Literatura

Antònia Vicens: "Si recuperara la fe, el dolor y la muerte tendrían sentido"

Poeta y novelista

BarcelonaEn Coge tu cruz, nuevo poemario deAntonia Vicens (Santanyí, 1941), se sienten "en todas partes ecos de una batalla cruenta", los tanques avanzan con verdugos solitarios dentro y las aves rapaces "sacan los ojos a los combatientes" para hacer sus nidos. La omnipresencia de la lucha, la sangre y la guerra convive con el espíritu humano de supervivencia y la reivindicación de palabras como "redención" y "memoria". Una vez más, la autora mallorquina consigue estremecer al lector con una recopilación de versos compacto y denso que publica LaBreu, al igual que Todos los caballos (2017) y Padre qué hacemos con la madre muerta (2020).

Cuando, hace tres años, recibió el Premio de Honor de las Letras Catalanas, decía que llevaba una vida "muy solitaria": leía libros, escuchaba música y se escribía whatsapps con las amigas. ¿Sigue igual?

— Sí. Casi no salgo de casa. Tengo un perrito y de vez en cuando me da pena y salgo a dar una vuelta por el barrio, pero nada más. Me gusta mucho hacer una vida sin horarios, sin nada que me estire ni me obligue.

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¿Hace mucho que practica esta especie de eremitismo?

— A mi modo, sí. Cuando tenía poco más de 20 años, trabajaba en el mundo de la hostelería y tenía los inviernos libres. Un año, como no quería quedarme en casa mi padre, pasé tres meses en Montserrat sola, en pleno invierno. Esto demuestra que mi carácter tiende a la soledad. Me parece muy rica, la soledad. Me acompaña mucho.

¿La ha necesitado para escribir?

— Necesito la soledad para vivir. Por escribir no tanto, porque soy poco prolífica. Hago libros muy de vez en cuando, y son cortísimos. Éste de ahora, Coge tu cruz, es pequeño, pequeño. ¡No sé qué dirán los lectores!

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Es un libro que te deja aturdido.

— Gracias.

Cuando publicó Padre qué hacemos con la madre muerta decía que había sufrido mucho escribiéndolo, que era "un pozo negro" que le había acompañado durante mucho tiempo. Cómo ha ido, en el caso deCoge tu cruz?

— Normalmente, mis poemarios nacen de una espira que prende fuego a un sueño o un recuerdo. Los poemas sirven para apagar ese fuego. Coge tu cruz nació de un recuerdo. Un día, en ese ambiente de soledad que me encuentro, empecé a recordar que cuando yo era muñeca iba de excursión hacia el santuario de Consolació, en Santanyí, y siempre veía dos hileras de hombres jóvenes con la cabeza baja picante piedra. Con los demás niños nos reíamos de aquellos hombres, que trabajaban tanto si hacía sol como si caía lluvia. Al cabo de unos años, alguien nos dijo que eran presos políticos. Esto cambió lo que pensaba de ellos. Habíamos recibido una educación judeocristiana y nos hablaban del Gólgota, la montaña del Calvario, pero no de lo que ocurría en el pueblo de al lado. Todo era un camino de dolor, de sangre y de entrega: el recuerdo de lo que, por un lado, me habían enseñado y, por otro, yo había visto prendió fuego a mi memoria, y así nació Coge tu cruz.

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Es un libro sobre la guerra: podemos ver ecos de la Guerra Civil, pero también algunas de las guerras de nuestro presente.

— La guerra es siempre actual. Desde que hay vida siempre ha habido esa lucha, esa sangre... Yo he tratado de convertirlo, en el libro, también en un camino interior. Existe la muerte y el hambre que quedan fuera nuestro, pero también podemos asimilarlo con lo que cada uno ha vivido.

Lo ha escrito con lágrimas en los ojos, al igual que Padre qué hacemos con la madre muerta?

