Contando cuentos de buenas noches salvaremos el mundo

BarcelonaHace unos meses escribí sobre los hombres-criatura a través de Ernest, el protagonista de Teoría del juego, de Arià Paco. En el mismo artículo, cité las palabras de otro protagonista literario, Eloi de la novela Los gritos, de Víctor Recort, como una vacuna contra la progresiva infantilización de muchos hombres jóvenes catalanes: "Un hombre sólo lo es en tanto que es capaz de devolver, al menos, la misma cantidad de besos de buenas noches que recibió de pequeño".

Miquel Bonet, uno de los mejores articulistas del país y que, cuando huele feminismo, se le rodea aún más al Grinch que lleva dentro, comentó el artículo en la red antes conocida como Twitter: "Es muy sugerente esta teoría de Recort porque lo de los besos de buenas noches es un invento de hace cuatro días". Esta afirmación me quedó flotando en algún rincón del cerebro, hasta que hace poco volvió a la superficie y entonces me pregunté: ¿realmente es un invento de hace cuatro días? La respuesta es que no.

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Los gestos de protección y bendición antes de acostarse son más antiguos que mear derecho, transversales a diferentes culturas y religiones, y el beso de buenas noches es sólo la expresión contemporánea y laica. Por ejemplo, en la tradición judía se rezaba antes de dormir, confiándose en la protección de los ángeles. En el islam se recitaban alcornoques para pedir protección contra las pesadillas y el maligno. Hindúes y budistas recitaban mantras vespertinos para descansar con serenidad y proteger la mente de los malos pensamientos. Los primeros cristianos hacían la señal de la cruz en la frente, y en la edad media se codificaron salmos para proteger el espíritu durante el sueño. En África occidental y en los pueblos indígenas de Norteamérica sólo se podían explicar relatos por la noche. Estas fábulas y cantos vespertinos, al borde del fuego, estaban al servicio de proteger a la comunidad y servían de transmisores culturales para los niños.

Uno de los grandes legados de la familia nuclear

Por último, el beso de buenas noches lo empezamos a encontrar presente en el arte a finales del siglo XIX y principios del XX: en 1884 la pintora británica Mary Louise Gow tituló un cuadro Good night kiss, con la imagen de una mujer besándole a un niño. En literatura, Louisa May Alcott hace referencia a Mujeres (editado en catalán por Viena Edicions, traducido por Mar Vidal); también Marcel Proust habla de los besos de buenas noches de la madre en Por la esquina de Swann, el primer volumen deEn busca del tiempo perdido (en catalán, en Proa, traducido por Valeria Gaillard). Durante el siglo XX el beso de buenas noches se consolida como un ritual familiar común y se añade el cuento de antes de acostarse. Lo que había sido una tradición comunitaria a orillas del fuego se traslada al ámbito de la intimidad doméstica, siendo uno de los grandes legados a la familia nuclear ya la concepción moderna de infancia, ya que recoge tiempo compartido, vínculo ritualizado y transmisión cultural. En el siglo XXI, la neurociencia nos confirma que la lectura compartida no es sólo una tradición entrañable, sino esencial para enriquecer las capacidades lingüísticas, la imaginación, la comprensión narrativa, la atención y las funciones ejecutivas de los niños.

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Mientras, los informes PISA nos avisan del descenso sostenido de la competencia lectora y de la lectura por placer entre adolescentes y jóvenes. Pero esta crisis de lectura puede leerse también como una crisis de transmisión cultural y de vínculos. Si hay tantos hombres empeñados en no dejar de ser criaturas, abandonan su papel indispensable como transmisores de valores, cultura y cariño a las nuevas generaciones. Así que, de nuevo, hagámonos nuestras las palabras de Eloi: hagámonos grandes de una puñetera vez y devolvamos los besos y los cuentos de buenas noches que hemos recibido de pequeños. Quizá sea la única manera de salvar al país y al mundo.