Como con mi lady in waiting hemos decidido salvar el planeta, de lunes a viernes somos rumiantes, pero los fines de semana, siguiendo con todo detalle los consejos tanto del príncipe de Gales como del ministro Garzón -que en este punto y contra todo pronóstico coinciden-, somos carnívoros. Esta fórmula nos permite expresar nuestro soporte a la ganadería intensiva y, al mismo tiempo, minimizar nuestra huella verde así como las huellas hídricas y carbónicas. Con el fin de no fallarnos a nosotros mismos y proporcionar a nuestros organismos proteína animal de calidad, el sábado fuimos a almorzar al Topik de la calle Valencia. Pedimos dos ostras, dos erizos de mar, setas salteadas y un arroz de caza, tabla de quesos y, aunque todavía no estamos en Semana Santa, torrijas, que es un postre que el neocapitalismo ofrece sin parar, las 24 horas del día y 365 días del año. El festín (unos 40 euros por barba) lo pagamos religiosamente y con contactless porque con todo lo que ahorramos entre semana con las verduras a la plancha, nos lo podemos permitir. También es verdad que el hecho de que estemos en rehabilitación y hayamos dejado de beber champagne a litros (la huella hídrica de la que hablábamos) nos ayuda a hacer cuadrar el balance y nos permite no perder el tiempo en divagaciones de aquellas que en el momento te parecen filosofía pero que al día siguiente, durante la resaca, se deshinchan. Le hago notar a mi lady in waiting que yendo a comer los sábados salvamos el planeta y, de paso, nuestros hígados, y esto es un win-win que daría para un trabajo de fin de carrera de aquellos que, en Esade, te propulsan, sin discusión, hacia el cum laude. Equitación aparte, nada de lo que hacemos durante toda nuestra fatigante semana resulta tan rentable.
Entre ostra y perdiz y entre perdiz y torrija, como estamos en modo sofisticado, comentamos las Memorias de una Beatnik de Diane di Prima, una autora, por cierto, sobre la que las monjas del internado suizo no nos informaron en su momento, pero que tan amablemente nos hicieron llegar el señor y la señora Francisco Llorca y Magda Anglès, editores de Las Afueras y vecinos de la Izquierda del Eixample, que, en palabras del propio señor Llorca, que es originario de Madrid, “es un barrio en el que al final todos nos conocemos porque es como un pueblo pero sin verbena”. En el libro hay mucho sexo (muchísimo más que en la Izquierda del Eixample, doy fe), mucha diversión, jazz, Nueva York y drogas à gogo, es decir, va de la juventud, y solo por el hecho de que uno de sus personajes se perfume con Cuir de Russie de Chanel, ya valdría la pena su trepidante lectura. Concluimos que la Di Prima nos gusta muchísimo más que el pesado de Jack Kerouac, que, seamos sinceros, ya es suficiente. En algún momento de la narración se cita por sorpresa a Harry Crosby, que es, sin duda, el personaje con el mejor inicio de biografía de Wikipedia: “Harry Crosby: (Junio 4, 1898 - December 10, 1929) was an American heir, World War I veteran, bon vivant, poet, and publisher...”. A mi lady in waiting ya mí nos encantaría pasar a la posteridad como american heirs, pero todo apunta, después de repasar nuestros respectivos árboles genealógicos, que será imposible. Lo cierto es que, leyendo en los periódicos la situación de la geopolítica actual y siendo realistas, tenemos más posibilidades de acabar apareciendo en Wikipedia como veteranas de la Tercera Guerra Mundial, o lo que es peor, ir a chasquear a la fosa común de la Soldada desconocida.
Como ya no tenemos nada más que decirnos a causa de nuestra abstinencia, y como tampoco podemos hablar del divorcio del año porque mi lady in waiting confunde, incomprensiblemente y desde siempre, a la infanta Elena con la infanta Cristina, y así no hay quien se aclare, en lugar de ir al Belvedere para alargar la inexistente melopea mientras admiramos, whiskazo en mano, la obra de Carlos Pazos (aún no estamos en el punto terapéutico de poder volver y pedir una tónica), vamos a los Boliche a ver el Macbeth, versión Joel Coen, que es una forma como cualquier otra de soplarse. Lo hacemos siguiendo la recomendación de la señora Victoria Szpunberg, que es una de las narices teatrales más afinadas de la ciudad y que, todo sea dicho, nos amenazó con retirarnos el saludo si no lo hacíamos. Suerte que vamos y suerte que lo hacemos sobrios, porque gracias a eso descubrimos a Kathryn Hunter (las monjas suizas tampoco nos habían dicho ni pío), la actriz que juega el papel de las tres brujas, que es lo que , ahora ya lo sabemos, queremos ser de mayores: brujas.