Literatura

¿Qué queda de un hombre cuando está privado del lenguaje?

En 'Marxarons', Cristina Masanés describe las consecuencias del derrame cerebral que, a los 67 años, sufrió su padre

2 min
Vista panorámica de la montaña Everest, octubre de 2010 / EFE
  • Cristina Masanés
  • El Avance
  • 104 páginas / 11 euros

El relato tiene cien páginas clavadas y mucha elevación. Describe las consecuencias del derrame cerebral que, a los 67 años, sufrió el padre de Cristina Masanés hace más de dos décadas: la pérdida del habla y los casi tres años en los que el hombre vivió reducido a un “silencio silábico ”. La autora recupera un diario de alpinismo del hombre, del que nos va dando algunas anotaciones, siempre breves, que encabezan los capítulos –de vez en cuando algún fragmento queda intercalado en el texto–, capítulos que llevan el nombre de picos o de valles del país. El diario es un texto de final de los cincuenta que glosa algunas de las conquistas del viajero consumado y enamorado de la montaña que fue el padre, que lo mecanografió en la primavera de 1958 en Marruecos, frente al Atlántico: “Qué contraste entre la monótona llanura del mar y las esbeltas cumbres soñadas!”. Un texto que la hija ha encontrado "preparando los papeles para la despedida". He aquí la fuerza singular de este libro, su originalidad: la comparación sostenida que hace entre la facultad del lenguaje y la pasión por subir montañas, entre la libertad vivida en la juventud y la privación, a causa de la enfermedad, de la madurez. Y, en último término, la imposible escalada final del Everest del habla, tal y como leemos, a pesar de los esfuerzos continuados e ingentes por cambiar la situación. Por eso el diario paterno se convierte en un documento elegíaco de una gran profundidad.

La literatura sobre las montañas –o que tiene como escenario las montañas– cuenta con títulos de gran trascendencia histórica, pero yo no recuerdo que asimile la pasión alpina con el lenguaje (o con la afasia): “Una cordillera desconocida, una tartera para remontar, aquella que empieza justo donde termina la gramática”. ¿Qué queda de un hombre cuando está privado del lenguaje? Mientras él se afana por recuperar el habla, “nosotros asumimos que teníamos que aprender a deshacernos del lenguaje para encontrar otro lugar común, un refugio, una casa, un ámbito donde vivir, fuera de la palabra”. Ante el relato agónico de esta desposesión, el lector se pregunta dónde queda la casa del ser cuando el lenguaje no está. Quedar privado es como entrar en una sima, apunta la autora.

Un texto bello, que rememora, también, las raíces familiares. El ejemplo del abuelo que abandonó "el valle ancestral para ir a ciudad". El encuentro de sus padres, en un lugar determinado por la pasión compartida: “Nos gusta el telesilla de Molina donde una chica conoce a un chico y le convence para pasar la vida juntos”. Un día, cuando ya no se cuenta, el hombre pronuncia una palabra: marcharones. No quiere decir nada y, a la vez, todo lo significa: “Una sola palabra para designar la idea de acción”. La ilusión de recuperar el lenguaje (¡mera ilusión!). No, el hombre no volverá a hablar nunca más. Sólo pronunciará sílabas que junta. Pero todavía está la voz (la profesora Anna Pagès, por cierto, le ha dedicado un libro muy lúcido). Y la voz interior: “Quiero pensar que su voz interior encontró una nueva forma de orientarse sin pasar por el habla”. La conclusión de Cristina Masanés es que cuando la palabra falla nos queda la voz. El último cogollo de la memoria.

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