Literatura

Albert Jané: "He sido una especie de corredor de fondo de las palabras"

Escritor, lingüista y traductor

Santa Coloma de GramanetHace tres años y medio que Albert Jané (Barcelona, ​​1930) tuvo que dejar el piso en el que había vivido hasta entonces. Con 90 años cumplidos, se convirtió en un residente más del centro geriátrico Olimpo de Santa Coloma de Gramanet, aunque fue incapaz de limitarse a descansar como la mayoría de compañeros y siguió haciendo lo mismo de siempre: escribir y traducir. Cada mes, Jané envía a unos cincuenta amigos los cuentos y poemas que, ahora que no tiene ordenador, se ve obligado a escribir a mano. Acaba de llegar a las librerías el último álbum de los pitufos que ha versionado en catalán, ¿Quién es ese Pitufo? (Editorial Base) y ya tiene una nueva traducción a punto, La familia pirata 2, para Caballo Fuerte, revista que dirigió durante años y con la que ha estado vinculado desde 1961.

Jané ha sido un trabajador constante e infatigable de la lengua catalana: le ha enseñado cuando era perseguida (y más adelante), la ha cultivado durante décadas –con resultados tan insólitos como Caleidoscopio informal (Ela Geminada, 2017)– y la ha ordenado a través de gramáticas y diccionarios. Verle llegar con el andador que le acompaña de un tiempo a esta parte, medio doblado por culpa del paso del tiempo, impresiona. Pero el motivo del encuentro no tiene que ver con la salud, a la fuerza frágil, de alguien que se acerca a los 94 años, sino con el último logro que ha conseguido: el 56º Premio de Honor de las Letras Catalanas, galardón que otorga anualmente Òmnium Cultural y que está dotado con 20.000 euros.

El 17 de junio recibirá el Premio de Honor en el Palau de la Música Catalana. Seguro que ya tiene el discurso listo, ¿verdad?

— Naturalmente. Será un discurso sobre lengua y literatura, en el que evocaré también algunas figuras que han sido importantes para mí. Hablaré, por ejemplo, del crítico y pedagogo Joan Triadú, y también de Ramon Aramon i Serra, filólogo que presidió el Institut d'Estudis Catalans. Durante años, de hecho, él va ser el Instituto.

Usted no llegó a ser miembro del IEC hasta el 2000, cuando ya estaba a punto de cumplir 70 años.

— En el Institut d'Estudis Catalans hay gente con un gran currículum académico. La mayoría provienen del mundo de la universidad. Yo no he tenido mucha relación con la academia. Estudié peritaje mercantil ya los 16 años entré a trabajar en el Banco Hispanoamericano, que ya no existe.

En vez de tener un currículum académico que precediera a una gran hazaña, usted empezó a escribir ya dar clases de catalán en una época muy delicada para la lengua.

— A partir de los años sesenta fui cogiendo los encargos que me hacían. Pero antes, mientras trabajaba en el banco, me formé en francés y en inglés. Cuando salía de la oficina me iba a la academia a aprender las lenguas que acabé traduciendo. Y en 1958 empecé a dar clases de catalán a gente de todo tipo.

Eran años de acoso de la lengua.

— Durante el franquismo hablaba en catalán con todo el mundo: no tenía que esconderme de nada. La persecución del régimen contra el catalán fue peculiar y disimulada. Las clases de catalán que hacía no eran exactamente clandestinas, sino no autorizadas. Como nunca pedí permiso para hacerlo, no me las denegaron.

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¿Dónde las hacía?

— Sobre todo en centros excursionistas y parroquiales.

Todo esto ocurría fuera de su jornada laboral en el banco. ¿Qué ambiente había en la oficina?

— Recuerdo que se hablaba bastante de deportes. A los jóvenes les gustaba comentar las aventuras galantes, si las tenían. En esa época yo practicaba atletismo. Fui un buen pasillo de fondo. Recuerdo las carreras de 5.000 metros en el estadio de Montjuïc.

Luego acabó convirtiéndose en corredor de fondo del catalán.

— Primero corría en la pista de atletismo. Luego he sido una especie de corredor de fondo de las palabras, sí. He ido haciendo poco a poco, procurando trabajar todos los días.

También ha sido un gran excursionista.

— Era un buen andador. Empecé a realizar excursiones a los 19 o 20 años, cuando no tenía dinero. He pasado muchas noches en barracas de carboneros en el Montseny: me las conocía todas.

Era más de montaña que de mar.

— Sin duda.

