Joe Sacco: "Para controlar una tierra necesitas romper su vínculo con la gente que vive allí"
El pionero del cómic periodístico relata la lucha de los indígenas canadienses en 'Un tributo a la tierra'
BarcelonaEn Europa no sabemos casi nada de las remotas Tierras del noroeste de Canadá, pero una cosa es segura: fueron unos políticos blancos los que les pusieron este nombre, no la gente que vive desde hace siglos. Ellos son el pueblo dene, cerca de 45.000 indígenas norteamericanos que habitan una región equivalente en España y Francia enteras. Durante muchas generaciones vivieron en armonía con la tierra, viviendo de la pesca y la caza, desplazándose por el territorio con la casa encima. Una existencia dura, con temperaturas extremas en invierno y épocas de hambre, pero también con un fuerte sentido de comunidad y una relación casi espiritual con la naturaleza.
Pero desde hace algunas décadas el pueblo dene vive una tragedia colectiva: una epidemia de alcoholismo que ha causado miles de muertos, un sentimiento general de desarraigo de la tierra de sus antepasados, la cifra de suicidios más alta del país y un índice escalofriante de violencia de género y de violaciones dentro del ámbito familiar. No es casualidad que el drama de este pueblo haya coincidido con el descubrimiento de recursos minerales en sus tierras y la explotación de sus depósitos de petróleo y gas a través del fracking. “El gobierno canadiense quería controlar la tierra y para hacerlo necesitaba a controlar la gente que vivía allí y romper su vínculo”, explica Joe Sacco, el pionero del cómico periodístico y que después de la incursión histórica de Lagran guerra vuelve al trabajo de campo con el impresionante Un tributo a la tierra (Reservoir Books), que esta vez se aleja de conflictos famosos como los de Palestina y Bosnia pero continúa hablando de comunidades pequeñas y oprimidas que luchan por existir.
El cómico nació a raíz de la voluntad de Sacco para investigar un tema relacionado con “el cambio climático, que siempre se nota primero allá donde se extraen recursos naturales”. Primero pensó en investigar algún lugar de Sudamérica hasta que lo contactaron desde Canadá y pensó que sería un buen entrenamiento, porque era más cerca y casi todo el mundo habla inglés. Fue pensando que sacaría material para hacer “una pieza corta” pero descubrió una historia compleja y terrible de la cual lo desconocía casi todo. “Había oído algo sobre las escuelas residenciales, pero no entendía sus implicaciones profundas”, dice Sacco en referencia al episodio más terrible de la represión cultural del pueblo dene, que desde medios del siglo XIX hasta 1990 tuvo que enviar sus niños y adolescentes a estudiar en unos internados donde se les educaba en el cristianismo, se les obligaba a hablar en inglés y, básicamente, se destruía su relación con la tierra, la comunidad y la familia.
La hora del periodismo dibujado
“La cosa que más me impresionó de los internamientos obligatorios era que pegaban a los niños cuando hablaban en su propia lengua”, explica Sacco. “Algunos de ellos incluso la olvidaron y, después, cuando volvían a casa, ya no se podían comunicar con los abuelos o con una parte de la familia. Todo ello no sólo constituía un trauma psicológico y una pérdida de habilidades comunicativas, sino también una ruptura de los fundamentos de su cultura. Y muchos de los problemas y el alcoholismo del pueblo dene tienen el origen directo en este episodio”. Sacco pone cara y ojos a la tragedia a través de los testigos que va recogiendo entre los denes que entrevista, como la terapeuta que explica que “la gente no bebe para socializarse, sino para perder la conciencia”, o el profesor que preguntó a su alumna más brillante qué haría el fin de semana: "Emborracharme hasta perder el sentido, así no me acordaré de quién abusa de mí".
La historia que explica Sacco en Untributo a la tierra no es una tragedia monolítica, sino también la lucha de un pueblo por rebelarse contra la injusticia y curarse las heridas. Una lucha que incluye divisiones y enfrentamientos internos, pero también victorias morales y legales: en 2008 el gobierno canadiense pidió oficialmente perdón por los internamientos forzosos y una comisión calificó la política indígena del Canadá de “genocidio cultural”. “Los tribunales determinaron compensaciones económicas a los indígenas por los internados –explica Sacco–. Era bastante dinero, decenas de miles de dólares para cada afectado. El problema es que si haces que personas alcohólicas revivan los traumas en una comisión y después les das una gran cantidad de dinero, algunos de ellos se lo beberán hasta morir. Y no digo que la comisión no hiciera un buen trabajo, pero no puedes pensar que con un informe y pagando dinero se resolverá el problema porque las consecuencias del colonialismo continúan presentes en la comunidad”.
El autor norteamericano –pero nacido en Malta– viajó en total seis semanas por los Territorios del Noroeste y se entrevistó con una de treintena líderes indígenas, activistas y ciudadanos denes, visitando los pueblos a los cuales solo se puede acceder por carreteras de invierno que solo son transitables cuando están heladas –y cada vez menos meses al año–. Después, fiel a su método de trabajo, se retiró en casa para dibujar las 280 páginas de Un tributo a la tierra, que da voz a todas las opiniones sobre el debate más candente que hay hoy en las comunidades: si hay que abrir las puertas a las compañías de energía para extraer petróleo y gas con la técnica del fracking o buscar otras maneras de activar la economía de la zona sin explotar y malograr la tierra de los antepasados. “Me ha parecido que, especialmente entre los jóvenes, están creciendo los intentos de reconectarse con lo que les hacía fuertes como comunidad antes de la llegada de los europeos: las tradiciones, la lengua propia y la vida en las montañas. Básicamente, recuperar el vínculo con la tierra y, a la vez, descubrir cómo vivir en el mundo moderno”.