Contra la arrogancia de publicar, la humillación necesaria de leer

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James Joyce

BarcelonaEntre los que aspiran a publicar suele correr la leyenda de que entrar en la rueda literaria es poco menos que imposible. Las redes sociales están llenas de los agravios de aspirantes que explican, por ejemplo, que han enviado el manuscrito a 415 editoriales y no han recibido respuesta, o bien han recibido un correo estándar con esa frase fría y dolorosa como una hoja de cuchillo que dice : "No encaja en nuestro catálogo, gracias". En la mayoría de los casos, los aspirantes, ofendidos y convencidos de que su libro es la rehostia, dan por sentado que su manuscrito no ha sido leído o que, si lo ha sido, no ha sido comprendido. Existe una conspiración contra ellos. Sus compañeros, entonces, para reconfortarlos, tal vez mencionen el caso delUlises de James Joyce o del primer volumen de Harry Potter, que fueron rechazados por varias editoriales. Los aspirantes, entonces, se consolarán pensando que también ellos son unos genios literarios incomprendidos. Ante la negativa de las editoriales, algunos deciden autopublicarse o caer en las garras de alguna de estas "editoriales" que te publican el libro si les garantizas unas ventas mínimas. También en este caso los compañeros podrán alentarlos con ejemplos recientes, invocando el premio Crexells de 2017, que se llevó Joan Buades con Cruy. Los portadores de la antorcha, un libro publicado gracias a una campaña de micromecenazgo que fue rechazado por quince editoriales. Los más atrevidos se atreverán a citar –rayando el sacrilegio– el caso de Virginia Woolf, que publicaba en su propia editorial, Hogarth Press.

Y sí, los ejemplos de Joyce, Rowling o Buades son tan ciertos como excepcionales. Pero, como sabemos, las excepciones confirman la regla. El delirio de que tu manuscrito es comparable con el de Joyce es la base del problema. Son pocos los que ante las negativas o silencios editoriales se plantean si quizás el problema no radica tanto en el sadismo exacerbado de los editores como en la calidad del texto que han enviado. Es evidente que lo que más desean las editoriales es encontrar libros maravillosos y descubrir nuevos talentos en un mundo literario que devora, mastica y escupe los nombres a una velocidad estremecedora: es un monstruo que exige carne fresca cada temporada. Si el libro que les has enviado es tan bueno, ¿realmente crees que lo dejarían pasar? Que sí, que puede que alguna perla se escape, pero diría que no es el comportamiento sistemático y que no es bueno ni literariamente inteligente cultivar la autocomplacencia.

Además, las editoriales publicarán tu libro, aunque no sea excepcional, siempre que sea digno y que contenga alguna promesa lo suficientemente jugosa, sea de tipo comercial o de un talento que se adivina pero que todavía se ha de pulir.

Si un libro como 'Solenoide' existe, ¿qué narices debo escribir yo?

A mí lo que me desconcierta no son todos los libros que no se publican (menos que deberían publicarse todavía), sino la temeridad de publicar ciertos libros verdaderamente literarios. Ahora mismo estoy leyendo, tarde pero con un entusiasmo feroz, Solenoide, de Mircea Cărtărescu, con la traducción excelsa de Antònia Escandell Tur. Cada párrafo que leo es una bola de demolición que derrumba los débiles muros de mi ya frágil autoestima literaria. Si un libro así existe, ¿qué narices debo escribir yo? ¿Qué sentido tiene escribir y competir con un rival de esa talla? Y qué injusticia que sólo haya vendido 2.500 ejemplares en nuestro país, cuando tenemos libros diez mil veces más mediocres que vienen diez veces más. ¿Cuántos lectores están dispuestos a afrontar un libro de casi novecientas páginas? Cada vez menos. ¿Qué espacio, qué tiempo, qué atención dedicamos a los autores que abren caminos? Cada vez menos. ¿Qué fe podemos tener en la autorregulación del mercado literario? Cada vez menos. ¿Qué riesgos están dispuestas a correr las editoriales? Cada vez menos (lo que entronca con los genios desechados de más arriba y les da, en parte, más argumentos para apoyarse en su lamento). ¿Cómo se puede tolerar que yo comparta mesa en una librería con ese genio? Es un insulto. Y así me huyen las ganas de escribir: nunca llegaré a la suela del zapato. Luego me obligo, porque me digo que para llegar a escribir un monumento como ese antes se deben escribir cosas imperfectas, medio fallidas, y que hay que tener fe, y que de Cărtărescu hay uno entre cien millones, y me reconcilio con que yo no seré uno. De lo que se trata es de hacerlo lo mejor posible, de exprimirte, de exigirte y también de saber asumir que alguien te diga que aquello no es lo suficientemente bueno ni lo suficientemente interesante ni lo suficientemente prometedor. Leer buena literatura es un ejercicio insuperable de humildad.

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