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Pero creció en Barcelona.

— Mis padres eran de Sant Vicenç de Castellet, pero cuando se casaron fueron a vivir a Barcelona. Fui el pequeño de tres hermanos y soy el único que queda. Primero vivíamos en la calle Rosselló, esquina Padilla. Pocos meses después de que yo naciera nos trasladamos a Roger de Flor, esquina Rosselló, donde viví muchos años.

Su padre era barbero.

— Sí, era barbero de oficio. En 1931 entró de escribiente en el Ayuntamiento. Cuando acabó la guerra le depuraron y pasamos mucha hambre en casa. Al cabo de unos meses le volvieron a coger, y trabajó en el Ayuntamiento hasta que se jubiló. El padre había sido secretario del Ateneo Enciclopédico Popular.

Entre sus amigos tenía a Salvador Seguí, el Chico del Sucre.

— ¡Por supuesto! Hay una historia muy bonita sobre Seguí. Una vez el padre se le encontró y le dijo que le gustaría que fuera a dar una conferencia en el Ateneo Enciclopédico Popular, pero no para hablar de sindicalismo, que era su tema, sino de filosofía. Seguí le dijo que sí, pero no pudo ser, porque le mataron a los pocos días.

¿Su madre trabajaba?

— Mamá se ocupaba de nosotros... En aquella época era bastante corriente que así fuera.

¿Qué recuerda de la Barcelona antes de la guerra?

— Recuerdo los fuegos de San Juan, que duraron hasta los años cincuenta, cuando los prohibieron. Y también que antes de la guerra jugábamos a pelota en la calle. Como pasaban pocos vehículos, cuando se acercaba alguno gritábamos, "¡coche! coche!", cogíamos la pelota y nos deteníamos un momento hasta que ya no había peligro. Aprendí a leer y escribir antes de la guerra en una escuela particular.

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En casa tenían una buena biblioteca. Tengo entendido que su padre compraba bastantes libros de segunda mano.

— Mis gustos eran muy diversos: pasé de leer los cómics que comprábamos en el quiosco a leer Jules Verne, Alejandro Dumas, Emilio Salgari y Charles Dickens. Su David Copperfield me emocionó mucho.

¿Los leía en catalán o en castellano?

— Si teníamos la suerte de tener el libro en catalán, lo leía en catalán.

Ha terminado firmando más de 200 traducciones de autores como Roadl Dahl, Gianni Rodari, los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen. Así los niños y niñas han podido leerlos en catalán.

— Ésta fue una de las ideas que guió Caballo Fuerte desde sus inicios, y más adelante realizamos un trabajo similar traduciendo diálogos para películas que pasaban en TV3.

A usted le debemos Tintín y el templo del sol, Tintín y el lago de los tiburones y Viaje a Melonia, entre otras muchas.

Viaje a Melonia era una versión de La tormenta de Shakespeare, ¿verdad?

Sí. Fue una de mis películas favoritas cuando era pequeño. Quería darle las gracias por haberla traducido.

— ¡No se merecen!

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Una de sus creaciones más célebres ha sido la palabra pitufito para designar a los duendes azules del bosque de los álbumes de Peyo.

— La palabra no es mía, eso ya lo sabrán.

Quiere decir demonio en mallorquín, ¿no? Creo que es un gesto muy propio de usted: bautizó a los pitufos con una palabra que ya existía, para demostrar una vez más la riqueza del catalán.

— Mi padre admiraba mucho a un escritor y periodista mallorquín llamado Gabriel Alomar. Como era muy de izquierdas y revolucionario, los conservadores le llamaban el pitufito como sinónimo de demonio. Cuando hice la primera traducción de los Pitufos en 1967 –que, sin embargo, ya habían aparecido como secundarios en Jan y Trencapins– me vino a la cabeza esa palabra. No fue por el demonio, sino porque me parece muy eufónica.

¿Con qué pitufo se siente más identificado? Con el Forçut quizá no...

— Seguro que no.

Con el de las Gafas tampoco.

— A día de hoy sólo llevo gafas para leer.

Cuando cumplió 90 años le hicieron un libro de homenaje, El pitufo gramático (Editorial Base, 2020).

— Así me dijeron, sí.

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La primera gramática que publicó, Signo, fue en 1962.

— Acabé haciendo tres más. La última, Gramática catalana, apareció por entregas en 1968, en la editorial Salvat. Es un caso único en la historia, esto de publicar una gramática por fascículos. Empezó a salir poco después de que hubiera escrito sus primeros capítulos.

