Por qué es necesario que la Unión Europea cambie de himno

BarcelonaEl día 7 de mayo tuvo lugar el 200 aniversario del estreno en el Theater am Kärntnertor de Viena de la sinfonía núm. 9, dicho Coral, de Ludwig van Beethoven, uno de los músicos más grandes de la historia de la humanidad, ahora desplazado a Barcelona por el Sónar y el Primavera Sound. En 1985, un pasaje de esta sinfonía se convirtió en el himno de Europa, o de la Unión. El cuarto y último movimiento, que significa una novedad en el campo de las composiciones sinfónicas —también lo es la Fantasía coral, op. 80, del propio Beethoven—, adapta el poema de Friedrich Schiller, An die Freude (A la alegría).

Schiller escribió su poema en 1785 y Beethoven pensó, desde que lo leyó, que lo aprovecharía para realizar una obra coral o sinfónica. Lo hizo más tarde, incorporando cuatro versos que tienen mucho que ver con la consideración que hemos hecho más arriba sobre la música que ahora está moda: ¡Oh Freunde, nicht diese Töne!... “Amigos, esta música, ¡no! Entonamos una que sea más agradable”.

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El poema de Schiller es una derivada a contrario del pensamiento revolucionario francés, del apostillado, y más aún del ideario prerromántico: se canta la hermandad universal y el amor de los hombres por la naturaleza, con esa candidez tan propia de la visión idealista de una bella acordanza entre los humanos generada por el romanticismo, que decenios más tarde Marx reventó cuando dejó muy claro que la humanidad está dividida entre gente que trabaja para los ricos y ricos que explotan a los hombres, y aún más a las mujeres. Añada la teoría de la plusvalía, extraña a Beethoven.

Por eso se puede decir que el himno de la Unión Europea contradice la realidad histórica que ya era un hecho en tiempos de la Revolución Francesa (Schiller) y al inicio del siglo XIX (Beethoven): los hombres no son todos un lobo por a los demás (Hobbes), pero tampoco se tienen universalmente una amistad enternecedora. Vamos, que es un himno reaccionario y anacrónico (el texto, no la música): “Tus encantos [o “tu magia”, la de Dios o de la "chispa divina"] abrochan los lazos que la rígida moda va romper”, quizás una alusión negativa a los efectos del industrialismo y la consiguiente desigualdad social.

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Pero contiene dos cosas que aún son peores: por un lado, como era de esperar más a Schiller que a Beethoven, exalta la divinización del mundo y el poder amoroso del Dios cristiano —no el judío, por cierto—: “Todos los hombres serán hermanos bajo tus alas benefactoras”; y, por otra parte, una nota de misoginia muy pequeñoburguesa, que ya hace decenios que no tiene ninguna validez: “Quien haya conquistado a una mujer como es debido, que una su alegría a la nuestra”.

En suma: convendría cambiar de himno.