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Ni cursi ni gore: viaje al centro de la obra de Mercè Rodoreda

El CCCB reivindica la obra de la escritora sin prejuicios con una exposición de 400 piezas: 'Rodoreda, un bosque'

'Rodoreda, un bosque', la exposición sobre Mercè Rodoreda del CCCB comienza con 'Viaje al pueblo de las niñas perdidas'.
04/12/2025
5 min

Barcelona"Hace muchas décadas que el ritual adolescente es leer la Rodoreda. Yo leí Espejo roto, me encantó y no entendí absolutamente nada. Y en el instituto me contaron la vida de la escritora, que no sirve para entender Espejo roto", lamenta la ensayista, crítica literaria y profesora Neus Penalba (Tarragona, 1982). Durante años se ha hecho una lectura parcial y sesgada de la obra de una de las grandes autoras de la literatura catalana. La magnitud literaria de Mercè Rodoreda ha estado condicionada por factores ajenos a su producción, por la producción: por la producción: por la producción: por la producción: fotografía entrañable de una abuela obsesionada con las plantas, por la necesidad de canonizarla como patum literaria a partir de los 80. "Hay una doble suplantación: una es la idea de que Rodoreda es Colometa, quizá pensando que nuestras abuelas no tenían suficiente imaginación para crear personajes, y la otra, la suplanta La plaza del Diamante, que le edulcora y recrea unos personajes mucho menos extraños. Si aquellos adultos que creen haber leído a Rodoreda vuelven a leer La plaza del Diamante ahora, ¡que me digan si es cursi!", invita Penalba.

Esto es lo que hace la enorme, abrumadora e interesante exposición que acaba de inaugurar el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) titulada Rodoreda, un bosque. La comisaria Neus Penalba, autora del ensayo Hambre en los ojos, cemento en la boca (3i4, 2024), nos adentra en el centro de la obra de Rodoreda para derribar uno por uno los "clichés perezosos y los estereotipos acomodaticios" y saca a la superficie "la contemporaneidad y la radicalidad de su literatura".

Rodoreda, un bosque no es una exposición biográfica, no se centra en los detalles morbosos de la vida de la autora tantas veces narrados a través de los hombres que le acompañaron –la boda con el tío, el abandono del hijo, la nueva pareja, el papel de su editor–. Tampoco reproduce el contexto histórico que vivió –guerras, exilio, miseria y "el deseo ferviente de verlo todo en llamas"–. La muestra se centra en la increíble potencia, simbolismo, belleza, horror, de su literatura y va extrayendo raíces y ramas que conectan con obras plásticas de otros artistas, sea en el fondo o la forma. Los amores románticos de sus obras se pueden contar con dos coreografías de Pina Bausch (una de hipnosis y una de violación), una cara de la maternidad puede entenderse a través de los grabados abortistas de Paula Rego, la Barcelona bastarda deLa calle de las Camelias se ilustra con fotografías de prostitutas de Dora Maar y el exilio se puede atravesar, literalmente, pasando a través de la instalación de Cabosanroque, en la que refugiadas ucranianas recitan textos de Rodoreda sobre la guerra, que podría ser la nuestra el siglo pasado o la suya en estos precisos momentos.

Un detalle de la exposición 'Rodoreda, un bosque' donde se ve el visado de la autora.
La comisaria, Neus Penalba, frente a una de las fotografías que muestra una Ofelia contemporánea para hablar del suicidio.

