Literatura

El deseo a los clásicos literarios: dulce, irrefrenable, lujurioso o prohibido

William Shakespeare, JW Goethe, Emily Dickinson y Gustave Flaubert han explorado a fondo las múltiples caras del deseo en sus obras

31/10/2025

BarcelonaLa primera "a desear y quemar" en sus versos fue Safo, desde la isla griega de Lesbos, entre los siglos VII y VI aC. "Eros me agita el corazón / como el viento que embiste las encinas en las montañas", dice uno de los fragmentos que nos han llegado según la última traducción catalana, firmada por Eloi Creus (Proa, 2022). Dos siglos después, en Cántico de los cánticos, poema de amor ya la vez pieza fundacional de la literatura mística, dos amantes dialogan sobre el placer de quererse, sin ahorrar detalles de una sensualidad remarcable: "¡Qué deliciosas son tus caricias, / hermana mía, esposa! / Tus caricias son más dulces que el vino".

La presencia del deseo en la literatura es tan antigua como la tradición literaria, y así lo constata el Festival Clásicos, que dedica la edición de 2025 precisamente al deseo. Los ejemplos son incontables desde el Cántico de los cánticos, que acabó siendo incluido en el Tanakh hebreo –y, más adelante, en la Biblia cristiana– porque el rabino Akiva defendió que en vez de explicar la relación física y espiritual entre un hombre y una mujer exponía en clave metafórica las relaciones de Dios con su pueblo. El deseo es el motor de buena parte de la poesía trovadoresca y es capaz de enloquecer a los protagonistas heroicos tanto de Chrétien de Troyes como del ciclo artúrico. Puede ensuciar las vidas de los personajes de algunos de los cuentos del Decamerón de Giovanni Boccaccio (1351) y toma complejidad psicológica en el Tirando lo Blanco, de Joanot Martorell, escrita a mediados del siglo XV.

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La lujuria, "desgaste del espíritu"

Con William Shakespeare, una de las cimas de la literatura occidental, el deseo irrefrenable es diseccionado en obras de teatro como Romeo y Julieta (1597), pero también a través de los Sonetos (1609). "No fue hasta el siglo XX que la crítica y los lectores se dieron cuenta de que, si de Shakespeare sólo tuviéramos los Sonetos, ya sería suficiente para que lo consideráramos uno de los grandes entre los grandes", escribe Salvador Oliva en la introducción de su versión catalana de los poemas, publicada por Edicions 62 en el 2002. La articiosa estética barroca del autor inglés es "perfectamente compatible con la expresión de la pasión amorosa", sigue, poco, 126 primeras composiciones, en las que el tema dominante es el amor del poeta por un chico joven. El segundo comprende las 27 restantes [...] en las que el tema dominante es la sujeción sexual (y sobre todo la imposibilidad de desenvolverse) que el poeta siente por una mujer morena, la enigmática dark lady". "Y envidio ese desliz tan ágil y ondulante / de esas tiernas manos que yo besar quisiera", admite el yo lírico en el soneto 128 mientras observa la amada tocando música. El poema concluye con este dístico: "Y ya que el instrumento de ti no se puede cansar, / dale los dedos y, a .

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En gran parte de los sonetos shakespearianos dedicados a la dark lady, la materialización del deseo no es vista con muy buenos ojos. La lujuria es descrita como un "desgaste del espíritu" y un "gasto vergonzoso" en el poema 129: "Al tenerlo, delicia y, obtenida, pizca –continúa–; primero joya; después, un sueño a la deriva". Aun así, la pasión sexual, "ciega al conocimiento del bien y del mal", recuerda Salvador Oliva, es equiparada con el amor en otro de los sonetos, en 151: "No es falta de conciencia si yo llamo amor / aquella por quien me levanto y caigo sin vigor".

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El oscuro deseo de un hombre casado

A principios del siglo XIX, JW Goethe indagó en las metamorfosis del deseo en un matrimonio burgués en Las afinidades electivas (1809), casi cuatro décadas después de popularizar la desesperación fatal de Werther por una chica prometida a Los sufrimientos del joven Werther (1774). En plena efervescencia del Romanticismo, la mirada del Goethe maduro explica cómo la vida idílica y aburrida de Eduard y Charlotte empieza a cambiar cuando pasa una temporada en su hogar la sobrina huérfana de Charlotte, Ottilie.

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"Charlotte es la madre de Ottilie, no biológica [...] sino simbólica, porque ha contraído un compromiso público de ocuparse de esta chica sin recursos hasta que la sobrina ahijada pueda establecerse como una más de esos círculos cerrados de la alta sociedad –escribe Simona Škrabec en el prólogo de la traducción catalana que Carlota Gurt hizo para La Casa dels Clàssics en el 2023–. Pero Charlotte no la trata como una hija, sino como una rival, y Eduard, que en este cuadro de buenos propósitos debería ser su padre adoptivo, ejerce una violencia implacable: la quiere poseer como mujer, sin haberle dado ni el tiempo ni la independencia necesarios para madurar". Ottilie intenta aceptar el juego para corresponder desenfrenadamente", continúa Skrabec, pero por mucho que la chica aspire a fundirse en la persona de su protector, no acabará de encajar en las dinámicas de aquella familia porque no acaba de pertenecer. También porque el propio Eduard, a diferencia del conde y la baronesa –que son capaces de vivir abiertamente en relaciones aúl en práctica sus pulsiones. Se puede comprobar, por ejemplo, cuando Eduard y Ottilie se han adentrado por un "sendero enfrascado" con el objetivo de encontrar un viejo molino: "Y cuando de vez en cuando, en los lugares peligrosos, Ottilie le cogía la mano que él le alargaba y hasta se le dejó que la criatura femenina que le tocaba era la más delicada de todas. Casi deseaba que se tropezara, que resbalara, para poder cogerla entre sus brazos y apretarla contra el corazón. Sin embargo, eso no lo habría hecho en ningún caso, por más de una razón: tenía miedo de ofenderla, de hacerle daño".

