el médico dijo que iba a ir fuera. Lo que sí recuerdo es que el día que me la quitaron, ésta y un par de pecas más que tenía, cogí un avión, la gente me miraba y yo pensaba: “Mecachis, ahora pensarán que me he operado ”. Que no pasaría nada, que yo respeto mucho a la gente que se ha operado.
¿Operarte, nunca?
— Hombre, yo soy humana, ¡eh! A la que llevo quince segundos frente al espejo [hace el gesto de estirarse la cara] veo que estoy perdiendo el tiempo. Vienes de un sitio y cuesta adaptarse, pero es lo que hay. Tiene otras cosas buenas. Es un rollo hacerse mayor por las limitaciones que trae o traerá, pero la serenidad o la paz que ya tengo ahora no la cambio por ninguna época pasada. Seguro, seguro.
¿Qué es lo último que has hecho con las manos?
— Podar árboles. Me gusta mucho podar árboles. Mis árboles de Menorca, los albaricoqueros, los granados, los olivos. Es muy terapéutico hacer cosas con las manos. Podar árboles y restaurar muebles son dos cosas que me gustan mucho. Puedo estar horas. Supongo que será como una especie de meditación. Esto y el agua. Estar en remojo siempre. Me gusta mucho el mar, estar en el agua, aunque no sea nadando. Haciendo el muerto, por ejemplo.
¿El último cigarrillo, de cuándo es?
— Uff, hace veinte años. A ver, hace veinte años dejé de fumar, pero alguna vez me fumé alguno, hasta que murió mi padre, que murió de cáncer de pulmón, por tabaquismo. Focalicéa el odio, el resentimiento, y me dije : “Nunca más, nunca máis”. Y le tengo mucha tirria. Y veo a mucha gente joven que vuelve a fumar. Creo que se ha apagado mucho el mensaje y se están suicidando.
¿Cuál es la última ilusión que tienes ahora mismo?
— Una ilusión que tendría es poder darle más vida a L'alegria que passa. Pienso que se ha visto poco por la respuesta que tiene, por cómo gusta y por cómo disfrutamos nosotros haciéndolo. Llevo cuarenta y tres años trabajando y que me haya hecho vibrar así, que tenga ganas de ver las caras de mis compañeras, de mis compañeros, que haya esa bonhomía entre nosotros, cómo nos ayudamos, cómo nos escuchamos... Trabajar a gusto, con buena gente.
Lo dices de una forma que parece que haya veces que no has trabajado a gusto.
— No, claro, porque muchas veces tiene que haber una puñetera piedrecita en el zapato, ¿sabes? Y aquí no hay ni una. Pero es verdad que, si lo pienso, estoy rodeada de muy buenas personas, no sólo profesionalmente. Soy rica en amigos y amigas.
¿Y la última inquietud?
— La última inquietud ha sido encontrar piso en Barcelona, porque tengo que irme de dónde estoy, pero ya lo he encontrado. Yo cuando tenía veinticinco años sabía que si trabajaba duro podía llegar a comprarme una casa y pude comprarla. Tengo una casa que me la he comprado con el sudor de mi frente. Pero la gente de veinticinco años, por mucho que trabajen, no tienen esperanza. A mí, mi barrio –Eixample– me ha expulsado. He encontrado algo en un sitio que está muy bien y que mi hija lo disfrutará mucho. Pero es muy duro que valga 1.000 euros decir “buenos días”, y vale 1.300, no 1.000, ¿sabes qué quiero decirte? La gente no gana ese dinero.
Es que ahora están las cifras del paro, que es una realidad, pero después hay otra realidad: la gente que trabaja, pero no le llega para pagarse nada. Hablo de un alquiler.
— ¡Vivir con dignidad! No quiero ir a los tópicos, pero una mujer maltratada no puede separarse: ¿cómo quieres que pague un alquiler sola? Y esto ni se contempla. Y me parece un delito. Claro, yo me fui de Barcelona a Madrid y de Madrid a Menorca. Me fui en 1998 y volví en 2017. Me costó mucho entender que tenía que pagar mil euros por un piso en Barcelona. Es muy fuerte y no se dice nada. Tener un techo mínimamente digno.
Las dos últimas preguntas son las mismas para todos. ¿Una canción de El Último de la Fila?
— Ay, el título no lo sé. Sé que son buenos pero no ha sido mi estilo. “A galeras a remar...”?
Sí, de Como un burro amarrado en la puerta del baile. Termina la entrevista como quieras, va, las últimas palabras son tuyas.
— ¡Tenías que haberme avisado! Que ha sido muy cómodo, muy placentero y que espero encontrarme con la gente en un teatro. Por ejemplo, en L'alegria que passa, hasta el 28 de enero.
Hacía más de diez años que no nos veíamos, con Àngels Gonyalons. Llega al teatro Poliorama de Barcelona, nos abrazamos y me dice con palabras y también con los ojos que pasa "un buen momento". Tiene proyectos de trabajo hasta el 2025, vive en Barcelona con su hija de dieciséis años y mantiene un pie en su querida Menorca.
Antes de empezar la entrevista –que haremos en el escenario, sentados cada uno en una caja del atrezzo de L'alegria que passa– nos ofrece chocolate negro. Lleva una tableta aún por estrenar. “Querréis que me cambie las gafas por lentillas, ¿verdad?”. Marta y Marc, los cámaras, se lo agradecen para evitar los reflejos de los focos en los cristales de las gafas. Aún un último ofrecimiento, cuando terminamos la conversación: “Si queréis venir a ver la obra, sólo tenéis que decírmelo”.