Literatura

Ramon Mas: "Cuando di cuenta de que Raúl me estaba anunciando su suicidio, subí hacia Vic disparado"

Escritor y editor

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Ramon Mas, autor de 'Los muros invisibles'

BarcelonaDesde que publicó Los muros invisibles, Ramon Mas (Sant Julià de Vilatorta, 1982) no ha dejado de recibir mensajes sobre Raül Izquierdo, el amigo que perdió hace veinte años. Escritor y editor –fundó Malas Hierbas con Ricard Planas en 2012–, ha tardado mucho tiempo en ser capaz de contar tres de las semanas más difíciles de su vida, las que separan el primer intento de suicidio de Raül del segundo. A partir de la reconstrucción de ese momento tan difícil, Mas recuerda también a su grupo de amigos de Vic y retrata parte de su generación, la que escuchaba y tocaba hardcore, hacía fanzines y vivía enganchada al monopatín.

Los muros invisibles comienza en marzo del 2004, cuando recibes un mensaje de un amigo tuyo, Raül. Es un viernes a la una de la madrugada, y él se despide de ti.

— Aquel mensaje fue una hostia fortísima. Cuando me di cuenta de que Raúl me estaba anunciando su suicidio, subí hacia Vic disparado. Necesitaba volver a casa, y entonces mi casa era el grupo de amigos con los que había compartido tantas cosas.

Cogiste el primer tren que pudiste...

— Me di cuenta de que el paraíso adolescente había terminado. Era el tercer año que yo estaba en Barcelona, ​​estudiando Filosofía, e iba subiendo y bajando de Vic. Aunque todavía me hacía mucho con el grupo, ya no era exactamente como antes de irme. Nos habíamos ido dispersando, cada uno tenía sus intereses. Algunos estudiábamos. Otros trabajaban.

El libro explica el contraste entre la vida que llevabas en Barcelona y la que habías tenido en Vic antes de empezar la carrera.

— Siempre había tenido claro que quería ir a la universidad y descubrir todo lo que podía darme una ciudad como Barcelona. Tenía ganas de vivir en el sitio donde había conciertos entre semana. Para mí, Vic había representado el descubrimiento de la música. En Barcelona, ​​sin embargo, todos los amigos y conocidos eran poetas o se dedicaban a algo relacionado con la literatura.

Una y otra parte han sido muy importantes, para ti, ¿verdad?

— Sí. He escrito letras y he cantado en grupos como FP y Daltabaix. He editado muchos libros con Males Herbes... y he firmado también unos cuantos.

En Los muros invisibles dices que tras muchos de los cuentos y novelas que has escrito estaba el suicidio de Raúl.

— Sale, a menudo, un entierro multitudinario inspirado en el suyo, un pueblo que juzga y alguien que siente que nadie le entiende y que vive en un entorno que le parece opresivo. La mayoría de mis libros comienzan con un personaje que está fatal, con un cambio que le da la impresión de que las cosas pueden mejorar y con un desengaño final.

Este desengaño final es, en parte, el que llevó a Raúl a suicidarse. La crisis de pareja con Aina fue sólo el detonante de una crisis más profunda, ¿no?

— La ruptura con ella le hizo caer la vida que había tenido que levantar con mucho esfuerzo. Toda la vida se sintió un paria, Raül, y durante la última relación de pareja creyó, durante una temporada, que podía llegar a ser un adulto funcional. Se fue a vivir con ella, tenía un trabajo... Pero cuando lo dejaron cayó en una tristeza profunda, una depresión terrible que fue mucho más allá de una rotura de pareja. Raül no fue un Werther. Se sentía agotado absolutamente de vivir.

Tenía sólo 26 años.

— Los 26 años son una edad complicada, el momento de asumir que no puedes seguir disimulando y que no puedes vivir para siempre en una utopía adolescente. Además de comprarte discos y skates, debes poner gasolina en el coche y poder pagarte el alquiler.

Lo presentas como un personaje muy conocido –admirado y temido– en Vic. Lo conociste cuando tenías 14 años y acababas de entrar en el instituto.

— Era un personaje mítico. Cuando nos conocimos ya le habían expulsado de no sé cuántas escuelas y patinaba que flipas. Tenía una imagen de gamberro legendario. Mucha gente había oído hablar de ello, pero poca gente le conocía en serio. Raúl tenía un corazón gigante.

El momento en que formó parte de un mismo grupo –donde también había amigos como Jordi, Marcel o Rubén– fue el de la eclosión del hardcore melódico.

— Grupos como Green Day u Offspring le popularizaron. Nosotros escuchábamos hardcore desde antes. El grupo que me cambió la vida fueron Bad Religion, sobre todo en lo que se refiere a las letras. Había una crítica seria a la sociedad de consumo ya los medios de producción. Escribían canciones bonitas pero llenas de rabia, en las que hablaban de cosas hiperteóricas. Las relaciones humanas no existían. Tampoco había sarcasmo, como ocurría con las canciones de La Polla Records.

Empezó a tocar en grupos ya hacer fanzines.

— Fue el momento en que decidimos dejar de ser parte de los que miran al mundo y empezamos a formar parte activa de las cosas que nos gustaban. Esto nos hizo sentir que formábamos parte de una comunidad; diría que es la clave de todas las subculturas juveniles. A mí me pasó con el hardcore, pero puede darse en otros ámbitos, como el del hip-hop.

La muerte de Raúl no te hizo detener. ¿Cómo es?

— Siempre me foto con mil líos, y supongo que lo hago para no hundirse. Cuando Raül se suicidó estuve fatal, pero no era consciente del todo. Si miro hacia atrás veo que en esos momentos mi rabia contra el mundo creció, y también el sentimiento de incomprensión.

Empezaste a escribir el libro cuando te acercabas a los 40. ¿Crees que tiene algo que ver?

— Me puse durante el confinamiento. Siempre que se acerca la primavera recuerdo cosas de esos días, y el año de la cóvida la sensación fue muy bestia. Estaba en casa, pero mentalmente revivía aquellos días del 2004.

Ya no eras el postadolescente de entonces. Vivías en pareja y tenías dos hijos. Los muros invisibles contrapone aquel joven con el yo del presente y con las trampas de la vida adulta, tanto de la tuya como la de tus amigos.

— Los amigos muertos nos recuerdan quiénes éramos y qué sueños tuvimos. Nos permiten volver a lo que vivimos con ellos. En el caso de Raül, el viaje me lleva hasta mis 22 años. Mantengo un diálogo constante con todo en lo que creía entonces. Y hace que no me aleje del todo. Porque a menudo, a medida que creces, te vas olvidando de quien fuiste. Parece un cliché, ¿no?

Pero diría que contiene verdadera parte.

— La muerte de Raúl es un palo clavado siempre en el mismo sitio, y me obliga a girar la mirada hacia ese momento. Me obliga, de alguna manera, a encararme. Su muerte marcó todo el grupo. Desde entonces, incluso cuando no hablamos de él, Raúl sigue entre nosotros.

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