— Muchas de las visiones que tengo me hacen estremecer. A ratos se me caen las lágrimas, sí. Y todo el dolor que aparecía en algunos poemas me hacía dudar de si merecía la pena escribirlo, pero entonces lo comparaba con lo que ocurre en el mundo y no era nada. Hay tantas guerras, tantos sueños que mueren, tantas esperanzas perdidas... Desde el principio quise unir el santuario de Consolación con el Gólgota, donde Jesús fue crucificado. Es mi forma de decir que no hay ningún territorio inocente, todo está conectado.

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La cita inicial, del Caín de Byron, ya nos hace pensar también en esta dimensión bíblica que asoma a menudo en su obra. Caín pregunta a Adán: "¿Por qué debería hablar?" Adam responde: "Para rezar". Teniendo en cuenta la oscuridad del presente, ¿lo único que nos queda es rezar?

— Rezar en el sentido de cuando nos hacían rezar el padrenuestro o la avemaría, no, pero la oración sí me parece importante. Hay que insistir en intentar hacer del mundo un lugar mejor o, acaso, conseguir que cambie. Hay un poema del libro que dice: "Quién sabe si ese rumor / que / te turba / es / la voz / de alguien que reza y no el viento deshojando rosas". La oración puede ser un grito.

El poema eleva el murmullo habitual de la oración al grito.

— La potencia del grito apela a la impotencia de la propia vida. De muy pequeña iba de cura en cura, porque no había nadie más con quien hablar, pidiéndoles que me contaran el misterio del dolor. ¿Por qué teníamos que sufrir? ¿Y cómo se explicaba el dolor de los niños y los animales, que no han pecado? Nadie sabía lo que responderme.

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Palabras como dolor, herida y muerte están muy presentes en este libro. También en novelas como Llame la muerte errante, dígame dónde va (La Granada, 2024).

— La muerte nos acompaña desde que nacemos, lo que ocurre es que no la queremos ver. A veces le vemos la cara cuando tenemos un año, ya veces cuando nos acercamos a los 100.

En uno de los poemas, la voz lírica logra aplastar a "dioses antiguos" y "bestias salvajes". Siente como "triunfa sobre la muerte". ¿La muerte le da más miedo ahora que tiene 84 años?

— Con los años me he vuelto más valiente. Soy capaz de escribir cosas que no habría escrito antes. A veces me parece que tengo 1.000 o 2.000 años, en vez de 84, por todas las cosas que llego a llevar dentro. Lo que más miedo me da no es ni la pobreza ni la enfermedad, sino la vida.

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Desde el inicio de su trayectoria ha escrito libros valientes, como por ejemplo 39º en la sombra, premio Sant Jordi 1967, en el que mostraba la cara más dura del turismo en la Mallorca de los años 60.

— Para escribir es necesario ser, sobre todo, auténtico. Tienes que olvidar lo que pensarán y dirán, de si va a gustar o no, y volcarte en lo que quieres hacer. Cuando publiqué 39º en la sombra me dijeron que si seguía hablando de hoteles y turistas no encontraría trabajo en ninguna parte más de Mallorca. Mi novela hablaba de la explotación de los trabajadores de este sector, un tema que en aquellos momentos estaba prohibido poner sobre la mesa. Había otros dos temas que molestaron: que charlase de los amores de un cura y que en el libro hubiera un suicidio.

Tengo la sensación de que nunca ha tenido mucho miedo a decir lo que pensaba. Cuando publicó Bajo el paraguas el grito (Leonard Muntaner, 2013) admitía que añoraba la pérdida de la fe, un tema que, de rebote, también aparece en Coge tu cruz.

Lo añoro muchísimo. De muñeca era feliz porque creía en el cielo que me habían vendido. Cuando me preguntaban qué quería ser de mayor decía: santa. Pero todo esto se quedó en cuatro cenizas. Hacia los 20 años empecé a abandonar la fe. Daría cualquier cosa por volver a tener un poco. Si recuperase la fe, el dolor y la muerte tendrían sentido. Ahora, para quitármelos de dentro, sólo puedo escribir unos cuantos poemas algo duros...