Una basura de título

A veces, entras en una librería sin idea concreta pero con ganas de dejarte seducir por un (autor) desconocido. Hay tres elementos que desempeñan un papel importante en esta seducción que algunos llaman marketing: la imagen de cubierta, los paratextos (fajas y contracubierta) y el título. De las imágenes de cubierta quizás ya hablaremos otro día, porque la cosa mujer para mucho –tenemos desde el minimalismo de Gallimard hasta las estridencias de colores de los británicos– y quizás algunos editores merecerían la cárcel por su mal gusto (lo de la cárcel es un decir, eh, pero como veo que hay lectores que tienen la más que lo aclare para evitar comentarios pesadísimos del tipo: "Estás banalizando la cárcel", "A ti sí que deberían encarcelarte para escribir artículos como estos", etc.; vaya, cosas así pero con treinta faltas de ortografía). Sobre los textos de las fajas, ya he hablado de ello alguna vez. Y los textos de contracubierta sería partidaria de quemarlos todos. Hoy, pues, hablaremos de los títulos, porque también hay autores que merecerían sanciones severas por quienes eligen. Hablaré de textos que me tocan de cerca para no herir sensibilidades.

Pienso, por ejemplo, en la espléndida Los idus de marzo, de Thornton Wilder, que acaba de salir en Eclecta y que yo misma he prologado. En mi opinión, es una basura de título, porque da una idea engañosa de lo que vas a encontrar dentro, esto suponiendo que sepas qué son los idus de marzo (el 15 de marzo, fecha en que asesinaron a Julio César). El título es, pues, poco comprensible e, incluso si lo entiendes, lleva a pensar que se trata de una novela de tema político, cuando en realidad es un libro sobre la condición humana que abarca todo: el amor, la poesía, el matrimonio, la amistad, la muerte y sí, también la política, claro.

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Otro título poco claro es esta formidable novela breve de Charlotte Gneuss, recién salida en Periscopio con traducción mía. Nos planteamos muchas veces qué hacer con el título. Porque Gittersee es un topónimo, un lugar en las afueras de Dresde, es decir, en la antigua RDA, que es justo el tema del libro. Pero el lector catalán no sabe qué es Gittersee y mucho menos dónde para. Al lector no germanohablante, Gittersee no le dice nada, por eso las editoriales italiana y castellana lo han publicado con el título Los confidentes, que, por mi gusto, revela demasiadas cosas. Se da el caso, además, de que Gittersee puede entenderse como un compuesto que en alemán querría decir: Mar de rejas, y sí, podríamos decir que los personajes viven "enrejados" (enjaulados) dentro del sistema de la RDA.

Otra traducción mía es Animal triste (Club Editor), de Monika Maron, quien en el alemán original se titulaba Animal triste, es decir, el original tenía el título en latín. ¿Qué teníamos que hacer con el catalán: ¿dejar el título en latín y que el lector lo leyera inevitablemente en castellano? Ni hablar. ¿Cambiar el caso latino y ponerle, por ejemplo, Animalis triste ¿para respetar el latín original? ¿Simplemente traducirlo? Sin duda, un libro con un título latino vendería menos que un título en catalán.

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Con el Melchor Comas también comentamos mucho el título de la novela que ha sacado este año, El hombre que vendió el mundo (Proa), porque, por mucho que sea un buen título, a mí me daba miedo que no acabara de comunicar lo que luego encuentras en el libro. El hombre que vendió el mundo a mí me suena a macho seguro y poderoso (y eso me echaría atrás como lectora potencial), mientras que el protagonista es más bien un hombre perdido y confundido en un mundo a la deriva que trata de aclarar no sólo quién quiere ser sino quien se atreve a ser.

Elegir un título es difícil, porque es como elegir un eslogan que condense muchas ideas y muchas páginas en pocas palabras, a menudo, en una única palabra. Además, idealmente debe ser fácil de recordar, aunque parece que los títulos largos se han vuelto a poner de moda (Te di ojos y miraste las tinieblas, Como el sonido de un latido en un micrófono, Una historia es una piedra arrojada al río, etc.).

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Yo misma cuando escribo cuentos me chamusco las neuronas para encontrarles un buen título. Hay algo que me ronda de hacer, pero que no me atrevo, por miedo a que se interprete como una boutade: para mí el título de un cuento es importantísimo, pero desgraciadamente el lector a menudo ya lo ha olvidado cuando llega al final del cuento y cuando se refiere a él dice cosas como "el cuento aquel de la piscina". Para enmendarlo se me ocurrió que quizás en los libros de cuentos convendría que el título del cuento apareciera al final del cuento y no al inicio, casi como si el título te diera la clave de lectura (a menudo te la mujer). A ver si en el siguiente libro me atreveré.

Sea como fuere, ya vemos que fiarse mucho del título es nefasto a la hora de dejarse seducir. Lo que yo hago es obviar el título, la imagen y los paratextos, y empezar a leer el libro. No hay mejor manera de averiguar si lo hace o no hace por mí. Pruébelo, ya verá.