¿Qué libro emblemático falta en la biblioteca de Carles Riba y Clementina Arderiu?
BarcelonaWalter Benjamin escribió en una ocasión que el mejor destino de la biblioteca de un hombre de letras era una biblioteca pública: que lo que uno ha reunido, estudiado y quizá comentado en los márgenes de los libros pase a dominio público como último acto de generosidad de quien estudia con provecho, pero sin esperar a que le den nada a cambio.
Por desgracia, ya no es fácil que una institución pública –como una universidad– acepte un legado de miles de volúmenes, a veces decenas de miles: la excusa suele ser que no hay espacio, que muchos libros ya están ahí y... en última instancia, que la gente no suele leer los libros que en su momento leyeron los sabios. Así se perdió, en la Universidad de Barcelona, la biblioteca de José Manuel Blecua, el viejo, y en parte la de Antoni Vilanova, mientras la de José María Valverde se dispersaba de forma incomprensible en tres o cuatro centros: la biblioteca de un hombre de estudio es tan compacta como la personalidad que la creó y utilizó.
No fue del todo distinto el destino que mereció la biblioteca de Carles Riba y Clementina Arderiu, matrimonio. En marzo de 1977, después de que hubieran muerto uno y otra, los hijos Riba Arderiu ofrecieron en carta bellamente escrita la biblioteca de sus padres en el Institut d'Estudis Catalans. El presidente de ese momento no respondió en ningún sentido a la familia, y sólo lo hizo a los cinco años, en 1982, el entonces presidente Enric Casassas i Simó. Éste se excusaba de no haber respondido antes, sin que tuviera ninguna responsabilidad.
La biblioteca quedó a disposición de los estudiosos hasta el año 1985 cuando, en una decisión que no acababa de respetar la voluntad de los herederos, pasó a la Biblioteca de Cataluña que, eso sí, la catalogó extensamente y prolija . Mientras, de una casa a otra, por muy vecinas que sean, se perdieron varios libros de gran valor documental, como la edición de Kavafis, en el original griego, que Riba había utilizado para sus traducciones. (Uno podría sospechar, pues, que Riba había traducido la poesía del poeta neogriego a partir del francés o del inglés.)
Debemos esta información al libro poco visible, quizá agotado, una joya bibliográfica, editado por la Biblioteca de Cataluña mientras la dirigía Dolors Lamarca: La Biblioteca de Carles Riba-Clementina Arderiu (2006), escrito por Jaume Medina.