Narrativa catalana

Melcior Comes: "Habría que atacar más la extrema derecha por payasos que por fascistas"

Escritor. Publica la novela 'El hombre que vendió el mundo'

Melchor Comes fotografiado en Barcelona
5 min

BarcelonaVisto desde fuera, Simó Diarte es un hombre privilegiado: blanco, heterosexual y acomodado, trabaja en una multinacional de la comunicación, compra en tiendas gourmet y vive de vender humo. Sin embargo, desde dentro habita en la desgracia. El hombre que vendió el mundo (Proa), la última novela de Melchor Comes (sa Pobla, 1980), es la historia de un publicista al que una candidatura de extrema derecha le ha quitado las ideas para triunfar. En una Barcelona vendida al turismo y al uso masivo de los datos personales en favor de los poderosos, Comes hace transitar a este protagonista por el caos político y social. Turbulento y angustioso, el viaje de Simón es un periplo narrativo inteligente que pone contra las cuerdas su moral y que retrata a una sociedad regalada al poder.

¿Cómo definirías a Simón Diarte?

— Es un triunfador fracasado, un personaje muy significativo del momento en que pasamos. Vive dentro del privilegio, es un intelectual corporativo, pero al mismo tiempo un desdichado, no tiene una felicidad íntima. Fue un mal padre y un mal marido. Ahora intenta ponerse en un sitio un poco mejor, busca redimirse a través del amor. La novela va de la crisis personal de ese individuo, con mucha trama de su vida íntima pero también de la profesional. Trabaja en una multinacional de la comunicación y se ve obligado a trabajar con la candidatura populista, gobernada por un intelectual que fue muy importante para él. Me interesaba la dinámica hamletiana de un personaje dentro de una corte putrefacta. Él se ve en la obligación de decidir qué hace ante esa estructura de poder, si se vuelve o deja llevar.

El poder es un viejo conocido de tus novelas. Sobre la tierra impura (2018) giraba en torno a un imperio de zapateros y Todos los mecanismos (2022) retrataba la corrupción política y social. ¿Qué encuentras?

— En el fondo, el poder lo tiene quien quiera cogerlo. A la gente le da miedo, pero después hay una serie de personas sin escrúpulos, o directamente con ambición, capaces de decir: "Sí, yo iré hasta allí y tocaré todas las teclas". Quienes se sienten atraídos ya son de un determinado perfil que me parece muy interesante, desde el punto de vista dramático y narrativo.

En esta ocasión quien baraja las cerezas es un partido de extrema derecha que acapara votos en Barcelona. ¿Por qué te interesaba explorar esa ideología?

— Mediáticamente, la extrema derecha es la que más ha sabido ver y aprovecharse del momento en que vivíamos. En los últimos diez años ha proliferado. Siempre dicen lo mismo. No existe ningún matiz de originalidad ni de diferencia. Y funciona. La extrema derecha ha ido a comprar el discurso como quien va a comprar una pizza prefabricada, que ya está hecha y solo tiene que ponerse en el horno, calentarla y venderla. Lo encuentro fascinante. No hay personalidad ni inteligencia añadida. Llevan cien años haciendo el mismo populismo, que podría derivar en fascismo, pero que también se puede limitar a lo que es: una estrategia para ocupar las instituciones y repartirse el pastel de una forma clientelar, engañando al mayor número de gente posible.

¿Te preocupa?

— Hasta cierto punto, porque, como dice la novela, es ridículo. Habría que atacar más a la extrema derecha por payasos que por fascistas. Los tratamos como genios del mal, cuando son los últimos de la clase. Se han aprendido unas consignas y se dirigen a los últimos de la otra clase para realizar mayorías. Cuentan los mismos malos chistes que se explican en otras lenguas. El inicio de todo esto es la derecha de Aznar, que empezó a hablar como la derecha estadounidense. Aquello fue el fermento pretrumpista. Después ha venido lo que ha venido.

Simón choca frontalmente con su hija por una cuestión íntima –es incapaz de comunicarse con ella– pero también ideológica, porque ella forma parte del movimiento que quiere acabar con la extrema derecha.

— Mita es un personaje más radicalizado, capaz de boicotear un acto universitario para no dejar que hablen los demás. Aquí también existe un debate muy interesante sobre la libertad de expresión. ¿Hasta qué punto deben contribuir las universidades para que venga cierta gente a decir ciertas cosas, aunque les ampare la libertad de expresión? ¿Y quién eres tú para decidir quién puede hablar y quién no? Son debates que deben ponerse sobre la mesa y que se ven muy diferente según las generaciones.

