Las palabras que necesitamos y no sabemos decir
BarcelonaQué difícil, ser maestro de ceremonias de un funeral. Siempre me pregunto quiénes son, esas personas que trabajan en los tanatorios y que ofician las ceremonias laicas, cada vez más frecuentes. Qué han estudiado, cómo se preparan, por qué han escogido dedicarse a esto. Un cura sabe que va con el trabajo, ¿pero ellos? ¿Y cómo lo hacen, para sostener las emociones que llenan la sala en los momentos de despedida, tan dolorosos? Admiro lo que hacen, y al mismo tiempo creo que es una tarea muy ingrata: debo admitir que cuando les oigo hablar de las personas que no están siempre pienso que son impostores, que sus palabras no son de verdad. Me enfado por dentro (injustamente, lo sé) porque hablan con sentimiento de personas que no han conocido, y querría gritarles que no tienen ni idea, que se quedan cortos, que esa amiga, ese primo, esa tía, trascendía absolutamente sus palabras. Que si le hubieran conocido, lo sabrían. Esto también me ocurre, claro, en las ceremonias religiosas: y este cura, ¿con qué autoridad habla de mi abuela?
Soy injusta, ya lo he dicho antes. Para empezar, porque los maestros de ceremonias sólo intentan transmitir, de la mejor forma posible, lo que las personas queridas de los difuntos les han explicado. Hacen un acompañamiento necesario, ponen orden en momentos en los que nadie tiene la cabeza para hacerlo. Pero, sobre todo, son importantes porque tienen palabras en momentos en los que cuestan mucho encontrar. Cuando muere una persona mayor, el consuelo es general: "Es ley de vida", nos decimos. Esto no se lleva el dolor, pero lo hace más aceptable, y también facilita el pésame. Pero cuando no toca, cuando se van personas jóvenes, es especialmente difícil vivir y acompañar el luto, porque nos quedamos sin palabras. Porque es tan profundamente injusto que no sabemos ni cómo empezar a expresarlo. Un abrazo fuerte, las manos que se cogen, dirán muchas cosas durante el velatorio, pero en la ceremonia necesitamos palabras para que durante un rato más –por favor, un rato más– esa persona todavía esté. Por eso, a veces hacemos el corazón fuerte y nos levantamos para decir unas últimas palabras sobre las personas que amamos y que hemos perdido, y que en realidad nunca podrán condensarlas: ni a ellas, ni a nuestro dolor.
Recoger y transmitir la experiencia humana
Pensando en ello, he llegado a la conclusión de que éste también es el papel de la poesía en los funerales. Siempre me ha llamado la atención la importancia que tiene, que la incluyan en los recordatorios personas que no la tienen presente habitualmente, que no son lectoras, y que también la incorporan a sus discursos de despedida. Lo encuentro bonito, me parece un reconocimiento, que a menudo pasa desapercibido, a la capacidad de los versos para recoger y transmitir la experiencia humana. Me parece precioso que las palabras de los poetas sean un recurso, una especie de salvación, en momentos tan oscuros. Reconocemos nuestras vivencias, nuestro sufrimiento, e incluso podemos encontrar consuelo, y algo de esperanza y de belleza. Tienen las palabras que carecen, las que no sabemos decir, pero que nos son siempre tan necesarias, también ante la muerte.