Como un hospital, la escuela no puede rechazar los casos difíciles

El cura Lorenzo Milani fue desterrado en 1954 en Barbiana, un pueblecito sin luz, teléfono, agua corriente ni carretera asfaltada. Fundó una escuela, y en 1967, poco antes de morir, se preocupó por que se publicara el libro escrito por sus alumnos, Carta a una maestra. Se ha convertido en un clásico. Los maestros jubilados Jaume Cela y Joan Domènech le homenajean ahora con el ensayo a cuatro manos Educar es dar la palabra (Octaedro). Entre la utopía y el derrotismo, buscan lo que Tomás Moro llamaba "eutopía", es decir, "el buen lugar posible": una escuela imperfecta abierta a todo el mundo. "Solo una escuela perfecta puede permitirse el lujo de rechazar a la gente nueva y las culturas diferentes. Y la escuela perfecta no existe", escribían, en defensa propia, los chicos y chicas de Barbiana.

Cela y Domènech no escriben desde el buenismo. Conocen perfectamente la crisis educativa y la extrema dificultad práctica a la que se enfrentan muchos maestros, la sensación de desamparo y fracaso. No viven en una burbuja. También ellos han tenido que luchar y recomenzar todos los días, como Sísifo. Como Gramsci, se consideran pesimistas esperanzados. Se proponen una escuela que priorice a los más desfavorecidos, aquellos a los que algunos tachan de ineptos o malparidos. Claro que hay chavales difíciles, al igual que los que se encontró Milani en Barbiana. Claro que la administración no acierta, que muchas familias pasan de todo y que en el aula el guirigay puede llegar a ser fenomenal.

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Pero la escuela no puede echar la toalla. Hay que estar ahí, piel con piel con los adolescentes más complicados, tozudamente, sin humillar ni excluir. "Debemos conocer la vida de nuestros alumnos, debemos tener en cuenta su realidad individual, conscientes de que nuestro campo de actuación es limitado". En el libro de Barbiana, una frase hizo fortuna: "La Scuola dell obbligo non puo bocciare". Se tradujo por "la escuela obligatoria no puede suspender". Pero si nos agarramos a la etimología, bocciare viene del juego de las verchas —bocce en italiano—. Entonces, en lugar de suspender sería más bien rechazar o rebotar.

La alternativa, claro, no puede ser aprobar a todo el mundo, regalar títulos. Pero Cela y Domènech rechazan una escuela que, aunque sea de forma indirecta, obligue a parte de los alumnos a abandonarla. Como se dice en Barbiana, sería como "un hospital que cura a los sanos y rechaza a los enfermos". El rechazo a la escuela fácilmente puede ser el primer paso del rechazo de la sociedad, el determinismo convertido en fatalidad. Aquello tan obvio: aquél será un delincuente.

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A sufrir de la idea de que la escuela es, por encima de todo, fuente de conocimiento, Barbiana tenía un lema: "No hay nadie negado para los estudios". La igualdad de oportunidades y de participación, los otros dos fundamentos de la institución escolar, vienen a caballo del conocimiento. Por supuesto, Cela y Domènech reclaman más recursos para la educación y menos intervencionismo administrativo (desde los años 80, una reforma cada año y medio). Quieren más autonomía para los centros. Propugnamos más atención a las humanidades (leer y escribir como pilares) y mayor conexión con los problemas reales del entorno. Y abogan por una renovación pedagógica que no sea innovar por innovar, sino basada en las experiencias de la mejor tradición, por ejemplo en Barbiana.

Más allá del debate primario entre aprobar o suspender, se fijan en la tarea crucial y la responsabilidad de los maestros, que deben enseñar lo que saben y lo que son. Con la palabra como herramienta principal: manteniendo un diálogo constante con los alumnos, monitores, familias, otros maestros. Motivando, dando sentido, rompiendo el muro de la indiferencia y la desconfianza, sumando información con emoción, cada uno con su método. Sobre todo dando ejemplo: quien quiere educar debe mostrar muchas ganas de aprender, debe contagiar curiosidad por el saber, el arte, la cultura, la ciencia. Y autoexigencia. "¿Cómo podemos pedir que tengan ganas de leer a nuestros alumnos si nosotros no manifestamos nuestra pasión por leer?".