Todo esto transcurre en una Barcelona con canales venecianos y ciudadanos que van con máscaras. Vemos los males de la ciudad del presente, como las grandes masas de turistas y la ausencia de identidad, pero llevados al extremo. ¿Por qué la transformas así?

— Es la Barcelona de ahora convenientemente deformada para explicar mejor la Barcelona de ahora. He acentuado ciertos rasgos, como la rendición a la espectacularidad, a la arquitectura de escaparate. Muchas veces he oído decir que Barcelona es como Venecia, que ya está vacía de italianos. Si el futuro es Venecia, ¿por qué no traer los rasgos de la ciudad aquí? Barcelona también está vacía de barceloneses, que no pueden comprarse un piso.

¿Cómo vives tú la ciudad?

— Exactamente igual que Simón, con esa enajenación que a veces encuentro divertida ya veces desesperante. Es un sitio que ya no puedes sentir como propio. Está muy desdibujada, ya no parece ser la capital de una cultura y de un país nacionalmente vertebrado. Todo lo que se hace no tiene sentido desde el punto de vista nacional e identitario.

Existen dos peculiaridades que destacan en la novela. Por un lado, el uso de un narrador en primera, segunda y tercera persona prácticamente de forma simultánea. Por otro, los diálogos de escenas diferentes intercalados, como un batiburrillo de voces que contribuyen a crear esa atmósfera de caos en la que está inmerso el protagonista. ¿Qué retos formales te marcaste?

— Como escritor es necesario hacer cosas diferentes, no convencionales. Si quiero ser un escritor no excesivamente banal ni obvio, tengo que arriesgarme y probar maneras de narrar algo peculiares. La variación de escribir la novela en presente en primera persona y en ocasiones dirigirme al personaje en segunda me parece estimulante para el lector y hace que la novela sea más literaria. Los diálogos entrecruzados responden a la mentalidad de fondo del libro. Ese caos de consignas y voces es, en el fondo, cómo mirar Twitter, en el que uno dice una cosa, el otro otra y todo lo vas leyendo sin saber qué vendrá después.

¿Cuál crees que es la imagen que deja la novela sobre nuestra realidad?

— La literatura en el fondo tiene una ideología. Debe mostrarles a los lectores que son libres, que existe margen de maniobra para hacer cosas, que algunas se pueden decidir y cambiar. No hay un fatalismo que se imponga sobre ti. Siempre podrás decidir cambiar algo, aunque sea mínima. Aquí recae nuestra identidad, nuestra personalidad, nuestra libertad y nuestra capacidad de vivir. Recordarlo continuamente es lo que debe hacer la literatura.

Cuatro libros clave en la trayectoria literaria de Melchor Comes
  • 'El estupor que le espera' (2005)

    Tras debutar con 'El aire y el mundo', Comes ganó en 2004 el premio Documenta con 'El estupor que os espera'. La novela presenta ya algunos de los elementos que hacen especial su obra: personajes profundos y bien tramados y una mirada irónica pero también crítica sobre el mundo que habitan. En esta ocasión, el libro gira en torno a un protagonista que decide abandonar Mallorca y marcharse a Barcelona a raíz de la muerte de su madre.

  • 'La batalla de Walter Stamm' (2008)

    La primera novela histórica de Comes le valió en 2008 el premio Josep Pla. El escritor le ganó con una historia ambientada al principio de la Segunda Guerra Mundial y con un estudiante de letras berlinés como personaje principal. El chico es condenado por alta traición al régimen y destinado a un campo de concentración. Es un libro sobre el horror y sobre la lucha por la supervivencia.

  • 'Hotel Indira' (2014)

    De todos los escenarios por donde pasan los personajes de Comes, hay uno recurrente: Mallorca. En esta novela, que obtuvo el premio BBVA Sant Joan 2014, la isla toma una presencia aún más relevante para contar una historia de amor fallida, la de Nico y Natalia. El protagonista, un aspirante a poeta con una fallida carrera, se ve obligado a trabajar en el hotel familiar, donde vivirá una relación marcada por los secretos, el dolor y la fatalidad.

  • 'Sobre la tierra impura' (2018)

    La séptima novela de Melchor Comes es un festival narrativo sobre una familia de antiguos falangistas en decadencia. El escritor dispara contra los ricos y los poderosos imaginando una estirpe de empresarios que ha construido un imperio haciendo zapatos. A partir de un personaje externo al clan, la novela sigue la caída en desgracia de los protagonistas en una aventura narrativa magnética y delirante. La novela ganó el premio Crexells y el premio Crítica Serra d'Or.

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