Cinema

Muere Jean-Paul Belmondo, la gran estrella del cine francés

El actor acompañó los inicios de la Nouvelle Vague y se acabó convirtiendo en uno de los intérpretes más queridos por el público

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Jean-Paul Belmondo, en una imagen de archivo

BarcelonaJean-Paul Belmondo ha muerto a los 88 años según ha informado la agencia de noticias AFP. Bébel, como era conocido por el público francés, fue una de las grandes estrellas del cine europeo del siglo XX, protagonizando algunas de las películas más importantes de la Nouvelle Vague y transitando después al cine de acción, el thriller y la comedia. Actor de un físico peculiar ("Eres demasiado feo", le dijo un profesor de arte dramático) y una energía interpretativa desbordante, Belmondo rompió moldes estéticos y marcó una época gloriosa del cine francés, formando pareja a veces con su amigo Alain Delon, de una belleza más refinada. Al final de la escapadaBorsalino, La sirena del Misisipi, Cartouche El hombre de Rio, entre muchas otras, lo convirtieron en el intérprete preferido de los franceses, un símbolo nacional. Tanto, que en los 90 un director francés se quejaba que "el público de cierta edad ya solo va al cine cuando estrenan una película de Belmondo".

Nacido el 9 abril de 1933 en Neuilly-sur-Seine, en la periferia de París, el actor era hijo de un escultor conocido que lo llevaba todos los domingos al Louvre y de una pintora que lo usaba de modelo. Él prefirió el teatro, pero también era aficionado al fútbol y al boxeo, que practicó profesionalmente entre 1949 y 1950. Después de tres combates ganados por K.O., abandonó el boxeo "porque la cara que veía en el espejo estaba empezando a cambiar". Su nariz rota de boxeador se convirtió en uno de sus rasgos más característicos. Alumno del prestigioso Conservatorio Nacional de Arte Dramático, Belmondo debutó en el teatro en 1953 y en el cine en 1957, siempre en papeles menores. En 1958 un encuentro le cambiará la vida: Jean-Luc Godard se cruzó con él por la calle y le ofreció protagonizar uno de sus cortos. "Venga a mi habitación de hotel, grabaremos y le daré 50.000 francos", le dijo el director. El actor recordaba en sus memorias Mil vidas valen más que una que no veía del todo claras las intenciones de aquel hombre extraño con gafas de sol y acento suizo pero que al final aceptó. Dos años después Godard lo volvería a reclutar para Al final de la escapada, la piedra fundacional de la Nouvelle Vague. Su papel de criminal a la fuga que se enreda con la aspirante a periodista interpretada por Jean Seberg marca de alguna manera su personalidad como actor: eléctrico, peligroso y magnético, un bandarra simpático que moralmente se mueve siempre por la cuerda floja y aun así sabe meterse al público en el bolsillo.

El éxito internacional de Al final de la escapada le abrió las puertas del cine internacional y la posibilidad de trabajar con directores como Vittorio de Sica en La campesina, con una exuberante Sofia Loren, pero Belmondo mantuvo su centro de gravedad en Francia, alternando proyectos de línea cien por ciento autoral con propuestas más ligeras y sin pretensiones que buscaban el éxito popular de manera desacomplejada. Así, tanto podía ser el hombre que rompía las cadenas burguesas de la godardiana Pierrot el Loco o el padre rural de la Francia ocupada de Léon Morin, sacerdote –su primera colaboración con Jean-Pierre Melville– como el soldado de permiso de El hombre de Rio o el bandido de Cartouche, aventuras casi tintinescas en las que el actor exhibe sus condiciones físicas realizando coreografías de acción espectaculares. Belmondo era el Tom Cruise de la época, pero también el Joaquin Phoenix; compaginaba todos los géneros y registros sin perder credibilidad y aportando su vitalidad e intensidad a los papeles que interpretaba. Esto era posible gracias a su versatilidad, pero también a un panorama cinematográfico más abierto que el de ahora en que el cine de autor arrastraba multitudes al cine.

De musa de Godard a héroe de acción

Belmondo cerró la década de los 60 interpretando una figura trágica, el hombre atrapado en la telaraña de amour fou de Catherine Deneuve en La sirena del Misisipi, y empezó la década de los 70 con uno de sus grandes éxitos, Borsalino, película de gánsteres la en que compartía protagonismo con Alain Delon. "Él y yo somos el día y la noche, como un perro y un gato, pero tenemos carreras paralelas en el cine: fuimos revelación el mismo año, el 1960, compartimos directores como Jean-Pierre Melville y a menudo hacíamos de gánsteres o de hombres solitarios", comentaba Belmondo en su autobiografía. Con excepciones como Stavisky (Alain Resnais) y Dr. Popaul (Claude Chabrol), durante los 70, Belmondo empezó a abandonar los papeles más dramáticos para cultivar el personaje de héroe de acción a la francesa: seductor, descarado, atlético y gamberro. "Cuando me pongo serio no les gusto", decía recordando el fracaso de público de La sirena del Misisipí. Títulos notables como Pánico en la ciudad, El clan de los marselleses, El profesional El cerebro convirtieron a Belmondo en uno de los dominadores de las taquillas francesas de los años 70 y principios de los 80.

Cuando el público empezó a girarle la espalda, a finales de los 80, el actor se refugió en el teatro y espació sus trabajos en cine. En 1998 intentó repetir la operación Borsalino reuniéndose con Delon en Uno de dos, un vehículo confeccionado a la medida de los dos actores por Patrice Leconte, pero el público respondió con indiferencia. Con la edad empezaron a llover los premios, como su único César, que ganó en 1989 por El imperio del león, de Claude Lelouch, pero la madurez de Belmondo no fue plácida: en 2001 sufrió un ictus que le dejó secuelas y que lo alejó de los rodajes durante unos años. Aun así, en 2002 se casaba con la bailarina de 24 años Natty Tardivel, que al año siguiente lo hizo padre (con 70 años) de su cuarto hijo. Tardivel y el actor se divorciaron en 2008 y Belmondo inició una relación con una antigua conejita Playboy, a la que acabó denunciando por haberle estafado 200.000 euros.

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