La naturaleza y sus significados

"Durante demasiados años ha habido la canción de que Rodoreda era una novelista urbana, autora de Espejo roto, La plaza del Diamante y La calle de las Camelias, que le gustaban mucho las flores", dice Penalba. La reedición en el 2017 de La muerte y la primavera ayudó a romper esa lectura superficial. La exposición acaba de remachar el clavo. "Los tropos botánicos, los bosques, las flores, están en todas partes en su obra y en cada obra vehiculan literariamente diferentes temas", detalla la comisaria, describiendo el recorrido de la muestra. A veces las referencias a la naturaleza tienen que ver con el parto o el amamantamiento, es decir, con la feminidad, como La plaza del Diamante y en La calle de las Camelias, y se representan con cuadros de Suzanne Valadon, Picasso y Ramon Casas. También puede describir el desarraigo del exilio en ¡Cuánta, cuánta guerra!, con Adrià Guinart que quiere plantarse, y que en la muestra se ilustra con la mítica serie de fotos de Fina Miralles clavada en el suelo. La naturaleza puede ser una especie de útero siniestro que reproduce la maldad estructural de la sociedad, como La muerte y la primavera, que Penalba conecta con el arte sucio, con Jean Dubuffet, con Goya, con Resnais. E incluso la naturaleza puede ser un puente al más allá, de resonancias metafísicas, y aquí la muestra explora los sueños, el folclore, la espiritualidad a través de obras que van de Leonora Carrington a Josefa Tolrà pasando por Tàpies, Vayreda y cuadros de la misma Rodoreda.

"Nos adentramos en un bosque de referentes, que también son los que la nutrieron como escritora; los grandes nombres de la literatura y del cine que pudo ver en París. Y lo hacemos para volver a su literatura sin escindirla en dos Rodoredes", afirma Penalba: ni es la Rodoreda oscura, terrible y gore de La muerte y la primavera, ni es la Rodoreda cursi instalada en un eterno jardín de Sant Gervasi o Romanyà. "La obra de Rodoreda es una, es ecléctica, es difícil y quizás no la hemos leído bien", apunta la comisaria.

Un cuadro de Feliu Elias y un retrato de la vida familiar de la pequeña Rodoreda en la exposición del CCCB.
Un Picasso, en la muestra 'Rodoreda, un bosque'.

Luz y oscuridad son dos caras de la misma moneda. "Rodoreda elige mirar lo más terrible desde una mirada inocente y con un catalán sin artificio, sin pedantería ni adjetivos cargados, para mí esto es típicamente el estilo rodorediano", afirma. Es este punto de vista inocente y cándido el que a la autora "le permite no juzgar y mostrar todo el espectro de la realidad, desde el maravillamiento hasta la putrefacción", pero quizá sea el que ha confundido el lector, que ha imaginado que los personajes son la propia autora. "Rodoreda no hace autoficción", insiste Penalba, y en la exposición queda patente en ámbitos como ¡Cuánta guerra! y Casas y calles. "Su literatura es difícil porque estos personajes inocentes no son capaces de intelectualizar lo que nos cuentan y lo tenemos que interpretar nosotros. Y lo que ocurre es que hemos estado demasiado inocentes durante muchos años", opina Penalba. Ella ha hecho este ejercicio de interpretación a fondo, a partir del bagaje de otras estudiosas "que han picado piedra en la universidad para reivindicar a Rodoreda como un objeto de estudio serio", y lo traduce en una avalancha de materiales, obras, referentes, complejo y esplendoroso que abordan aspectos como el deseo, la inocencia, la meta.

La irradiación total

Rodoreda, un bosque también mira afuera para reivindicar la influencia de la autora. El escritor Martí Sales comisaría este blog de la exposición, que muestra la irradiación de Rodoreda en artistas plásticos que le han leído –por eso se han encargado instalaciones de nueva creación en Carlota Subirós, Èlia Llach, Oriol Vilapuig, Mar Arza y ​​Cabosanroque– y también impacta en escritores Colmo Tóibín, Pol Guasch y Mariana Enriquez–. También se muestra la gran proyección internacional de Rodoreda, traducida ya una treintena de lenguas (hay expuestos 220 volúmenes, que pueden escucharse en catorce lenguas), que el CCCB quiere contribuir a divulgar, como ha hecho antes gracias a otras exitosas exposiciones de literatura dedicadas a Calders, Espriu, Joyce y Kafka.

La exposición se puede visitar hasta el 25 de mayo, y ya están inscritos dos mil alumnos de instituto y treinta clubes de lectura. El nutrido programa de actividades paralelas, en el que participan especialistas en Rodoreda como Mercè Ibarz, escritoras como Blanca Llum Vidal y Maria Sevilla, artistas como Carlos Marques-Marcet, Laia Abril y Marcos Morau, y que incluye tres itinerarios por la ciudad, también ensanchará las costuras de lo que hasta ahora conocía el XX, que está totalmente viva y vigente.

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