Literatura

Enric Casasses: "Los últimos dos años de Franco me los mamé exiliado en el extranjero"

Poeta. Publica 'La policía irá de bulto'

Barcelona"La revolución vendrá desorganizada o no vendrá", escribe Enric Casasses (Barcelona, ​​1951) en su nuevo libro, La policía irá de bulto (Documentos Documenta, 2025). El volumen, con dibujos de Tura Sanglas y con cubierta de un "azul mozo de escuadra", lleva al lector hasta la montaña rusa de emociones vividas tras el referéndum del 1 de octubre del 2017. Casasses, recién reconocido con el premio Jaume Fuster a su trayectoria, nos recibe en un chaflán del Eixample para hablar de su espíritu de protesta y del sentido del humor que impregna buena parte de su obra. Creció en la Barcelona de la posguerra, hijo de los químicos Enric Casassas y Simó y Pepita Figueras i Cros, que inocularon el amor por la literatura tanto a él como a sus hermanas, Anna y Maria, que se han dedicado a la traducción y diseño gráfico, respectivamente.

En tu nuevo libro leemos un "comienzo de currículum" que hace: "Nacido el año y el momento de la huelga de los tranvías". Es una manera de decir que llevas el espíritu revolucionario dentro, ¿no?

— Esa huelga fue algo mítico, el primer movimiento antifranquista declarado. Fue fuerte. En casa tuvieron que ir a registrarme a pie y tuvieron que esperar un día porque estaba la puta huelga.

En ese mismo texto añades: "Desde muy pequeño ya empecé a no leer diarios". Es otra manera de protestar, en este caso contra la actualidad y la forma en que la vendemos los medios.

— Fue mi madre, quien me enseñó a leer. Debía tener unos tres años. Me gustaba leerlo todo, rótulos, etiquetas, cuentos... Pero de los periódicos me jodía y me foto ahora. Un recuerdo que tengo de pequeño es que papá venía a casa a comer desde la universidad. Subía la calle de casa leyendo el diario, que debía de haber comprado al salir del metro. Yo le veía caminando y pensaba: "¡A ver si chocará con una farola!"

¿Y chocaba?

— No. Llegaba a casa, almorzaba y, una vez había terminado de leer el periódico, yo le preguntaba: "¿Qué dice el periódico?" Y él me respondía: "¡Que iremos tan bien!" Este diálogo lo teníamos todos los días.

¿Compartes el sentido del humor con tu padre?

— Hay una especie de herencia tanto de él como de mi tío Oriol. Tanto uno como otro tenían un humor ágil, con ganas de desmontarlo todo. Quizá tenga que ver que nacieron en Sabadell en los años 20 del...

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Era un lugar y un momento conocido por el humor de la Aleación de Sabadell, de la que formaron parte Joan Oliver, Francesc Trabal y Armand Obiols, entre otros.

— Mi tío era amigo del pintor y novelista Joan Vilacasas, que también tiene ese humor de Sabadell. Tiene una novela muy buena, Operación viaducto, que es todo un diálogo en estilo directo sin poner "dijo él" ni "dijo ella", pero nunca te pierdes.

Me decías que quien te enseñó a leer fue tu madre.

— Sí. La madre venía de L'Escala, de una familia que se dedicaba a la salazón de la anchoa. Fue la primera escalera que fue a la universidad. La Víctor Catalán se había fijado, pero no entraron en relación porque la madre era muy tímida.

Hasta no hace mucho, mi madre todavía venía a verte recitar.

— Murió con 101 años y medio. ¡Parecía inmortal! Cada vez la veías con algo menos de energía, pero no le dolía nada. Estuvo de buen humor hasta el final.

En el libro te declaras "alérgico" a los carnets. ¿Recuerdas en qué momento empezaste a ir contra corriente?

— Supongo que fue paulatino. En parte venía de mí, pero también del grupo de amigos que me fui encontrando. Con 14 años empecé a admirar la idea del extravagante. Como no era muy escandaloso, cogía extravagancias pequeñas, como ponerme la hebilla del pantalón al revés.

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¿Todavía lo haces?

