Teresa Gimpera: “A los jóvenes les digo que sean valientes. Es lo que he hecho yo en la vida”

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Teresa Gimpera Flaquer (Igualada, 1936) nos recibe en el pequeño piso de la residencia para gente mayor donde ahora vive, cerca del paseo de la Bonanova, en Barcelona. En las paredes tiene colgados cuadros y retratos de cuando en los 60 y 70 enamoró a fotógrafos, publicistas, directores de cine, y miles de admiradores que soñaban con ella. La Gimpera, como se llama a sí misma, vive las limitaciones del presente con la misma naturalidad con la que se encontró haciendo un prueba en Hollywood con Alfred Hitchcock o prestando el cuerpo desnudo y la mirada provocativa para la foto de Miserachs que la convirtió en el icono de Bocaccio. A los 85 años, Gimpera encarna la elegancia personal con una sonrisa amable, sentido del humor y mucho amor para sus vivos y sus muertos, sin sentimentalismos. El gran Toni Vall acaba de publicar la biografía Teresa Gimpera, així és la vida (Grup 62), un libro de los que duran un suspiro. Justo cuando acabamos la entrevista, le llama Job: “Qué haces, madre?” “Estoy en mi habitación con cuatro hombres, imagínate”.

“Teresa, tú sí que has tenido una vida que ha valido la pena”. ¿Te sabe mal cuando sientes que te lo dicen otras mujeres?

— Sí, son mujeres que se quedaron a hacer de amas de casa y dependientes del marido, que quizás tenía una amante en un apartamento. Sí, me sabe mal, pero es que la gente joven no os podéis imaginar cómo era aquello. Por ley, el marido te tenía que dar permiso para que abrieras una cuenta en el banco, o incluso para comprarte unas medias.

¿De dónde sacaste el sentido de independencia personal?

— En el fondo, fue la necesidad y la casualidad. Me casé con 20 años (mi padre tuvo que firmar para darme permiso porque la mayoría de edad era a los 21) y el matrimonio no funcionó y empezaron a nacer hijos, de modo que tenía que ganar dinero. Y la casualidad es que mi marido trabajaba en Seix Barral y lo fui a esperar un día y tenían un departamento de publicidad y le dijeron: “Tu mujer nos iría bien para una foto de una cerveza”. Porque la suerte que he tenido yo es que soy muy fotogénica. Y aquella foto fue bien y me empezaron a telefonear para hacer anuncios y, claro, vi que era un trabajo y empecé a invertir en mí misma, a ir a las mejores peluquerías y a comprar revistas francesas para copiarles el vestuario.

Has dicho que tuviste la suerte de ser “muy fotogénica”. Pensaba que ibas a decir “muy guapa”.

— Es que de esto me he dado cuenta muchos años después. Y sí, es verdad, ahora cuando veo fotografías me digo que sí, que realmente era guapa, pero estuve muchos años que no me lo creía, que la gente me lo decía para hacerme un cumplido. Es que no he sido nunca consciente de ello. Quiero decir, a mí me han ido saliendo cosas, como cuando el Pertegaz me pidió hacer de maniquí. Claro, tengo hueso, soy ancha, tengo curvas, y en aquella época estaba muy delgada. Siempre me decía: “Señorita Gimpera, esconda el sexy por favor”. Pero quería que desfilara para él porque decía que caía muy bien a las señoras.

Y, consciente de tu potencial, quisiste que te fotografiara Leopoldo Pomés.

— Pomés hacía una publicidad muy diferente y pensé que me interesaría conocerlo y poder trabajar con él. Lo fui a ver, es la única persona que he ido a buscar en mi vida. El recibimiento fue fatal, porque él era muy pretencioso, y me dice: “La ropa que llevas no me gusta, el peinado no me gusta...” Me hizo unas fotos y me fui pensando que no lo había conseguido, pero al cabo de poco me empezó a llamar y ya empecé a trabajar. Pomés me enseñó a sacar la parte, digamos, erótica de mí, me enseñó a usar no el cuerpo, sino la imagen, a saberme expresar no de tonta como las modelos que cogían el producto y lo señalaban con el dedo. Él tenía la obsesión de que sus spots fueran diferentes. Te citaban a las cuatro de la tarde y él no se ponía a rodar hasta las seis, porque iba pensando y yendo arriba y abajo.

En este listado de grandes está Alfred Hitchcock.

— Una periodista americana en Madrid me hizo una entrevista del tipo “La actriz española Teresa Gimpera...” y no sé qué de la belleza. Y se ve que Hitchcock vio aquello y pidió: “Que la busquen”. Y me encontraron, claro . Y ya me tienes yendo sola a Hollywood, sin mánager ni nadie, con unos nervios en el avión, todo el viaje memorizando el diálogo que tenía que decir en inglés para no fallar.

¿Y cómo fue?

— El primer día, Hitchcock vino a maquillaje. “Hello, miss Gimpera”. Y pide que me maquillen de color oliva y me pongan una peluca negra. Aquello era impresionante. Piensa que me encontré colgados en el camerino dos vestidos para estrenar que me había hecho Edith Head, una diseñadora que ganó ocho Oscars de vestuario, un vestido que era de color morado y el otro amarillo. Y elegí el morado, porque pensaba que con el negro del cabello me iría bien. Buscaron a dobles míos de luz, tenía un coche en la puerta las veinticuatro horas, un dialogue coach por si mi inglés tenía problemas... Firmé que si salía bien haría tres películas con ellos.

Y no salió.

— No. Acabadas las pruebas me dijeron: “Thank you very much, miss Gimpera. Have a nice trip home”. Volví a casa en primera clase, en una época en qué en los aviones había camareros y chefs con sombrero blanco. Me sirvieron champán y entre la bebida, las luces de un Los Angeles inmenso a mis pies y los nervios, me empezaron a caer unas lágrimas que no podía parar. Final de la historia.

