Muere la actriz y modelo Teresa Gimpera, la musa de la modernidad catalana
La actriz de Igualada tenía 87 años
BarcelonaTeresa Gimpera y Flaquer (Igualada, 1936) ha muerto este martes en su amada Barcelona, una de las ciudades que fecundó con su arte, su energía envidiable, sus ganas de comerse el mundo a lo largo de una vida larga, llena y también dura. Y todo, como a ella le gustaba decir, siempre por casualidad, sin quererlo ni proponérselo, aceptando los retos que se le ponían delante y comiéndoselos sin pensárselo dos veces. Fue modelo publicitaria, maniquí de moda, actriz, restauradora y empresaria. También supo ser una gran comunicadora y poseía el don de la versatilidad, además de la belleza y la fotogenia: “Eso se lo debo a la genética, no puedo atribuirme ningún mérito”.
Se casó muy joven y tuvo tres hijos. Pronto vio claro que no quería resignarse a la vida que se esperaba de ella –en casa y cuidando a los niños– y, de casualidad, cuando había ido a buscar a su marido a la editorial Seix Barral, le propusieron participar en un anuncio. Aceptó y ya no paró nunca más. Docenas de anuncios, casi un monopolio, que la llevaron a ser conocida popularmente como “la chica de la tele”.
Debutó en el cine en 1965 con Fata Morgana, después de que Vicente Aranda la persiguiera durante meses para interpretar esta distopía apocalíptica, filme emblema de la Escuela de Barcelona. Su larga e intensa carrera cinematográfica incluye el mítico casting en Hollywood para interpretar a la Juanita de Córdoba de Topaz, de Hitchcock. Una experiencia irrepetible que finalmente no tuvo éxito –el papel fue para la actriz alemana Karin Dor– pero que ella recordaba con mucho cariño. Su gran papel en el cine fue, sin duda, El espíritu de la colmena (1973), la opera prima de Víctor Erice, uno de los filmes fundamentales de la historia del cine español. “Cuando la rodábamos no entendíamos nada de lo que Víctor nos pedía pero él sabía perfectamente lo que quería. La prueba es lo admirada y lo preciosa que es”.
La sonrisa de la Gauche Divine
Gimpera será siempre recordada también como una de las musas de la llamada Gauche Divine. Fundadora, con Oriol Regàs y Xavier Miserachs, de la sala de fiestas Bocaccio de la calle Muntaner, mantuvo una larga y fecunda relación de amistad, confianza y profesionalidad con todos los fotógrafos de aquella generación. Con Miserachs, claro, pero también con Oriol Maspons, Leopoldo Pomés y su amada amiga Colita.
Teresa fue moderna antes de que la modernidad llegara a nuestra casa. Se compraba revistas extranjeras para aprender a hacerse ella misma los vestidos que lucía en las campañas publicitarias en las que la contrataban. Lo mismo con los peinados y el maquillaje. Siempre contaba, medio en broma, que a los dieciséis años dijo que nunca se maquillaría ni se pondría tacones. No fue una epifanía acertada, precisamente.
No le provocaba ningún pesar reconocer que rodó muchas películas flojas, incluso malas. Entre finales de los años sesenta y primera mitad de los setenta acumuló infinidad de títulos con las principales estrellas del cine español de la época. Cuando el destape llamó a su puerta ella decidió dejarlo todo e irse a Begur con el querido Craig –el actor estadounidense Craig Hill, el amor de su vida– y abrir el restaurante La Lluna. Iba todos los días al mercado a comprar, cocinaba y servía las mesas. Una de las etapas más hermosas de su vida.
En lo personal le tocó superar el terrible reto de perder a su hijo Joan, que murió muy joven a causa del virus del sida. Una experiencia dolorosa que afrontó con entereza y positivismo. El mismo empuje que le llevó, pocos años después, a convertirse en empresaria y abrir su propia agencia de modelos. Acumuló también una larga experiencia televisiva. Desde muy pronto presentó programas y galas de todo tipo, y desde finales de los años ochenta se convirtió en un rostro habitual en los programas magacín de TV3. Todo el mundo la quería, todo el mundo amaba su vitalidad y simpatía.
Hace cosa de cuatro años me propuso ayudarla a escribir sus recuerdos. Hacía años que se lo insistían pero no se decidía. Escribir con ella Així és la vida (Columna) fue una experiencia fabulosa, un privilegio que me permitió conocer a una mujer poliédrica, una antidiva sin ínfulas de ningún tipo. Todo el mundo le preguntaba por el feminismo, por lo avanzada que fue a su tiempo, por tantas proezas y retos superados con buena nota. Ella, sin falsa modestia, se quitaba siempre importancia. Era coqueta, algo presumida, siempre simpática con todos, siempre cálida y cariñosa. Buen viaje, Teresa, gracias por todo.