— Lo he mantenido hasta ahora, sí que trajo el pelo largo.Pélate, no sabemos si eres tío o tía..." Más adelante he formulado la idea de que los personajes extravagantes acaban siendo los más característicos de una época. De la Inglaterra victoriana recordemos a Oscar Wilde. De los medievales tenemos presente a Ramon Llull, que era más raro que nadie. Los que mejor definen una época son los tíos raros.

Dices que "vas disfrazado de ciudadano o sea de súbdito o sea de persona normal" pero que en realidad eres de los que no son "admitidos a ninguna parte".

— Nunca he ido con nada ni con nadie. Me viene, en parte, de las malas influencias, que diría mi madre.

¿Amigos?

— Sí. Uno muy importante y que aún corre fue Miquel-Dídac Piñero Costa, de L'Escala y de la CNT, librero y arqueólogo aficionado. 36 de otro modo. Por un lado hubo la influencia de Miquel-Dídac, y por otro, los fumetes: Pau Riba, Pau Maragall... Fui a parar a través de otros amigos, que eran más recogidos.

¿Por qué es una forma de encasillarte?

— De alguna manera deben etiquetarte, supongo. Cuando me lo decían hace años me cabreaba más.

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Me decías que empezaste a leer muy pronto. ¿Cuándo pusiste a escribir?

— La afición de ensuciar papel me viene de muy atrás. Lo primero que debía hacer era escritura automática y cosas así. Deliraba en prosa.

"Si la filosofía mira el todo / la poesía, el arte, lo mira todo", escribes.

— La filosofía me interesa como algo más de lo que hay. Se debe conservar esa curiosidad que tienen los perros por todo.

¿No la has perdido la curiosidad con el paso de los años?

— No. Pero a veces me distraigo, porque resulta que hay algo súper evidente que ocurre cerca de mí y no me he fijado. No he sabido ser un observador como Pla, que no deja escapar ni una, pero todo me puede interesar y miro por todas partes.

¿Cuándo dirías que la política, la sociedad y el mundo empezaron a aparecer en lo que escribías?

— Estaba de entrada. Más bien he tenido que sacarla para no convertirme en un propagandista anarco. Procuro que no sea un dogma, sino más bien una actitud.

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Tener una actitud de resistencia en los últimos años de la España franquista no debió de ser fácil.

— El grupo de descontrolados con los que iba formábamos parte del movimiento estudiantil, que estaba dominado por gente de carnets diversos. Había la tira de líneas comunistas: los del partido, Bandera Roja, los trotskistas... De los anarcos estaban los que tenían carnet de la CNT y luego estábamos nosotros de hacernos en contra. movimiento estudiantil. Nos iba el rollo juguetón. Éramos de una línea situacionista sin saberlo.

Imagino que la parodia no debió acabar de apreciarse...

— Fui dejando la universidad, o ella me dejó a mí. De nuestro grupo algunos fueron hacia Puig Antich y la revolución de verdad, más o menos armada, y acabaron mal... Otros cayeron en la droga en plan chungo y también terminaron mal. Y otros salimos.

A la larga os salió, pero a ti, por ejemplo, te tocó abandonar el país.

— La policía se nos echó encima. Fui de la última generación de exiliados: los últimos dos años de Franco me los mamé en el extranjero. La muerte del dictador la celebré en Inglaterra.

¿Estuviste en peligro?

— Tanto a mí como a mi hermana llegaron a juzgarnos por rebelión. Cuando nos detuvieron fue por mirar si a través nuestro podían llegar hacia los demás, los que eran más serios. Nos acusaban de captar ingenuos para el movimiento anarquista. Me llegaron a caer tres años, pero ya estaba fuera. Mi hermana tampoco entró en prisión, porque la familia recurrió la sentencia. Aún estaba pendiente de juicio cuando nos amnistiaron.

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La sombra de Franco y la dictadura está todavía bastante presente en La policía irá de bulto.

— El estallido de la revolución espontánea ocurrida en torno al 1 de octubre del 2017 llegó en un momento en que ya había fallecido la generación acojonada con el 39. Fue muy bestia, lo ocurrido entonces: la gente quedó acojonada durante décadas. En el 2017 reaparecieron las ganas de charlar todo. Fue un master de revolución desorganizada, a pesar de los partidos. La cosa acabó cuando empezaron a detener a políticos catalanes y al juicio hablaban en castellano. Ésta fue la gran cagada.