Si repasamos la historia cultural catalana de los años sesenta vemos que hubo muchos proyectos que empezaron con mucho voluntarismo, sin una perspectiva de futuro clara, pero que han acabado aguantando hasta ahora. Pienso en Enciclopèdia Catalana o en Edicions 62.

— Hay un libro fundamental que habla, Sesantismo, de Marta Vallverdú [El Avance, 2023]. A principios de los sesenta en Cataluña empezaron una serie de proyectos que han acabado siendo muy importantes para la lengua. No sólo Enciclopedia, que enseguida pasó por momentos complicados: también revistas como Sierra de Oro y Caballo Fuerte.

Estuvo vinculado con Caballo Fuerte desde el primer número, que se publicó a finales de 1961.

— Primero fui redactor [1963-1979] y, más adelante, director [1979-1997]. Desde que me jubilé, siempre que me han hecho algún encargo lo he aceptado.

¿En aquellos momentos ya escribía?

— Sí, escribía poemas, sobre todo. Me puse en los años cincuenta.

Aún deben ser inéditos.

— Muchos de ellos, sí. Nunca me he preocupado de llevar ningún libro mío a un editor.

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Esto hace que, en estos momentos, su faceta creativa sea menos conocida que la de traductor o lingüista.

— Cuando tuve que dejar el estudio de la calle Fontanella porque ya no podía valerme, acabé dejando todos mis papeles en el Institut d'Estudis Catalans. Antes de eso, Oriol Ponsatí-Murlà, de Ediciones de la Ela Geminada, me publicó un libro que había estado escribiendo durante los últimos diez o quince años.

Era Caleidoscopio informal, su debut como novelista, que llegó en el 2017, cuando tenía 87 años. Es un libro insólito porque tiene casi 1.500 páginas y por el espíritu lúdico que abunda en ellas.

— He ido cumpliendo con los encargos que me pedían, pero a la hora de escribir lo que yo quería he trabajado desde la libertad y desinhibición más absolutas.

Ha sido un académico de la lengua con ganas de divertirse.

— Totalmente. Cuando hacía gramáticas, artículos sobre lengua y en el Instituto, era riguroso e iba con mucho cuidado. En mis relatos y poemas no he querido ponerme ninguna limitación.

Caleidoscopio informal debía decirse El encuentro del Remei. Es un libro con muchísimos personajes. No parece obra de un autor solitario.

— Es que nunca lo he sido. Yo tenía bastante vida social. Desde muy joven me acostumbré a cenar fuera de casa, era un gran noctámbulo. En un bar de la calle Ferran, Can Furriols –que ya no existe–, me encontraba con amigos como Joan Agut, que fue editor y novelista, y Jordi Vila, ex diputado de Convergència. Después de cenar íbamos a tomar una copa en bares de por allí, como El Ascensor o El Paraguas.

Cuando daba clases en la Academia Vèrtex en los años ochenta coincidió con correctores como Bartomeu Bardagí y gramáticos como Josep Ruaix.

— Bardagí había sido muy amigo de Eduard Artells [gramático, traductor y pedagogo] y siempre se hacían bromas el uno al otro. Un día estaban en el quinto piso del Liceu y uno le dijo al otro: "Desde abajo se verá muy bien, la ópera. ¡Nos deberíamos dejar caer!".

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El pitufo gramático le elogió incluso el president Pujol.

— A Jordi Pujol le conocí antes de ser presidente. Cuando fue presidente le traté bastante. Y después también. He tenido muy buena relación. No me sabe mal decir que siempre le voté. Jordi Pujol siempre fue mi opción.

¿Ha tratado a los demás presidentes de la Generalitat?

— A Tarradellas le conocí un poco. Una vez vino a la redacción de Caballo Fuerte... Y después he tratado un poco a Mas y Puigdemont. El presidente Puigdemont recuerda que hace años fui a Girona a darle unas clases, porque él era uno de los alumnos, pero yo no lo tengo presente. Quim Torra vino a verme aquí en la residencia hace unas semanas.

Recibirá el Premio de Honor de las Letras Catalanas en un momento en que el uso del catalán retrocede.

— Actualmente vivo bastante aislado, y lo único que sé me llega a través de los dos diarios que leo, El Punt-Avui y elAhora. Lo que leo es bastante pesimista.

Usted, que empezó a escribir y traducir en años muy delicados para la lengua, habrá sido un gran optimista.

— Un gran optimista no. He sido un optimista táctico.