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El doble adulterio de Emma Bovary

Gustave Flaubert escribió Señora Bovary a mediados del siglo XIX "como una penitencia, y casi como un castigo", recuerda Lluís Maria Todó, último traductor al catalán de la novela –publicada por Columna en 1992 y revisada para la edición de La Butxaca en 2008–, en un ensayo incluido en el volumen La literatura admirable (Pasado & Presente, 2017). Después de terminar la primera versión de La tentación de san Antonio, el entonces joven Flaubert –que tenía 28 años– leyó ese relato largo a dos de sus mejores amigos. Uno de ellos, Louise Bouilhet, le recomendó que "lanzara al fuego" esas páginas y se olvidara "para siempre". También le dio un consejo: "Elige un tema prosaico, un incidente de la vida burguesa, y obligáte a tratarlo con naturalidad".

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Flaubert se puso, motivado por la lectura en la prensa del suicidio de una joven adúltera abandonada y endeudada, Delphine Delamare, y en 1856 Señora Bovary aparecía en cuatro entregas a La Revue de París. Poco antes de ser publicada en volumen, en 1857, la novela fue "procesada por inmoralidad", lo que contribuyó a la popularidad de la obra, que indaga en la aburrida vida de un matrimonio de provincias formado por Charles y Emma Bovary. Será ella quien, debido a la influencia de los sentimientos arrebatados de las novelas que devora, combinados con una particular –ya ratos risible– vena mística, tenga la necesidad de envolverse con dos hombres, Rodolphe y Léon. "En la novela de Flaubert, el sexo y más específicamente el deseo femenino se muestran de la forma más explícita que permitían el género y el momento, o quizás un poco más, tal y como demuestra el juicio para atacar la moral", sintetiza Lluís Maria Todó, quien considera que hasta Señora Bovary, el realismo novelesco había omitido sistemáticamente el sexo: "Pocas veces había encontrado un territorio aceptable entre la pornografía y la disimulación o la mera denegación".

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La ambigüedad magistral de Emily Dickinson

El deseo arrancado en el suelo, o culminado sobre ruedas, en un carruaje que se pasea por las calles de Rouen, como ocurre en la novela de Flaubert, contrasta con la pulsión etérea –pansexual y devota– que aparece en decenas de los poemas de Emily Dickinson.

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Sin necesidad de salir de la casa familiar de Amherst, en Massachusetts, la poeta norteamericana levantó una obra críptica y fastuosa, de una gran "originalidad cognitiva", y de una enorme "complejidad intelectual": estos elogios les dedicó Harold Bloom en el influyente ensayo El canon occidental (1994), según recuerda D. Sam Abrams en el prólogo de la última versión catalana de la Poesía completa de Dickinson, hecha por Jaume Bosquet y publicada por Ediciones de 1984. "¡Qué contraste con las imágenes de una poeta espontánea, más bien sentimental y excesiva!", exclama, recogiendo alguno de los estereotipos asociados a la autora durante años, y desde hace tiempo superados.

"Tengo una flecha aquí. / Amando la mano que la ha lanzada / El dardo venero. / Caída, dirán, en escaramuza! / Vencida, mi alma se sabrá / Por sólo una simple flecha / Disparada por un arco de arquero", escribe Dickinson en el poema 56, una lectura singular de la herida que las flechas de Cupido infligen en el enamorado. Leyendo a Dickinson no queda claro si el sujeto al que dirige sus poemas de amor es un amante, hombre o mujer –se ha especulado mucho sobre la fascinación de la autora por su cuñada Susan–, si es Dios o incluso si se trata de la naturaleza. Buena parte de la gracia de la obra de la norteamericana es la ambigüedad, que permite leerla desde ángulos tan diversos como la religión, la ecología y la perspectiva queer. Así, una de sus composiciones más célebres, comienza de la siguiente manera: "'¿Por qué te quiero' A Ti, Señor? / Porque —/ El Viento no pide a la Hierba / Que responda — Por eso cuando Él sopla / Ella no se puede estar quieta".

Todo un ciclo dedicado a la literatura y el deseo

En el marco del Festival Clásicos, CaixaForum acoge durante el mes de noviembre el ciclo Literatura y deseo , que se adentra en los universos literarios de cuatro autores canónicos de la literatura universal a través de tres lenguajes: la música, la narración y la interpretación.

La primera sesión estará dedicada a Madame Bovary (5 de noviembre, 19 h) y la protagonizarán el músico Marc Heredia, la actriz Alba Pujol y la crítica literaria y librera Marina Porras, dirigidos por Clara Manyós, que también dirige el resto del ciclo. La segunda sesión se centrará en Las afinidades electivas de Goethe (12 de noviembre, 19 h), y participarán los actores Ivan Benet y Mireia Aixalà y la escritora y profesora Simona Škrabec. El ciclo continuará con una aproximación a la poesía de Emily Dickinson (19 de noviembre, 19 h), a cargo de la actriz y cantante Laura Aubert y la poeta y narradora Míriam Cano. Los sonetos de Shakespeare cerrarán La voz de los clásicos: literatura y deseo (26 de noviembre, 19 h), con tres protagonistas: el guitarrista clásico Jeremey Nastasi, el traductor, actor y director de teatro Jordi Fité y la actriz y cofundadora de la compañía teatral La Calòrica Júlia Truyol.