En Italia sí que trabajaste mucho.

— Sí, y viví en Roma, donde cada dos por tres me paraban por la calle y me decían: “Do you speak english?” Allí me lanzaron el cumplido más bonito que me han dicho nunca. Un día iba por Villa Borghese y de repente vienen dos chicos y uno dice al otro: “Guarda questa ragazza che bella”. Y el otro dice: “E bella, ma io benedico a la sua mama”. Esto solo lo pueden hacer los italianos.

De modo que tú no te tuviste que esforzar mucho para seducir a nadie.

— Sí, pero es que yo no iba por el mundo seduciendo. Eran ellos que querían seducirme, y me invitaban a cenar. Ahora, he sido lista y cuando los veía venir les decía: “¿Tu qué quieres? ¿Esto? Pues manos a la obra”. Y, claro , se acojonaban y se iban. O gente que me preguntaba directamente cuánto valía yo, cuánto quería cobrar, y que conocían a la Agnelli y mi carrera llegaría arriba de todo. En la agencia de modelos les he dicho muchas veces que tengan cuidado, que esto pasa si tú quieres que pase. Si tú ves claro que lo que te ofrecen es a cambio de algo más que no tiene nada que ver con la profesión, tienes que decir que no. A parte que que yo ya no era una niña, porque ya estaba casada y tenía tres hijos.

¿Te pesa no haberles dedicado más tiempo?

— Tengo una conversación pendiente con mis hijos de cómo vivieron la separación, que me enamorara de otro hombre, o aquello de acabar el sábado una película y empezar otra el lunes. Y aquella frase que tengo clavada y me dolía tanto: “¿Madre, cuando vuelves?” Un día, para que se dieran cuenta de qué hacía su madre me los llevé a Madrid, cuando rodaba Las petroleras con Brigitte Bardot. Estuvieron allí una semana y dijeron que nunca más.

Cuando se murió tu hijo Joan fuiste muy clara en la esquela (se ha muerto de droga y de sida) y en el libro eres muy clara también admitiendo que el paso del tiempo pone una distancia entre una pérdida como aquella y los sentimientos que te despierta.

— Sí, pero yo la distancia la puse casi al acto, porque Joan estuvo 11 años sufriendo. Iba a un lugar a rehabilitarse, salía bien, nos animábamos todos y volvía a caer. Y yo escondiéndolo, porque no quería que la prensa se enterara para que no le hicieran daño a él, no por escándalo. Piensa que lo enviamos a una masía, me lo llevé a Almería en coche porque le gustaba mucho conducir, él y yo solos, pero controlando la orina, no dejándolo ni un momento a solas, sin darle ni un duro. Esto tampoco es vivir para un chico de 20 años, ¿entiendes? Y entonces vino el sida, y cuando se fue apagando y el médico me dijo que la agonía de una persona joven es muy larga, le dije que lo ayudara a morir, imagínate. Al final no hizo falta.

Y la muerte fue una liberación.

— Sí, a pesar de que estuve un año y medio o dos años que no podía ver una foto de él, hasta que un día me dije: “Gimpera, ya está bien. Venga, va, valor”. Y ahora tengo fotos de él en la habitación.

Tú que has conocido a tantos hombres, qué tenía Craig que no...

— ¡Tantos hombres!

O que tantos hombres te han querido conocer, qué tenía Craig que no tuvieran los de “Do you speak english?

— Es muy fácil: que se enamoren de mí o que yo me enamore de alguien es sencillo, pero que alguien se enamore de ti con tres hijos detrás no es tan fácil. Y que me ayude con todo, que no haya habido peleas con mi primer marido... Craig fue de una gran generosidad y me respetó siempre, y yo no estaba acostumbrada al respecto de los hombres. Craig me cedió siempre el protagonismo. Me hizo sonreír más.

Total, que os casasteis 25 años después de empezar la relación.

— El día que me dijo que se quería casar conmigo, bajábamos por la calle Balmes, conducía yo, y un poco más y me voy contra la pared. Y entonces, en broma le dije: “Si te quieres casar conmigo le tienes que pedir la mano a mi padre y tienes que llevarle una botella de Calisay”. ¡Y lo hizo!

¿Sueñas, con Craig?

— Sí, y me pasa una cosa, que me da vergüenza decir, que es que por la noche, cuando me levanto para ir al baño, tengo cuidado al moverme en la cama para no despertarlo. Y después me digo: “¡Pero si hace tanto tiempo que no está!”

¿Cómo te la tomas, la muerte?

— Me pasa una cosa tremenda, porque sé que la tengo cerca y, además, según cómo, no me interesará seguir. Esto mis hijos ya lo saben, ni tubos, ni hospitales, ni historias, pero lo que me preocupa de la muerte, fíjate qué cosa más idiota, es que pienso que cuando me muera echaré de menos a los hijos. ¿Qué cosa más extraña, no? Me hace sufrir echarles de menos, no tenerlos cerca. Después pienso: “¡Gimpera, pero si tú no estarás!”

Pero todavía sonríes.

— Sí, claro. A ver, tienes que entender tu edad, no puedes ir enseñando los jamones. Yo noto que me he hecho mayor, tengo artrosis y las piernas, con las que tanto me gané la vida, ahora son la parte débil de mi cuerpo. Y a veces me enfado, porque empiezo a tener inseguridad física, de caer y romperme algo. O sea que, poco a poco, me empieza a llegar esta debilidad. Pero intento no crearme malestares y procuro tener una vida llena y hacer cosas y estar al corriente de todo, y admiro a la gente joven, y les digo que sean valientes, porque creo que, en el fondo, lo que he hecho yo en la vida ha sido ser valiente.

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