Tu libro comienza justo después de los encarcelamientos de Jordi Cuixart y Jordi Sànchez.

— Yo fui a la mani de aquella noche repartiendo este poema: "el dictador no se cayó. / el dictador murió en la cama / y la dictadura dura. / y ahora que justo le tocamos / el bordillo se sulfura / como si fuéramos escorpiones / matables a pisadas". Etcétera.

El referéndum y lo que ocurrió en los años inmediatamente posteriores fueron momentos de euforia y también de indignación, ¿verdad?

— Sí. Tanto el entusiasmo como el cabreo fueron muy fuertes. La sensación era que por fin ocurría algo. Parecía que íbamos de verdad. Al final resultó que no.

¿Dirías que predomina el optimismo en el libro?

— El optimismo o el pesimismo son reinos del futuro. El reino de mi libro es un presente en el que había euforia e ilusión.

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¿El día del referéndum sí valía la pena ir a votar?

— En todos los años de democracia nunca he ido a votar. Hice una excepción ese día, cuando existía la opción clara de la independencia. Pero no voté de forma dogmática, sino pensando: "Mira, puede que se rompa el estado español, a ver qué saldrá..."

¿No votaste a favor de la organización, sino quizás a favor de la desorganización? Escribes: "desorganizate y planta cara y no permitas que no te dejen hacer la tuya".

— Cuando me detuvieron en el 73 y me llevaron a la comisaría de Via Laietana, antes de hacerme el interrogatorio serio me plantaron delante un tío que empezó a hacerme preguntas para probarme. Unos amigos habían alquilado una casa en Mirasol donde íbamos a jodernos ciegos ya escuchar a Black Sabbath. La primera pregunta del poli fue: "¿Qué relación orgánica te une con los miembros de la comuna de Mira-sol?" Respondí con dos preguntas: "¿Común?" "¿Orgánica?" Éramos un grupo de amigos que nos lo pasábamos bien juntos y bastante. Como por el lado de la organización no podía quitarme nada, el poli me dijo: "Bueno, ¿qué droga tomabais?" Le respondí que fumaba Bisonte. No se lo acabó de creer: "Cuando entramos, echaba una peste que tumbaba de espaldas..." Insistié en que yo sólo fumaba Bisonte, y al final el poli me dijo: "Entonces, ¿qué éramos, una comuna de maricones?"

En el libro, la idea de revolución también está ligada al amor.

— Con el amor y con el arte y la teoría del arte. Son dos fuerzas importantes.

Existe una búsqueda constante de libertad, en tus poemas. A medida que has ido avanzando, ¿te has ido sintiendo con mayor capacidad para hacer lo que querías?

— En parte, sí. Al mismo tiempo, me encantaría poder recuperar la inspiración folla de cuando tenía 30 años. Algo que leí de no sé quién sobre el aprender decía: "Cuando ya has aprendido tanto como para escribir Anna Karenina ya no puedes volver a escribir Guerra y pazLo que ganas por un lado quizás lo pierdes por otro. Cuanto mayor soy más foto lo que me pasa por los pimientos. Antes iba más acojonado. Pero lo acababa haciendo igual.

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Fue a partir de la reedición de La cosa aquella en 1991 en Empúries que empezaste a publicar con regularidad, ¿verdad?

— Cuando salió La cosa aquella, la sensación predominante era: "Ay, niño, que te van a regañar. Esto no se hace".

¿Cuándo crees que empezaste a escribir sin ningún tipo de manía?

— Todavía ahora veo La cosa aquella como un libro muy atrevido. Pero ganó el Premio Crítica Serra d'Or. Fui publicando y ganando más premios. Pensaba que se hundiría el mundo y, en cambio, el mundo me decía "oh, qué bien". En cierto modo fue una desilusión, ese pseudoéxito.

¿Con el Premio de Honor de las Letras Catalanas ¿la sensación fue diferente?

— Sí, porque ya era otro momento. Ratifico eso que dije que, de repente, me encontraba jugando en la mesa de los mayores. Me acababa de sumar a toda esa gente que parecía que eran los de verdad y habían recibido el premio antes. Me parecía divertido. A mí me empezaron a llamar "poeta joven" cuando tenía 40 años, y ya me ha quedado. Acabaré yendo en silla de ruedas y todavía me llamarán "poeta joven".