De Jesús a Hitler: la Regla de Oro
BarcelonaEstamos a las puertas de Navidad. Para muchos, pese a la pérdida de fe, todavía tiene un sentido. ¿Cuál? La vida, la muerte y la resurrección de Jesús durante siglos han sido la historia más importante de la cultura occidental. Hace un siglo y medio, Darwin, Marx y Nietzsche empezaron a tambalear el mito del hijo de Dios. Pero si la vertiente divina ha ido decayendo, su figura, pese al papel a menudo lamentable de la Iglesia oficial, ha mantenido la autoridad moral: humildad y generosidad, igualitarismo radical, perdón, valentía. Incluso un filósofo ateo como Bertrand Russell se preguntaba si Jesús era "el más sabio de los hombres".
Jesús se ha mantenido en escena, pero ya no tiene la centralidad que tenía, porque un mito negativo le ha quitado el protagonismo: Hitler. "La diferencia más evidente entre nuestro viejo punto de referencia moral, Jesús, y el nuevo, Hitler, es que hemos sustituido un ejemplo positivo por uno de negativo (...) Ahora sabemos qué odiamos, pero desconocemos qué amamos". Sí, tenemos los derechos humanos (configurados precisamente después de la Segunda Guerra Mundial) o la idea de libertad (hoy secuestrada por una nueva derecha radical), pero son categorías genéricas que hacen que tengamos "una comprensión bastante empobrecida de lo que los filósofos solían llamar el bien".
Esta es la sugerente tesis del libro La era de Hitler, del historiador Alec Ryrie (Londres, 1971), un ensayo publicado en catalán por Raig Verd y en español por Gatopardo. La pérdida de peso de Jesús se produjo definitivamente una vez derrotado el nazismo, con Hitler convertido en la encarnación moderna del mal. En los años 20 del siglo XX, con la Revolución Rusa y durante la República Española, y pronto con la Guerra Civil y seguidamente la contienda bélica mundial, la mayor parte de cristianos, ante el peligro del comunismo ateo, eligieron, con convicción o como mal menor, el fascismo de Hitler, Mussolini y Franco. Y después cayeron del caballo, como San Pablo.
Entonces cuajó el nuevo punto de referencia: "El nazismo es nuestro principal, y quizá único, absoluto. En una época relativista y pluralista [a partir de los años 60], es nuestro único punto de referencia", escribe Ryrie, que añade: "Quizás todavía creemos que Jesús es bueno, pero no con el mismo fervor y convicción con los que creemos que el nazismo es malo". Podemos hacer bromas con las cruces, pero no con las esvásticas. La narrativa sagrada compartida ha pasado a ser la historia de la resistencia al nazismo, que es como nuestra Guerra de Troya, y que nos sirve no tanto para recordar y honrar a las víctimas como para tener claro quiénes son los malvados. El insulto más fuerte que podemos lanzar a alguien –por otra parte, bastante banalizado– es decirle "nazi!" Durante siglos era "Satanás!"
Pero también esto empieza a tambalearse. Ryrie cree que esta breve "era de Hitler" toca a su fin. Existe la paradoja de unas nuevas derechas radicales que, por un lado, frivolizan y blanquean al nazismo, y por otro, llaman a restaurar la "civilización cristiana". Y está también el hecho de que el mito negativo ya no da más de si tampoco para quienes vemos con pánico este tramposo juego de los supuestos nuevos autoritarios supuestamente cristianos: Trump, Orbán, Putin, Meloni, Orriols... Ellos han captado que con un mito negativo no se va a ninguna parte –tienen razón– y por eso– y por eso se apropian del mito positivo cristiano, aunque sea solo retóricamente. De paso, también se ahorran ajustar cuentas con el pillaje colonial y el esclavismo de Occidente. Sin duda, están a años luz del mensaje y la praxis de Jesús.
¿Qué propone Ryrie? La superación de las guerras culturales. Sugiere al universal progresismo secularista que coja lo mejor de la tradición cristiana (los valores, la ética, una especie de cristianismo sin religión) y le dice al populismo ultra que pase página de la crítica al wokismo y asuma el legado antinazi (derechos humanos, democracia, respeto a las minorías y a los débiles). Es decir, Ryrie aboga por recuperar la Regla de Oro: trata a los demás como querrías que te trataran a ti, tal y como aparece en el Evangelio según Mateo pero que es más vieja que Matusalén. Una regla que también hizo suya Immanuel Kant en el imperativo categórico: actúa sólo según esa máxima que puedas querer que se convierta, a la vez, en ley universal.